Hace varias semanas atrás fui al cine a ver Ojos grandes (Big eyes) y quedé fascinada con la historia de la más reciente película de Tim Burton. En ella se narra un episodio de la vida de Margaret Keane, una pintora norteamericana que solía crear retratos de niñas cuyos ojos grandes reflejaban una profunda tristeza y una desgarradora soledad.

Tras casarse en 1955, Margaret fue testigo de cómo su esposo Walter Keane -de quien adoptó el apellido- comenzó a atribuirse la autoría de los cuadros que ella pintaba. A medida que la popularidad de su obra crecía, su marido le exigía que cumpliera con largas horas de trabajo, encerrada bajo siete llaves en una habitación de la casa en la que vivían con el fin de que nadie descubriera que era Margaret y no él quien pintaba los famosos cuadros.

Pero tras 10 años de anonimato y al cansarse de los abusos de Walter, ella decidió separarse de él y decir la verdad, por eso inició una demanda en contra de su ex pareja para reclamar lo que era suyo: la autoría de su obra.

Margaret y Walter Keane (1955)

La historia de esta pintora inevitablemente me hizo pensar en todas aquellas mujeres artistas, cuyas obras no pudieron disfrutar del reconocimiento que merecían y que tuvieron que vivir bajo la sombra de algún hombre debido al sexismo que ha caracterizado desde siempre el mundo del arte y de la cultura en general.

Una historia similar a la de Keane es, por ejemplo, la de Camille Claudel, una escultora francesa que en vida no gozó del reconocimiento que caracterizó a la obra de su maestro y amante Auguste Rodin. El extraordinario talento de esta joven artista de finales del siglo XIX era innegable, sin embargo su vínculo tan cercano con Rodin hizo que muchos creyeran que la obra de ella había sido realizada por él.

Pero casos como este no sólo se dan en las artes plásticas, sino también en el mundo de las letras. Desde sus orígenes, la literatura ha sido una labor considerada masculina por excelencia y debido a que aún persiste la idea de que escribir es cosa de hombres, he hecho esta lista de 10 escritoras que, en diferentes épocas –desde la victoriana hasta nuestros días- y por diferentes motivos, se hicieron pasar por hombres, ocultas bajo un seudónimo masculino, para poder publicar sus obras o para evitar los prejuicios sexistas del público lector.

En estos casos, podríamos reescribir el dicho popular que dice que “detrás de cada gran hombre hay un gran mujer”: aquí detrás de la obra literaria de un gran escritor estaba una escritora y fue ella quien realmente escribió el libro.

J.T. Leroy

A Jeremiah Terminator Leroy le bastó la publicación en 1999 de su primera novela titulada Sarah para convertirse no sólo en un autor famoso sino en toda una celebridad de la movida cultural y artística neoyorkina. Sus libros autobiográficos en los que la drogadicción y la prostitución daban cuenta de una vida difícil hicieron de este joven autor veinteañero uno de los más populares de fines de los noventa.

Sus apariciones en público comenzaron a ser cada vez más comunes hasta que en 2005 se descubrió que la verdadera escritora de las 4 novelas que lo lanzaron a la fama era Laura Albert, una mujer de 41 años. Ella confesó que creó a este personaje de un joven escritor desdichado -que encuentra en la literatura el refugio perfecto- porque estaba convencida de que nadie querría leer los libros de una cuarentona.

Para engañar a todos, Albert recurrió a su cuñada Savannah Knopp, quien vestida con un look andrógino encarnó a J.T. Leroy durante los 6 años que duró esta farsa literaria.

Las hermanas Brontë

Las hermanas Brontë

Cuando en 1847 se publicó Jane Eyre, la autoría de la obra estaba a nombre de Currer Bell, un seudónimo literario que ocultaba la identidad de quien había escrito una de las mejores novelas románticas de la literatura inglesa.

Por un momento se pensó que el autor de dicha obra maestra era William Makepeace Thackeray, quien ya había publicado varios libros por ese entonces. Pero poco tiempo después se reveló el misterio: una joven y novel escritora llamada Charlotte Brontë era la artífice de Jane Eyre, un éxito literario que hoy en día es considerado un clásico de la literatura.

Emily y Anne, las dos hermanas de Charlotte, también tuvieron que recurrir a seudónimos masculinos para poder publicar sus obras: Cumbres borrascosas y Agnes Grey, respectivamente.

J.K. Rowling J.K. Rowling

Eran mediados de los 90 cuando Joanne Rowling -una madre soltera desempleada- terminó de escribir su primera novela: Harry Potter y la piedra filosofal. Por ese entonces, la flamante escritora inglesa no podía imaginar que esa obra se convertiría de inmediato en un éxito de ventas en el mundo entero.

Al parecer la editorial que publicó por primera vez su libro tampoco creía posible que Rowling se convirtiera en un fenómeno literario y, convencida de que el público infantil y adolescente no estaría dispuesto a comprar un libro escrito por una mujer, la empresa le pidió que empleara un seudónimo que ocultara su género.

Pero esa no ha sido la única vez que Rowling ha usado un seudónimo. Luego de publicar su primera novela para adultos en 2012 y recibir en su mayoría muy malas críticas por ella, la popular escritora decidió al año siguiente publicar su segunda novela para adultos bajo el nombre de Robert Galbraith. Unos meses después, tras ser testigo de la buena acogida de su reciente obra, J.K. Rowling decidió reconocer públicamente que era ella la autora de la misma.

George Eliot

George Eliot

Cuando a finales de 1850, Mary Anne Evans decidió publicar su primera novela, no dudó en emplear un seudónimo masculino: George Eliot. De igual manera que había ocurrido con las hermanas Brontë -Charlotte, Anne y Emily- Evans creía que ese seudónimo haría que su obra fuese tomada en serio. Por ese entonces pocas mujeres escritoras publicaban con sus nombres verdaderos por temor a que sus escritos no fuesen valorados en sí mismos y pasen a ser catalogados como textos inferiores sólo por haber sido escritos por una mujer.

Colette

Colette

Sidonie Gabrielle Colette tenía tan sólo 20 años cuando en 1893 se casó con el escritor Henry Gauthier Villars, un hombre 15 años mayor que ella. Su flamante esposo no tardaría en notar el talento literario de la joven Sidonie y sin dudarlo le pidió que escribiera una serie de novelas inspiradas en los recuerdos que ella tenía de su niñez y su adolescencia, la cual se titularía Claudine y sería firmada por Gauthier.

La primera obra de la serie, publicada en 1900, se convirtió en un éxito inmediato y fue considerada un fenómeno editorial cuyas ventas sobrepasaron las expectativas del mismísimo Gauthier, quien se llevó los elogios de la crítica y del público. Deseoso de seguir obteniendo ganancias, él -con la excusa de facilitar la concentración de su esposa- decidió encerrar a Colette en la casa que ambos compartían para forzarla a escribir más novelas.

Luego de más de una década en un matrimonio infeliz, Colette decidió divorciarse de Gauthier y al año siguiente publicó Diálogos de animales, el primer libro firmado por ella.

Cecilia Böhl de Faber

Fernán Caballero

Cuando a mediados de 1800, Cecilia Böhl de Faber y Larrea quiso publicar sus primeras novelas supo que tendría que usar un seudónimo masculino. En la España de ese entonces no era fácil publicar bajo el nombre de una mujer y por eso ella firmaba sus obras como Fernán Caballero.

Desde su juventud e incluso dentro de su familia, Böhl había tenido que hacer frente al machismo: su padre le había dicho que no perdiera el tiempo escribiendo porque esa era una labor masculina ya que, según él, las mujeres no tenían la capacidad intelectual para realizarla.

Sin embargo, nada pudo evitar que ella, aún oculta bajo su seudónimo, se convirtiera no sólo en una de las pioneras de la narrativa femenina española sino también en la dueña de un brillante legado periodístico.

Caterina Albert

Caterina Albert

La primera creación literaria de Caterina Albert titulada La infanticida (1898) fue suficiente para que ella conociera de cerca el conservadurismo y el sexismo que caracterizaba al mundo editorial de su época.

Esta obra suya fue duramente criticada debido al polémico tema que abordaba sumado al hecho de que era una mujer quien lo había escrito. Fue entonces que Albert continuó escribiendo pero haciendo uso del seudónimo Víctor Catalá, con el fin de ocultar su verdadera identidad y no ser víctima de las críticas despiadadas de sus contemporáneos.

Goerge Sand

George Sand

Aunque nació con el nombre de Amandine Dupin, antes de cumplir 30 años, esta joven francesa se cambió el nombre para su debut literario en 1831. A partir de entonces sería conocida como George Sand.

Su inicio en las letras coincidió con su divorcio y con una nueva apariencia: George usaba ropa masculina para moverse con libertad por París y para que se le permitiera entrar en espacios públicos reservados para hombres y en los que el ingreso de mujeres era algo prohibido. Aunque no dejó de usar prendas femeninas, sólo las llevaba puesta en algunas reuniones sociales.

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