16 marzo 2025

LO QUE CAMBIÓ

El teléfono se encargará de recordarlo. “5 años desde…” titulará el montaje, o quizás, “Marzo 2020: Momentos”, si la IA se pone cursi. Dependiendo del modelo, le pondrá musiquilla y hasta animación a las fotos: los niños mirando por la ventana la calle vacía, una reunión por Zoom de gente bebiendo vino, pantallazos de cosas del curro, alguien limpiando una manzana y un brik de leche con hidroalcohol.

Cuando vuelve lo cotidiano de aquellos días, hay cosas monas. La mirada agradecida a la cajera del súper (o simplemente la mirada, hay quienes antes ni la veían) o la complicidad con los del balcón de enfrente durante los aplausos. Y los aplausos mismos, claro. Hubo una ola de solidaridad que movió redes vecinales y salieron muchos ejemplos de humanidad en los telediarios, entre los muertos y el duelo, dando color y calor también.

En las casas, además de dramas, enfermedad y agobio, no todo fue soledad, algunos se sintieron más cerca estándolo. Más libres en el encierro, con tiempo para pensar más, quererse mejor o cultivar masa madre… ¿Cuántos rodillos abandonados habrá en el fondo de los últimos cajones?

Porque, ¿qué nos quedamos de todo aquello? ¿Es distinta nuestra forma de relacionarnos, de amar o de encontrar propósito en esta versión del multiverso en la que una pandemia global reventó lo que era normal? Según los expertos, hubo mucha epifanía individual pero poco cambio social profundo. Y parece que ganó la suspicacia frente al prójimo, la ley del más fuerte y el discurso más loco, tanto que a veces dan ganas de volver a encerrarse solo por el silencio.

A medio plazo ha crecido el hiperindividualismo y la división, según el 72% de los estadounidenses la covid separó aún más al país, solo un 11% cree que les acercó a sus compatriotas. En España, somos más de quedarnos igual: según el INE, “la experiencia general de la vida” ha caído levemente, un 1.4%, desde antes de la pandemia y dice la encuesta que somos un poco menos felices, pero aun lo somos bastante. Igual porque cinco años después no nos acordamos mucho de lo más raro que nos ha pasado en la vida. Por ahora.

Agustina Canamero, de 81 años, y Pascual Pérez, de 84, se abrazan y se besan a través de una pantalla de plástico para evitar contraer el coronavirus en una residencia de ancianos de Barcelona. EMILIO MORENATTI

Un nuevo modelo de residencias para mayores y falta de dinero

Fernando Peinado

Quizás nunca se habló tanto de residencias de mayores hasta que llegó la pandemia. El dolor por las muertes fue respondido con promesas de mejorar la atención en la etapa final de la vida, como si la mala conciencia se hubiera apoderado de los gobernantes. Políticos y expertos hablaron de construir residencias más pequeñas con habitaciones individuales y de aumentar las plantillas de cuidadoras, haciendo suyas reivindicaciones de un movimiento que había surgido antes de la crisis sanitaria y que abogaba por poner a la persona en el centro, es decir, poner la autonomía del mayor por delante de los horarios y condiciones que convienen a la empresa. El problema es que casi todas esas mejoras cuestan dinero y, cinco años después, muchos se preguntan si realmente ha cambiado algo.

Los críticos apuntan que el mejor ejemplo de que seguimos igual es un acuerdo del Gobierno y las comunidades autónomas en 2022 que dictaba unos mínimos de calidad, y que no se ha cumplido. El conocido como “Acuerdo Belarra”, por la ministra de Derechos Sociales Ione Belarra, contó con la oposición de patronal y algunas comunidades autónomas que no lo firmaron. Por ejemplo, ese pacto impedía construir residencias de más de 120 plazas, pero siguen abriendo centros con mayor capacidad.

El Gobierno también lanzó un Plan de Choque para inyectar fondos al sistema de la dependencia, que incluye a las residencias. Esto ha aliviado a las comunidades autónomas, sobre las que recae el peso mayor. De todos modos, la Asociación de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales reprocha que, según el presupuesto liquidado en 2023, el Gobierno solo aportó el 28,5% de los recursos, lejos de lo estipulado por la Ley de Dependencia, que pide que las autonomías aporten al menos lo mismo que la administración central. España solo dedica el 0,8% del PIB a la dependencia, según esta asociación, que dice que la media de la Unión Europea es del 1,7%.

No ha habido un cambio radical, pero sí pequeños avances, responde Josep de Martí, el director del mayor portal del sector, Inforesidencias. “El Acuerdo Belarra” ha quedado en papel mojado, pero las mejoras se notan por ejemplo en que algunas comunidades exigen mayores requisitos de calidad a las empresas que quieran ofertar plazas concertadas a cambio de fondos públicos.

“En mi opinión la calidad de vida de los residentes en comparación con lo que se paga en España está muy bien”, dice de Martí. “Estamos lejos de los niveles de atención de Escandinavia, pero los precios son mucho más bajos”, dice este experto, que recuerda que si queremos mejores cuidados hará falta más dinero.

FOTO: Las asociaciones de vecinos de Aluche (Madrid) atienden a familias sin recursos. INMA FLORES

https://elpais.com/sociedad/2025-03-14/lo-que-la-pandemia-nos-cambio.html