9 enero 2025

¡Ya vienen los Reyes Magos! por Javier Castejón Médico y escritor

Alguien le fue a Alicia con el cuento de que los Reyes Magos no existen, que en realidad son los padres quienes, en esa noche mágica, traen y colocan juguetes por los rincones de la casa.

En enero de aquel año Alicia cumpliría siete años, y aquella confesión no solicitada ni deseada le llegó de los labios de un amigo mayor ‘bien intencionado’ que solo pretendía acabar con el mito y el supuesto engaño acerca de la historia mágica que todos los primeros de año, desde que ella recordaba, la llenaba de una emoción expectante que incluso le hacía difícil conciliar el sueño.

Fue entonces cuando el asombro que le indujo aquella declaración la sumergió en un estado de incredulidad con el que le resultaba difícil de lidiar. Ahora ya no sabía qué pensar. ¿Cómo es que los Reyes Magos son los padres, si precisamente sus padres eran los que le avisaban de que se acercaba la comitiva mágica cargada de regalos y buenas noticias? Era Navidad y desde hacía más de dos o tres semanas todo el mundo hablaba de esa estrella mágica cuya función no era sino guiar a los reyes hasta el portal de Belén, ¿Cómo iba a ser mentira todo eso?

Pronto empezaría a despuntar la mañana del día 6 de enero, que nunca fue un día cualquiera hasta donde alcanzaba la corta memoria de Alicia. Ya no sabía qué pensar, salvo en la historia, en aquel enero en que cumplía certeza de que su ilusión, y ahora también su incertidumbre, eran ciertas.

En 1978, un trabajo pionero realizado por la investigadora Jacqueline Wooley, de la Facultad de Psicología de la Universidad de Texas, reveló que los niños que creen en la existencia de estos seres mágicos durante más tiempo terminan siendo, en promedio, adultos más felices. «Creer en seres mágicos durante la infancia favorece nuestra felicidad incluso cuando ya somos adultos», concluía su estudio.

Según sus investigaciones, el 85% de niñas y niños de cuatro años creen sinceramente en la existencia de estos seres mágicos. Este porcentaje se reduce al 65% a los seis años, y a solo el 25% al alcanzar los ocho. Pues bien, hasta la edad de ocho años, cuanto más tiempo se cree en la existencia de la magia navideña, más probabilidad hay de que al alcanzar la edad adulta, sean felices.

En estudios posteriores de esta misma investigadora se demostró algo también crucial: creer en seres mágicos durante la primera infancia no implica en ningún caso que al alcanzar la edad adulta, estos niños y niñas vayan a ser supersticiosos, algo que sin duda puede preocupar a algunas familias. La preadolescencia se encargará de ponerlo todo en su sitio, de que aprendan a distinguir entre fantasía y realidad.

Otros estudios sustentan estas conclusiones. El biólogo evolutivo de la Universidad de Oxford, Richard Dawkins, afirmaba en un ensayo de 1995, que los niños son inherentemente crédulos y predispuestos a creer cualquier cuestión.

Pero añade que esto no es sino una ventaja evolutiva, y que el simple hecho de razonar por sí mismos, normalmente entre los seis y ocho años de edad, va a estimular zonas de su cerebro cruciales en la edad adulta, refiriéndose en concreto a la corteza prefrontal implicada en la capacidad de reflexión.

Pero la neurociencia ha llegado más lejos aún en sus estudios sobre el espíritu navideño. En 2015, Hougaard y Lindberg, investigadores de la Universidad de Copenhague demostraron la existencia de lo que llamaron la «red neuronal del espíritu navideño». Utilizando técnicas de rastreo cerebral, demostraron que la ilusión y la magia que rodea estas fiestas, activan específicamente diversas áreas cerebrales, especialmente el lóbulo parietal implicado en la integración e interpretación de la espiritualidad.

En este sentido es pertinente precisar que la neurociencia cognitiva no entiende la espiritualidad como sinónimo de religiosidad ni cualquier otro tipo de credulidad irreflexiva, sino como un sentimiento de pertenencia a un todo más amplio, relacionado con la sociabilidad y la empatía. Y ambas, sociabilidad y empatía, nos permiten inferir mejor los estados emocionales de los demás e incrementar la percepción subjetiva de bienestar.

A la vista de estos datos, es evidente que Alicia, la protagonista de nuestra historia, en aquel enero en que cumplía siete años, se debatía entre creer la confesión de su amigo o perseverar en la ilusión de presentir la mágica presencia de los reyes colocando juguetes en el salón de su casa en aquella noche cargada de ilusión.

Al albur de lo que afirman los neurocientíficos, no solo estaban desarrollándose aéreas específicas del cerebro de la pequeña, sino que ella estaba creciendo en capacidad de análisis discriminatorio entre realidad y fantasía y, lo que es más decisivo aún, en sentido de la integración y espiritualidad. Todos estos estímulos neurosensoriales habrían de hacerle más fácil la felicidad y la empatía en la vida adulta.

Incluso los padres y abuelos que la rodeaban mirándola embelesados aquella mañana del seis de enero mientras desempaquetaba regalos, sentían en aquellos momentos como la «red neuronal del espíritu navideño» escondida en sus propios cerebros, se despertaba ante tanto estímulo, tal como predijeron losinvestigadores de Copenhague.

Dicho lo anterior, cabe preguntarse, dada la duda razonable que persiste al respecto, si no están ocultos tras la «red neuronal del espíritu navideño» estos reyes mágicos, cuyo presentimiento es desde hace más de dos mil años, capaz de despertar la ilusión de los niños y la ternura de los adultos.