13 diciembre 2024

La lucha diaria de los profesores contra la desinformación: “Si les contradices, se reafirman en el bulo”

La dana ha multiplicado los mensajes falsos que llegan a las aulas. La UE animó a los Estados a impulsar la alfabetización mediática y aunque en España no falta normativa, cada centro va por libre

Hace una década en Finlandia comenzaron a poner en marcha decenas de iniciativas para frenar las campañas de desinformación orquestadas por Moscú, con talleres para que los escolares desarrollen un pensamiento crítico y aprendan a verificar datos. La ley Celaá y normativas posteriores aluden en España a la necesidad de incluir en los temarios estas herramientas, pero cada autonomía va por libre y, aunque se supone que en los centros se hace una evaluación inicial y otra final del razonamiento de cada alumno, queda mucho que hacer en alfabetización en medios; y eso que la Unión Europea propuso a los Estados en 2008 la inclusión de la asignatura Educación mediática en la planificación escolar. La dana de Valencia ha destapado la peor oleada de bulos entre adolescentes que se recuerda, ni siquiera fue mayor en pandemia; aunque también riadas de chicos se han acercado a ayudar como voluntarios.

El 60% de los adolescentes utiliza en España las redes sociales para informarse, figuran al mismo nivel que la televisión y por delante de la prensa online (32%), el papel (5%) o la radio (9%), según un estudio de Save the Children. Estos días en X muchos profesores se llevan las manos a la cabeza por la reacción ante este drama de sus alumnos, enviciados con las redes sociales (en especial Tik-tok e Instagram). El 51% asegura que no sabría identificar “siempre” cuándo una noticia es falsa y un 56% recurriría a familiares y amigos para comprobar su veracidad, según la ONG. “Con 10-11 años empiezan con los rumores: ‘Este dice que tal…’. Y cuando entran a secundaria, prestan atención a lo que se dice en casa, tienen móvil y comienzan los bulos”, razona Isabel Luque, profesora de un instituto público en Jaén. “El problema es que perpetúan el discurso que les imponemos los adultos cuando ellos no tienen capacidad [crítica]. Por ejemplo, se ha politizado tanto el idioma que, cuando al estudiar las variedades del idioma hablas del catalán, se genera un rechazo completamente injusto”.

Juanjo, profesor de secundaria en la Costa del Sol, encarna un caso extremo. Ha recibido amenazas de muerte tras compartirse en Forocoches un hilo suyo de X: “Vamos a buscarte a la puerta de tu colegio y darte un tiro por rojo y maricón como a Lorca”. El caso está ya en manos de una fiscal de delitos de odio y ha recibido todo el apoyo del instituto al que exigieron su despido. “Decirle a los chicos que no se puede matar al presidente del Gobierno, no me parece nada grave”, se justifica con sorna. Durante su “peor semana como docente” (cuando ocurrió la catástrofe ambiental) se cansó de explicar a sus pupilos que no se puede pegar a los políticos, que la dana no la provocó un barco marroquí con unas antenas muy grandes para llenar los supermercados de sus frutas y verduras o que es falso que no se ha podido mandar dinero a Valencia porque se ha destinado a una “paguita” para los inmigrantes ilegales (la mitad de sus escolares son de origen extranjero).

“Y luego está la percepción de la gente de que en los institutos formamos a pequeños Stalin, que adoctrinamos, cuando yo no hablo de política”, se desespera Juanjo. Entre los objetivos a cumplir en sus asignaturas, imparte Geografía e Historia, está que estos aprendan a discernir la información fiable, “pero no puedo detenerme a decirles todo lo que es mentira de sus comentarios, porque no daría el temario”. Ellos “quieren ser youtubers, vivir en Andorra y no pagar impuestos, ser mujeriegos”, mientras ellas son algo menos crédulas de los bulos, según distintos estudios.

En el Estudio Internacional sobre Competencia Digital (ICILS), publicado el pasado martes, los alumnos españoles se posicionan a mitad de la tabla, pero no llegan al nivel superior (el 4), reservado para una minoría de Corea del Sur (6,4%) y Taiwán (el 2,8%). Estos alumnos aventajados “valoran la utilidad de la información y evalúan su credibilidad y fiabilidad basándose en su contenido y probable origen”, según la Asociación Internacional para la Evaluación del Logro Educativo (IEA) que elabora el estudio. Las patrañas parecen pues un problema de orden mundial.

En 2022, el movimiento Teacher for Future Spain editó un libro y dosieres didácticos para los profesores. “Queremos que los alumnos entiendan que, muchas veces, estas fake news aparecen para potenciar el discurso del odio y que se usan básicamente estrategias bastante simples que acaban permeando. Buscan la parte emocional de las personas”, sostiene su coordinadora, Miriam Campos Leirós. “Les proponemos a los chicos actividades para que creen sus fake news, que se den cuenta de qué tienen que hacer, y luego estas se mezclan con noticias verdaderas y tienen que aprender a diferenciarlas”, continúa esta maestra en Galicia. “Para lograrlo se les da unas pautas: fíjate en el titular, en la fecha, contrasta la información y la fuente…”.

A Isabel Luque una compañera de su instituto en Jaén le pidió que, como profesora de Ciencias Sociales, tratase el tema de la política en la gestión de la dana, porque los alumnos se hacían preguntas poco encaminadas. La docente planteó entonces a los escolares el tradicional juego del teléfono escacharrado, en el que se van contando la “misma” historia unos a otros hasta llegar al final y comprobar que se ha desvirtuado. Empleó la fábula del triple filtros atribuida a Sócrates, en la que este pregunta a un discípulo tras un rumor sobre él mismo: ¿Quién te lo ha contado? ¿Es bueno? ¿Era necesario? “Si no es verdadero, ni bueno, ni necesario… sepultémoslo en el olvido…”, concluye el filósofo.

Ellas más maduras y empoderadas

Juanjo es pesimista: “Si tú les contradices en un bulo, se reafirman en su planteamiento. Se rebelan porque quien dice la verdad es Vito Quiles o un influencer”. El italiano Luca Tancredi Barone, profesor de Matemáticas en una escuela de máxima complejidad de Barcelona de familias multiculturales de muy pocos recursos, comparte esta sensación. “Parece que, en lugar de desmontar el sesgo, lo que haces es reforzarlo”. Recuerda una vez que en otro centro acudió a una obra de teatro sobre el machismo y el consentimiento con sus alumnos y después se estableció un debate con los adolescentes. Ellas les reprendían, “son más maduras y están empoderadas”, y ellos “estaban encerrados en el machirulismo”.

El instituto escuela de Barone, que ha trabajado también como periodista, entró en una red, Centres Desfake “que organizan con Verificat ―una asociación catalana que se dedica a la verificación― cursos para formar líderes en la comunidad educativa en la lucha contra la desinformación. Lo hicimos, compartimos con nuestros compañeros y compañeras la información, y tenemos recursos… Los chicos tienen que aprender a hacerse preguntas, porque reciben información pasivamente”. A este astrofísico no solo le inquieta que no tengan las “herramientas para discernir, es que tampoco son conscientes de la basura que les llega”. Tancredi Barone pide más recursos y “alianzas sociales, porque es un problema que debíamos afrontar como sociedad. Parecemos los profesores bomberos y cada uno con un vasito de agua”.

El relato de Juanjo y Barone describe un ambiente especialmente complejo, pero el debate se da en cualquier escenario. Inma, profesora particular de inglés, vivió la experiencia con un alumno de 13 años que repite como un mantra los razonamientos de Daniel Esteve, el dueño de Desokupa, quien alimentó el rumor de que el Gobierno estaba sacando a escondidas cuerpos del aparcamiento de Bonaire. “Creo que como docentes tenemos que saber educar en la verdad y más aún en estos tiempos donde por redes sociales está la mentira más accesible. Por desgracia, la mayoría de padres no sabe qué contenido consumen sus hijos y no lo controlan; por eso hay que intervenir, en este caso desde el aula”.

Elisa Silió

FOTO: Dos chicas usan el teléfono móvil, el pasado febrero en Barcelona.David Zorrakino / Europa Press (Europa Press)