«Candil candilón, cuéntalas bien» por Juan de Dios Villanueva Roa
Ya estamos a finales de agosto, mes de los incendios que han mostrado la imprevisión de los gobiernos. Regresaremos a una normalidad que muchos temen. No por las labores rutinarias, más bien por volver a encarar la realidad que igual no es tan deseada. Cada cual vuelve a sus cosas y obligaciones, afronta y se enfrenta a sus verdades. Y aquellas secuencias vitales, que siendo queridas también pueden ser temidas, están ahí, aguardando entre las horas del reloj, ese que no mueve sus agujas, pero que marca nuestras vidas. Quienes son mayores observan tal vez impávidos este paso del tiempo, este mimetismo de vivencias que comienzan y terminan en alcanzar al día siguiente, tal vez deseando en sus fueros íntimos que la naturaleza concluya su labor.
Nuestra sociedad no se ocupa de sus mayores, decididamente intenta esquivar desde los gobiernos sucesivos esta situación, convirtiéndola en un problema que resuelven como pueden las familias. Es indignante comprobar los tiempos de designación de ayudas, la cuantía de estas ayudas y los silencios que envuelven a las situaciones que se plantean cada día ante los servicios sociales, y no por quienes en ellos trabajan, personas que dan su vida intentando resolver escenarios con frecuencia dolorosos, pero que encuentran la iniquidad de los gobernantes, en estos casos autonómicos, que lanzan balones fuera y dedican minúsculos recursos a quienes cada cuatro años piden el voto e incluso mueven entonces cantidades de dinero para trasladarlos hasta las mesas electorales. Y ya basta, habría que decirles, que son algo más que votos, son nuestras raíces. Merecen la mayor consideración, y aquí la clase política gobernante hace aguas por su ridiculez y estulticia. Tal vez esa sea su talla, de ellos y de quienes los justifican.