20 noviembre 2024

¿Cómo condicionan las redes y los bulos nuestro modelo de convivencia?

La tragedia de la dana y la campaña electoral en EE UU han puesto en evidencia el descarado papel de las plataformas en la propagación de desinformación y su capacidad para amenazar la seguridad ciudadana y, a la larga, la propia democracia

X, antes Twitter, ha marcado la era de las redes sociales como pocas. No hay plataforma que tenga tanta influencia en la difusión de información y el intercambio de ideas, y su presencia ha sido esencial para revoluciones como la Primavera Árabe. Sin embargo, después de que el magnate Elon Musk se hiciera con ella en 2022 a cambio de 44.000 millones de dólares, no solo ha empeorado cualitativamente en su utilidad como herramienta informativa, sino que también se ha convertido en una plataforma de difusión masiva de bulos y consignas extremistas conforme su propietario se ha radicalizado en sus ideas políticas. Sin embargo, sigue siendo el lugar donde instituciones, políticos y empresas divulgan información y contactan con los ciudadanos, a la par que una forma de entretenimiento imprescindible para millones de personas. ¿Ha terminado la era de Twitter? ¿Hay que marcharse de la plataforma? El periodista Thiago Ferrer y el ensayista y comunicador político Roger Senserrich debaten sobre el tema.


Tu contenido le da crédito a Elon Musk

THIAGO FERRER MORINI

Antes de nada: esto no es un reproche. Twitter, lo que fue Twitter, fue para mucha gente una parte importantísima de sus vidas, un sitio en el que hicieron amigos o formaron parejas e incluso familias, un lugar donde encontrar una comunidad o montar una, descubrir canciones, compartir pasiones, levantarse en armas. Algo tan fundamental para la vida de uno no se abandona a la ligera. Cada uno lleva el duelo como puede y le deja el cuerpo.

Y sí, la palabra es duelo. Y de Twitter se habla en pasado. Porque cuando Elon Musk le cambió el nombre a la plataforma que había comprado por 44.000 millones de dólares hizo algo más que rebautizarla. Le cambió el propósito.

Es difícil saber para qué quería Elon Musk hacerse con Twitter y qué quiere hacer de X, porque su opinión parece cambiar cada rato, pero la sensación que da es que lo que quiere es no solo ser el hombre más rico del mundo, sino el más influyente por ser el más rico. Es por eso, quizás, que ha abrazado con tanto ímpetu el trumpismo, que al fin y al cabo es un movimiento que celebra la falta de límites de los multimillonarios. “Te dejan hacerlo. Puedes hacerles lo que quieras”, dijo el propio Trump cuando pensaba que nadie le estaba oyendo.

Es esa la tirria que Musk dejaba entrever en el viejo Twitter. Nadie le trataba especialmente por ser el hombre más rico del mundo. Su chip azul de verificación era el mismo que el de otra gente. Y, lo que es peor, las burlas contra él obtenían tanta repercusión o más que sus propios tuits. Todo eso, sin duda, pesó mucho en su decisión de comprar la empresa.

Musk promete que a largo plazo su objetivo es que X sea “la aplicación para todo”, igual que ha prometido el Hyperloop o colonizar Marte. Pero, mientras ese día llega, el objetivo de la aplicación es que su dueño pueda presumir de que tiene la plataforma más influyente del planeta y esparcir en ella sus ideas. ¿Y por qué no iba a hacerlo? La decisión más importante de la carrera política de Joe Biden, presidente de Estados Unidos, fue anunciada en X. Las redes de transporte público advierten en ella de sus incidencias, mientras que las agencias gubernamentales avisan de terremotos y tempestades. Ministros, famosos, deportistas, todos sueltan sus novedades en la red de Musk. Y cada uno de ellos confirma la relevancia de su propietario.

¿Pero quién está leyendo? Pues un público cada vez más impacientado con las deficiencias de la plataforma, toneladas de bots y sufridos periodistas que, para encontrar las noticias, tienen que entrar con un machete para encontrar las novedades entre anuncios, personalidades creadas con IA, cualquiera que tenga cinco euros y ganas de casito y los desvaríos del propio Musk, cuyo contenido es más racista, sexista y trumpista cada día que pasa.

Esto es para lo que sirve X hoy en día. Y publicar en ella es obligar a todo aquel que quiera saber qué es lo que está ocurriendo a tragarse, quiera o no, todo ese cenagal. Cualquier institución, medio, político o periodista debería preguntarse si es eso lo que quiere, si quiere que, para que sepan lo que quiere decir, sus amigos, sus clientes, sus lectores, tengan que pasar para leerlo por un deepfake de Kamala Harris y un anuncio de criptomonedas. Y eso en el ya no tan seguro caso de que los algoritmos le dejen siquiera aparecer en el timeline.

Es la pregunta que se están haciendo los departamentos de Marketing de miles de empresas: si, por razones obvias, no tienen una presencia institucional en páginas como 4Chan o Forocoches, ¿por qué siguen en X, que se está convirtiendo en un equivalente de sus contenidos a pasos agigantados?

No compensa. Los alcaldes de Barcelona y París han dejado de publicar. Las alternativas ya existen (algunas de ellas, como Mastodon, tienen la ventaja adicional de que están aseguradas ante la posibilidad de que aparezca otro Musk en el futuro) y ya hay instituciones, como la Comisión Europea, en ellas. Los mismos procesos de creación de comunidades, de difusión de historias, de encontrar amistades e intereses, ya están en marcha.

Twitter ya no existe. Los que lo conocimos lo echamos de menos. Pero ya estamos a otra cosa.

Thiago Ferrer MoriniRoger Senserrich

Stanislav Kogiku (SOPA Images/ LightRocket/ Getty)