Pero ¿quién no quiere ser profe?
Estos días me he topado con una noticia que a buen seguro es uno de esos bulos que corren por ahí: faltan profesores en secundaria y el abandono de docentes de todos los niveles es cada vez más preocupante. La situación se agravará en breve, ya que no hay cantera para relevar a los que rondamos los cincuenta y nos jubilaremos, si no nos matan antes a disgustos, en pocos años. La noticia tiene que ser, como digo, una patraña, purito fake news: ¿Quién no quiere ser profe, si nos pegamos la vida padre con nuestros diecisiete meses de vacaciones al año, con esos horarios que nos permiten estar en casita a las cinco en el peor de los casos, con esos pedazo de puentes de los que disfrutamos una semana sí y otra también? ¡Pero si es un chollazo!
Bueno, existe un pequeño hándicap y es que nos cambian las leyes con tanta frecuencia que apenas hemos terminado de leer la última cuando sale otra más moderna, más europea, más innovadora, más esta sí que sí que es la buena, te lo juro por Montessori. Y venga, a aprenderse los cambios de nomenclatura y a reescribir programaciones y a diseñar plantillas de evaluación al gusto del político de turno. Ningún problema. Pa eso estamos. Lo mismo luego no nos da tiempo de programar como toca la atención a la diversidad en el aula, pero eso forma parte de nuestra incompetencia de serie, de qué vas a quejarte con lo bien que vives.
Matizo: que vives o que no vives. Porque no quisiera ponerme dramática pero es posible que esa huida de muchos maestros de la que, dicen, hace gala la juventud, nazca de la indefensión ante las agresiones verbales y físicas, que son cotidianas en los centros escolares. Así, como recordatorio, y para que se vea que el asunto no es trivial, a finales del curso pasado apuñalaron a un docente a la salida de un instituto de Barcelona al grito de “Toma, profe, por listo”, y en 2023 un alumno hirió a una profesora y mató de una puñalada al compañero que acudió a atenderla.
Quizás, si me creyese el bulo, diría que la peineta con la que potenciales educadores responden a la posibilidad de trabajar en nuestras aulas guarda relación con el desprecio hacia el profesorado que desprende la clase política. Cuando algunos medios se han hecho eco de las imágenes y los datos personales de maestras y maestros para su escarnio público, la respuesta de las instituciones ha sido más bien tibia a la hora de defender al personal. Sucedió durante el Procés, con nueve docentes a los que El Mundo acusó de un delito de odio, que jamás cometieron, hacia hijos de guardias civiles y, más recientemente, con una profesora de Mallorca que exigió a un alumno que descolgara la bandera de España del aula durante el Mundial, pues solo se permitía exhibirla durante las jornadas en las que jugase el equipo patrio.
Tampoco ayuda que unas veces el PP, otras Vox, y otras los dos de la manita, llamen “adoctrinar” a enseñar los valores propios de un país democrático o “corrupción de menores” a la educación en igualdad. Imagínense si nuestras instituciones, además de asegurar que esclarecerán lo ocurrido cuando se acosa a un o una docente, dieran un golpe en la mesa y dijeran que por supuesto que el profesorado tiene la obligación de cumplir y hacer cumplir la normas de convivencia y los valores democráticos, digan lo que digan Feijóo, Abascal y el resto de la tropa. Puede que si la sociedad no percibiese nuestra fragilidad ante la jauría, si observase una respuesta contundente cuando se atenta contra nuestra dignidad o se entorpece nuestro trabajo, no hubiera tantos remilgos a la hora de dedicarse a la enseñanza.
Yo qué sé. Me gusta imaginar unos dirigentes que no se acobardan frente a la ofensiva de la ultraderecha más inculta, retrógrada y terraplanista contra el profesorado. Sin embargo, la realidad es la que es: muchas sentimos que, ante cualquier incidente que menoscabe nuestra dignidad o nuestra seguridad, no encontraremos apoyo más allá del que puedan proporcionarnos las compañeras y compañeros del centro escolar.
Y mejor no hablar de las comunidades donde los responsables de la Consejería de Educación forman parte de esa ultraderecha. A ver si no a cuento de qué iban a reprender a un maestro por vestir una camiseta con los colores de la bandera palestina, como ha sucedido en Alcorcón. Ah, y le han dicho que tampoco puede llevar la imagen de una sandía. Daría risa si no fuera porque es muy triste y porque, ya saben…faltan maestros. Al final no va a ser un bulo. Y supongo que, visto lo visto, a nadie le extraña.
Por Oti Corona
FOTO: Manifestación organizada por los sindicatos de enseñanza en Oviedo. Imagen de archivo.Jorge Peteiro / Europa Press
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