Creativa

Ha pasado abril y en dicho mes no he dejado de canturrear: Caracoles fresquitos de la Vega, niñas “recién rebuscaos entre las alameas”. Y es que en la época de mi infancia y adolescencia ellas, todas con sus delantales de lunares y alguna con una flor prendida en el pelo, al cesar la lluvia cogían sus cestas de mimbre y a las choperas,  a llenarlas de caracoles que tapaban con las grandes hojas verdes aún mojadas de los álamos blancos. Cómo olvidar ese olor a vida que el agua da al empapar la concha del molusco.

Hoy lectores del Mirador quiero  rendir homenaje a nuestras vecinas y vecinos de la comunidad gitana que celebró el pasado 8 de abril el Día Internacional del Pueblo Gitano.

Desde chiquitilla me he dicho que suerte tuviste Fabiola con crecer en la calle del Barquillo aunque alguna niña en el colegio  no se juntara conmigo por ello. En el Barquillo aprendí el significado de la palabra “vecino” que va más allá de la definición recogida por la Real Academia de la Lengua  Española en el diccionario: persona que habita en una población, barrio o casa de varias viviendas, porque cuando Juan Muñoz, marido de Trinidad Fernández, Trini la de la carne, ambos regentaban un puesto de venta de carne de cordero en el mercado de abastos de Atarfe, saludaba a mi padre o a mi madre usando el vocablo vecino o vecina, esa palabra encerraba: respeto, cercanía y cariño.

Para los miembros de la comunidad gitana, decir vecino es formar parte de su familia, éste es uno de los muchos valores que ésta etnia ha transmitido de generación en generación.

Diferentes  oficios  eran los que desempeñaban mis vecinos y vecinas de la calle Barquillo o de otras calles o barrios que perduran en mi recuerdo. Jornaleros del campo que cuando de madrugada volvían de regar, si aún estaba la heladería de mis padres abierta, entraban y compraban el helado más grande que hubiera porque en casa, despierta, estaba la mujer esperándolos.  Tratantes de ganado, especialmente de caballos, hombres elegantes con sus sombreros de ala ancha y su bastón a juego. Vendedores en mercadillos de todo tipo de género: frutas, verduras, ropa, calzado, sábanas, edredones, cortinas, alfombras, antigüedades y un largo etc. El ollero que grapaba los agujeros de las ollas y al que siempre, subida en la moto acompañaba su mujer con aquel delantal blanco de lunares negros tan pequeños como los ojos de una perdiz.  Los hombres y mujeres que blanqueaban las fachadas y limpiaban las casas grandes del pueblo. La Sultana que vendía los  iguales o cupones de la once y que iba ataviada con su delantal blanco de grandes lunares rojos haciendo juego con su colorada flor que sobresalía entre su negro pelo. Chatarreros buscándose la vida.

 Muchos descendientes de aquellas mujeres y hombres que trabajaban para que sus retoños fueran a la escuela,  estudiaron en la universidad y hoy ejercen como  maestros, abogados, médicos, trabajadores sociales, contables.  Aprobaron oposiciones a la guardia civil, por ejemplo.  Jóvenes que trabajan como administrativos en bancos, o cajeras de supermercado o incluso son trabajadores  autónomos que regentan  sus propios comercios: peluquerías, salones de belleza, tiendas de ropa, calzado, fruterías o siguen trabajando en la venta ambulante o en la obra o limpiando casas o esperando una oportunidad como cualquier otro vecino o vecina de Atarfe.

Quiero terminar este artículo con una imagen que mientras no olvide mi mente, está en mi pupila. Paseaba por la  calle Real, hoy Avenida de Andalucía, junto a mi padre cuando nos cruzamos con Juan Muñoz quien tras darnos los buenos días vecinos y darle la mano a mi padre y  a mí un beso en la mejilla, le pregunta a mi padre: Fernando ¿me da usted permiso para saludar a su hija aunque usted no vaya acompañándola? Mi padre le contesta: pues claro Juan si somos vecinos de toda la vida. Y dicho esto se dieron  un abrazo.

Un corazón de guitarra quisiera para cantar lo que siento. (Alberto Cortez)

FOTO: Cumpleaños de Mari Fe Muñoz Fernández, hija de Juan y Trini acompañada por sus vecinos de la calle del Barquillo: Jesús y Fabiola García Montijano.

 

 

 

 

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