22 diciembre 2024

El franquismo construyó de la nada 300 poblaciones para dar casa y trabajo a campesinos sin tierra. Una decena están en Granada

Las casitas bajas con la fachada encalada, su amplio patio y las ventanas de madera verde de El Chaparral, alineadas en una cuadrícula perfecta a la sombra de la imponente torre de la iglesia –visible desde la A-44–, cuentan una historia que ni siquiera conocen algunos de los habitantes más jóvenes de este anejo de Albolote. Una historia antigua que comenzó en los años 30 del siglo pasado y tuvo como protagonista al mismísimo Francisco Franco: tras inaugurar el pantano de Cubillas –una de sus actividades favoritas–, el generalísimo visitó la localidad pocos días después del devastador terremoto de 1956, que destruyó decenas de casas, y prometió expropiar 1.500 hectáreas de la finca de los marqueses de Ibarra para distribuirlas entre 160 agricultores y sus familias. Cambiarles la vida costó 66 millones de pesetas de entonces que los colonos tardaron cuatro décadas en devolver al Estado con el sudor de su frente.

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La colonización agraria del franquismo fue un ambicioso proyecto del régimen para enterrar la reforma agraria de la II República y, al mismo tiempo, acabar con el hambre y la miseria que asolaban el campo español tras la Guerra Civil. Se trataba de devolver las fincas expropiadas por los ‘rojos’ a sus ‘legítimos’ dueños –en Andalucía, grandes terratenientes– y después comprárselas para dividirlas en pequeños lotes con los que convertir en propietarios a campesinos sin tierra y convertirlas en regadíos más productivos, previa construcción de infraestructuras como embalses y canalizaciones. El régimen copió el modelo de la Italia fascista, pero que Roosevelt ya había llevado a cabo en Estados Unidos en los años veinte: el fin era producir trigo, mucho trigo, para alimentar a una población hambrienta.

En aquel proceso, que se prolongó desde 1939 a 1975, el Instituto Nacional de Colonización (INC) levantó de la nada 300 pueblos en todo el país –la mayoría en Andalucía y Extremadura–, proyectados por más de doscientos agrónomos, arquitectos e ingenieros, y repartió medio millón de hectáreas entre unas 60.000 familias.

A once de esos pueblos sin pasado se dedica ‘La tierra prometida. Historia y memoria de la colonización franquista en la provincia de Granada’ (ed. Comares, 2023), coordinado por Claudio Hernández Burgos, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Granada.

Uno de los pioneros fue el de Láchar, donde en 1943 se amplió la localidad ya existente. Desde entonces y hasta finales de los sesenta le siguieron Fuensanta (anejo de Pinos Puente), Peñuelas (Láchar), El Chaparral (Albolote), Loreto (Moraleda de Zafayona), Romilla la Nueva (Chauchina), Carchuna, Calahonda y El Puntalón (Motril), Buenavista (Alhama), y Cotílfar y Cañatalba Alta, en Domingo Pérez. Arriba, Claudio Hernández Burgos, ante la iglesia del pueblo. A la izquierda, el pueblo en los años sesenta, A la derecha, monumento municipal a los colonos. Ramón L. Pérez/Instituto Nacional de Colonización

Todos tienen algo en común, porque el INC imprimía a sus creaciones un mismo esquema, con su plaza central para los poderes públicos, así como su escuela y su iglesia. Además, las casas tenían huerto, cuadra, granero o pajar, e incorporaban todas las comodidades ‘modernas’ –como el salón, la electricidad, el agua caliente y el retrete–, un sueño para unas familias que hasta entonces habían vivido hacinadas en cortijos, casas viejas, chozas y hasta cuevas.

Proceso de selección

¿Cómo se elegía a los ‘afortunados’ entre los candidatos a colonos? En teoría, el INC lo hacía por sorteo entre una lista de aspirantes con criterios muy concretos:«Número de hijos varones –como mano de obra–, experiencia en el regadío, ausencia de taras hereditarias fisiológicas o defectos físicos, moralidad y conducta aceptables».

Sin embargo, subraya el profesor, la selección incluía cierto grado de arbitrariedad, ya que se tenían en cuenta los antecedentes políticos de los solicitantes, el aval de sus ‘padrinos’ y la opinión de los poderes locales. Además, había un periodo de prueba de cinco años.

«El campo granadino era entonces miserable y los colonos recibieron viviendas modernas» Claudio Hernández Historiador

No solo las viviendas eran distintas en función del tamaño de la familia; también los lotes de tierra eran bastante desiguales. En Láchar, por ejemplo, los había de dos tipos:unos con 1,30 hectáreas de regadío, 3,36 de olivar y 15 de secano, y otros, con solo 1,30 hectáreas de regadío, recoge ‘La tierra prometida’. Además, se les entregaban semillas y animales para producir leche y carne y para las labores del campo.

Nada era gratis: los colonos debían realizar pagos periódicos al Instituto Nacional de Colonización, a veces en dinero y a veces en especie: ganado, cosechas o semillas:«Si te habían dado una vaca, cuando tuviera una ternera debías entregarla para otra familia», recuerda Francisco Suárez, hijo de un colono de El Chaparral.

Éxito propagandístico

La colonización agraria permitió sobrevivir durante unos años a las familias ‘agraciadas’ y modernizar una pequeña parte del campo español: en Granada, apenas 600 hectáreas. Sus principales beneficiarios fueron los grandes propietarios a los que se pagó un buen dinero por fincas poco rentables mientras conseguían infraestructuras de regadío gratis para el resto de sus tierras.

Fue una gota en el océano. Su alcance se limitó a unos pocos cientos de miles de campesinos –el 2% de la población activa agraria– y no evitó que millones de españoles del campo empujados por el hambre emigraran al norte del país y al extranjero. Los lotes adjudicados ni siquiera fueron suficientes para mantener a todos los hijos de los colonos una vez que creaban sus propias familias. Arriba, vista aérea de Peñuelas, anejo de Láchar. A la izquierda, trabajos de preparación para un regadío. A la derecha, calle de acceso a Peñuelas (Láchar). Instituto Nacional de Colonización

Tampoco hay que olvidar que, como todo en el franquismo, la colonización agraria tenía un claro objetivo de glorificación del régimen. Para la dictadura, recalca Hernández, fue un éxito propagandístico. «Para los colonos, en general, fue positivo, en cuanto que recibieron viviendas modernas con muchas facilidades comparadas con el ámbito rural de aquellos años: el campo granadino era entonces verdaderamente miserable –explica el profesor–. Sin embargo muchos consideraban que se habían convertido en propietarios gracias a su esfuerzo personal».

También eran conscientes del fuerte control político y social al que estaban sometidos en aquellas comunidades artificiales, que se plasmaba en las plazas de estos pueblos de urbanismo racionalista: allí estaban el ayuntamiento, el cuartel de la Guardia Civil, el local de la Sección Femenina, el Frente de Juventudes falangista y las dependencias de los capataces y mayorales del INC.

«Hay en España mucha gente que piensa que estos pueblos son un ejemplo de que ‘Franco hizo cosas buenas’» Antonio Cazorla Historiador

Así lo confirma Antonio Cazorla, catedrático de Historia en la Universidad de Trent de Ontario (Canadá) y autor de ‘Los pueblos de Franco. Mito e historia de la colonización agraria en España’ (ed. Galaxia Gutemberg, 2024). «Desde el punto de vista de la propaganda, la colonización agraria cumplió sus objetivos. Hay en España mucha gente que piensa que estos pueblos son un ejemplo de que ‘Franco hizo cosas buenas’», señala.

Otra cosa fueron los objetivos económicos: el informe del Banco Mundial de 1962 aseguraba que la colonización apenas había logrado expandir los regadíos y aumentar la producción agraria. Tampoco terminó con la pobreza en la España rural: «Fueron, primero, la emigración masiva a las ciudades y a Europa y la introducción de nuevas fórmulas y técnicas capitalistas, las que cambiaron el panorama social del campo español», resalta Cazorla.

La supervivencia de estos pueblos es desigual. Queda el legado urbanístico y arquitectónico, aunque en algunos de ellos reformas descabelladas han roto la uniformidad de aquellas calles. Las poblaciones humanas han corrido peor suerte, asegura el profesor Cazorla: «Hoy en día, más de dos tercios de los pueblos de colonización están en franca regresión demográfica». Son bonitos, pero cada vez están más vacíos.

Inés Gallastegui

FOTO: Casitas encaladas en el pueblo de colonización de El Chaparral (Albolote). Ramón L. Pérez

https://www.ideal.es/granada/once-pueblos-granadinos-pasado-20241209000051-nt.html