Atarfe, 2 de septiembre de 1934.

Con lo que está cayendo, quise hablar del pájaro espino… Pensándolo mejor, me entraron ganas de dialogar sobre la mar salada; alguien me tocó en el hombro.

Viendo que ya no me quedaba tiempo, mi punzón se puso a escribir en sistema Braille sin saber dónde me conduciría: en la Placeta del Señorito, el personal se agolpaba, la noticia invadió a todo el pueblo. En la centralita de Angustias López se había recibido la noticia desde la capital.

El sol iba despidiéndose de los edificios más altos de la calle Real. Algunos preguntaban por su nombre, se referían al Atarfeño; otros, sabían que se trataba de Miguel Morilla, un novillero con grandes posibilidades.

Los grupos de personas agrupadas en la Placeta del señorito, no dejaban de fumar ni de hacer comentarios en voz baja. A lo lejos, alguien con muy buena vista, observó que por el camino de la noria Ruano, se levantaba algo de polvareda. Un chaval de unos 15 años comentó:

-¡Por allí viene, por allí viene!-.

Al rato, la gente hacía hueco a un coche negro con radios de madera, en su interior, Atarfe había perdido una futura promesa.