Sin justicia no habrá paz
Trump quería la medalla de gran pacificador, a pesar de haber sido el principal cómplice del genocidio, y el mejor amigo de Israel, como dijo Netanyahu. «Comienza la era de oro para Israel y Oriente Próximo», dijo en el parlamento israelí antes de dirigirse a Egipto como anfitrión del acuerdo. Una declaración para amortiguar el fracaso israelí y promocionar la imagen del amigo norteamericano como el único garante de su estabilidad y supremacía en la región. Si Israel ha firmado este acuerdo es porque sabía que no iba a vencer, aunque arrasase Gaza por completo. Este alto el fuego no es ni mucho menos una victoria de Israel, que nunca logró sus objetivos de acabar con la resistencia y liberar por su cuenta a sus rehenes. Así lo están diciendo abiertamente algunas voces desde el mismo gobierno, aunque el plan de Netanyahu sea venderlo como una victoria.
El plan firmado está plagado de ambigüedades que, lejos de poner fin al conflicto, augura una nueva era de tensiones en la que, eso sí, la causa palestina está más apoyada y legitimada, y la imagen y la estabilidad de Israel más maltrecha que nunca. La resistencia palestina celebra la firma del acuerdo porque pone fin al genocidio y demuestra que Israel no ha conseguido sus objetivos. Pero sabe que tan solo es un paréntesis en una carrera de fondo que no está dispuesta a abandonar. La prosperidad económica de Israel, su seguridad y su credibilidad están peor que nunca, y las críticas internas a Netanyahu por haber herido así su proyecto colonial para salvar su puesto, no han dejado de crecer, al tiempo que sus aliados lo ven cada vez más como un amigo tóxico al que mejor no arrimarse demasiado.
La paz que tratan de vender es un simple alto el fuego, pero no el fin del conflicto. Para el pueblo colonizado, para las víctimas del genocidio y del apartheid, la paz es la justicia, y todavía queda mucho camino para llegar a ella. Y en ese sendero, quienes posaban en la foto no son más que escollos y cómplices del victimario, por mucha retórica crítica que hayan usado para esquivar las protestas y la indignación de sus ciudadanos, horrorizados ante la inacción de sus gobiernos y la impunidad permitida a Israel. Por eso, que hoy hablen de paz y se atribuyan el mérito, es tan obsceno como hipócrita, y el mundo tiene memoria sobre el papel que cada uno de ellos ha ejercido durante todo este tiempo.
La paz nunca puede significar volver a lo anterior, a la normalidad de una ocupación y a la constante violación de la legalidad internacional y los derechos humanos. La paz no es que no lluevan bombas. La paz nunca puede significar volver a la jaula. La paz exige justicia y reparación, y en Palestina todavía están muy lejos de ella porque quienes hoy se felicitan por el acuerdo no tienen ninguna intención de facilitarla mientras mantengan al régimen israelí a cualquier precio. La paz sería ver sentados en el Tribunal de la Haya a los responsables del genocidio. Sería ver entre rejas a los políticos y militares que lo han promovido y celebrado. Sería romper toda relación con esta colonia y facilitar que los palestinos de la diáspora puedan regresar a su país, tal y como establece la legalidad internacional. La paz implica un compromiso que ninguno de los figurantes de la foto de Egipto está dispuesto a asumir.
Por Miquel Ramos
FOTO: Trump firma la paz de la guerra de gaza en Sharm el Sheij (Egipto)Suzanne Plunkett/DPA vía Europa Press