«Alerta roja» por Baltasar Garzón
Los peores enemigos de la sociedad son aquellos que, aprovechándose de sus privilegios democráticos, se dedican a sembrar odio e intolerancia, saltando por encima de las necesidades de las personas con el objetivo de instaurar el caos. Lo vimos durante la pandemia, cuando en un durísimo momento los ciudadanos se apoyaron unos a otros y, en el caso de Madrid, aparecieron los denominados “cayetanos”, cacerola en ristre para enturbiar la armonía conseguida.
El fascismo se ceba en las situaciones difíciles para tensar más la angustia y el temor. Sueltan su veneno entre la gente y la provocan a fin de que sigan su dinámica. En situaciones críticas son capaces de soliviantar los ánimos para extraer el miedo y convertirlo en un arma arrojadiza contra el presunto enemigo, que suele coincidir con aquel que discrepa de la visión de ultraderecha.
De paso, desvían la atención de sus propios desmanes. Lo ocurrido en Valencia, en el ámbito de las políticas de prevención de desastres naturales, tiene como origen próximo la asociación entre el PP y Vox para dirigir la comunidad autónoma: la asignación de la gestión de emergencias por parte de los populares a la ultraderecha —que niega el cambio climático—, tuvo como primer efecto el desmantelamiento de la Unidad Valenciana de Emergencias, creada por el anterior gobierno progresista. El propio presidente de la Comunidad se jactó de haber eliminado “un chiringuito”. La ruptura de relaciones entre ambas formaciones dio paso a la competencia de estas situaciones extremas al PP. Pero no parece que se le diera mayor importancia a su gestión, y ello a pesar de que la región haya sufrido en diversas ocasiones gotas frías e inundaciones, y aunque demasiadas de las poblaciones valencianas estén construidas en el cauce de ríos y barrancos, auténtica lacra de multitud de localidades españolas para mayor beneficio de promotores inmobiliarios con el beneplácito municipal.
Protocolos
Es un hecho contrastado que el día fatídico de las inundaciones que han resultado desastrosas para la vida de centenares de personas y los bienes de miles conciudadanos de diversas localidades de la comunidad valenciana, los responsables no dieron la alarma con el tiempo suficiente y, para cuando los móviles sonaron, muchos vecinos se encontraban ya con el agua al cuello. El complejo protocolo de respeto a las transferencias autonómicas hizo que el Gobierno no enviara de inicio a los efectivos del ejército, al no elevar la Generalitat el nivel de aviso al punto en que la intervención estatal está permitida. La verdad es que yo, personalmente, con mi consabida vehemencia, hubiera dado la orden de movilizar al ejército desde que se empezó a ver el desastre, pero probablemente hubiera metido al Gobierno en un lío y tampoco sé si habría sido efectivo.
Torrentes desbocados, lluvias impensables, tornados, viento… todo se confabuló para llevar la muerte y la destrucción. El hecho de que, a la hora de escribir estas líneas, continúen las labores de búsqueda de desaparecidos y de que el mar devuelva a las playas cuerpos sin vida mientras se decretaba una nueva alerta en la zona, no
hace sino acrecentar el duelo y ponernos frente a frente con la magnitud de la catástrofe.
La verdad es que yo, personalmente, con mi consabida vehemencia, hubiera dado la orden de movilizar al ejército desde que se empezó a ver el desastre, pero probablemente hubiera metido al Gobierno en un lío y tampoco sé si habría sido efectivo
A lo largo de estos tensos días transcurridos hemos visto imágenes terribles, hemos llorado por nuestros familiares y amigos, hemos sentido una impotencia total ante algo que nos ha sobrepasado. Pero los hechos vergonzosos de Paiporta, en que el rey, la reina, el presidente del Gobierno español y el presidente de la Generalitat fueron increpados y se vieron golpeados con barro y con objetos contundentes, son inaceptables vengan de donde vengan en una democracia. Es cierto que la desesperación es grande ante la magnitud de los acontecimientos; es verdad que esa visita no se debería haber producido en las condiciones en que se realizó; es innegable que a aquellos que se han quedado sin nada y han perdido todo, resulta imposible exigirles actitudes diferentes a la indignación. Aun así, no debemos olvidar que estamos ante la furia de la naturaleza y frente a ella, existen medidas paliativas y preventivas, pero en ningún caso se pueden prestar al cien por cien.
El tiempo de las responsabilidades vendrá y se deberán exigir con todo el rigor, así como las garantías de que nunca más haya otra ocasión en la que aparezcamos inermes e impotentes ante el desastre. Lo ocurrido amerita una profunda reflexión sobre la situación que vivimos en nuestro país.
Ultraderecha
De la aflicción legítima de las víctimas se aprovecha la ultraderecha, camuflando su propia responsabilidad y cargándola sobre otros. En esta ocasión, como en tantas otras, han desplegado su estrategia, propia del más rancio fascismo disfrazado o escondido tras la libertad de expresión, que consiste en aprovechar cualquier situación para rebotarla contra el objetivo. Entre los impulsores de gritos y lanzamientos figuraban jóvenes calentando el ambiente, llevando a vecinos de hábitos y comportamientos serenos incluso en la difícil situación que están atravesando, a gritar y transformar el cansancio y la impotencia en rabia. No se extrañen si una vez identificados estos provocadores resultan efectivamente próximos a los postulados del ultraderechista Santiago Abascal, quien no perdió el tiempo en lanzar un comunicado: “Gobierno criminal”, lo calificaba el líder de Vox, al igual que aquellos jóvenes insultaban: “asesinos, asesinos”. Casualidades de la existencia y de la política. Sin que falten los ‘espontáneos’ de siempre presentando denuncias contra el gobierno central.
Qué tendremos que sufrir, o qué desgracia mayor tendremos que padecer para que los responsables políticos se comporten como verdaderos representantes de la ciudadanía que los vota. Lo que el 3 de noviembre de 2024 vimos en los medios de comunicación en directo y diferido y hoy es portada en muchos medios de comunicación en el mundo no fueron los efectos mortales de la dana, sino el ataque a las máximas autoridades de un país que debería estar unido frente al caos y el dolor.
El lema que se ha oído estos días de que ‘solo el pueblo ayuda al pueblo‘ es falso y peligroso pues supone que el Estado no está haciendo nada. Por el contrario, esel Estado, a través de sus diferentes administraciones, el que está posibilitando que se produzca esa ayuda, incluida la de los ciudadanos voluntarios, amén de facilitar todos los medios económicos, sanitarios, de infraestructura y ayudas materiales que sean necesarios, sin perjuicio de que puedan mejorarse.
La alarma terminará, después de haber segado cientos de vidas y destrozado la cotidianeidad de decenas de miles de seres humanos, su presente y quizás el futuro para muchos. Es de esperar que se agilicen las normas, que se dé la urgencia debida a las disposiciones para confrontar el cambio climático, que se actualicen los protocolos y que los partidos, los democráticos, se pongan de acuerdo para prevenir y tratar futuras situaciones. Pero en cuanto a la ultraderecha, a este fascismo que nos atenaza, debemos mantenernos en una alerta roja continua, porque en ello nos va la democracia.
Baltasar Garzón es jurista y autor, entre otros libros, de ‘Los disfraces del fascismo’.