El lucrativo negocio del odio
Hay algo que deberíamos tatuarnos, a ver si no se nos olvida: Los machos violentos de internet nos atacan para lucrarse, ejercen violencia contra nosotras para enriquecerse.
Nada de ideologías, nada de construcciones políticas complejas: pasta y seguidores. Quienes difunden la misoginia lo hacen porque les da dinero. No hay misterio. Da dinero, fama y poder. Y en este mercado de las emociones, el odio es el producto estrella en este momento.
Los ultras y los violentos han convertido las redes sociales en su mejor escaparate. No es que sean unos hachas, es bastante fácil, porque las redes están diseñadas para premiar lo que daña, lo que hiere, lo que divide. Lo saben los algoritmos, lo saben los que los programan, pero sobre todo lo saben los que las usan para venderse.
Ahí se lucran los nuevos profetas de la masculinidad herida, los que gritan que las mujeres son el enemigo, que el feminismo les roba, que “todas mienten”, que la igualdad es una trampa. Se hacen llamar “coaches”, “mentores” o “creadores de contenido”, pero no son más que empresarios cochambre del resentimiento, especuladores de daño. Han descubierto que el machismo, bien envuelto en discursos de supuestas superación y libertad, les resulta la mar de rentable. Trafican con el dolor.
Millones de jóvenes los escuchan, los imitan, les pagan cursos, suscripciones o merchandising. Y, de paso, las plataformas se frotan las manos: cuanto más odio generan, más minutos de visualización, más anuncios, más pasta.
Esto no va de ideas, ni de debates, ni de política. Va de negocio. El algoritmo, como ellos, no entiende de ética, entiende de rendimiento. Y el rendimiento se mide en atención. La atención es el oro del siglo XXI. Si gritas más, si insultas con mayor ferocidad, si señalas con violencia extrema, el sistema te premia. Cada visualización es un voto para el odio, cada “me gusta” un pequeño ingreso. Es una economía del resentimiento perfectamente engrasada: tú sufres, ellos cobran; tú recibes odio, ellos se lucran.
Ahora este mecanismo infernal ha pasado de la manosfera a los partidos políticos, o sea a las instituciones. VOX ha dado el primer paso. El partido ultra señala y luego pasa la gorra. Que nadie piense que hay ideología en ello. Su odio nada tiene que ver con pensamiento alguno. Se trata de un modelo de negocio. Y lo más peligroso es que funciona.
FOTO: LladosX
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