Feministas 8-M reúne a mujeres que comparten sus testimonios, y los de sus hijas e hijos, y ponen de relieve todo lo que queda por avanzar.

No están solas. Mamá, uno de los términos, en la mayoría de casos, más bonitos que existen; sinónimo de hogar, protección, seguridad y amor. Ese amor que a veces se ve truncado por el rostro más cruel de la violencia machista, la que arrebata a los menores de sus madres, la violencia vicaria. Por eso, estás líneas van para aquellas que dieron el paso y le ponen nombre; las valientes que han hecho públicos sus testimonios para ayudar a otras; pero también para las que tienen miedo; las que se encuentran batallando y las que ya ni siquiera pueden hacerlo. Por todas las que han tenido que sobrevivir a un machismo feroz, y enfrentarse en tantas ocasiones a otra violencia, la institucional, la que no les creyó.

Sobre esto hablaron ellas, las que lo han sufrido, de la mano de Feministas 8-M y Somos de Colores, que les dio un espacio seguro, en el que sí se cree a estas madres protectoras, para contar parte de sus historias; injustas y con un nexo común, sentirse solas en una batalla judicial y emocional que tiene el mismo origen, el sinsentido del machismo.

Hay testimonios que simplemente encogen el corazón, como el de Atenea (nombres ficticios). Año 2011, la prensa recoge el juicio de un acusado de violar e intentar matar a su mujer, por lo que se enfreta a 24 años de prisión por unos hechos que ocurrieron en 2009. Tras años de un trato vejatorio, una noche intentó mantener relaciones con su pareja, para después intentar matarla. No lo consiguió, era Atenea.

Ahí comienza la batalla judicial que lo llevó a prisión (14 años). A pesar de ello, tuvieron que mantener el aliento mucho tiempo sus hijos y ella porque no se le retiró la patria potestad. Y la violencia no acabó ahí. «Siguió con su familia, por lo que el miedo se mantuvo. Lo sufría yo, lo sufrían mis hijos», relata. Y es que la violencia siguió presente a través de su entorno, y la económica, ante la falta del cumplimiento de la manutención.

Tanto que, al cabo del tiempo, y de soportar continuas amenazas y denuncias, tuvo que dejar aquel lugar para respirar. Sus hijos se quedaron con su madre, porque Atenea se fue sin nada. Han pasado los años, sus hijos son mayores, y felices, y ella intenta ayudar a otras para que no pasen por este calvario sola, como lo hizo ella. Y ahora, cuando mira el horizonte desde el mar, se siente libre.

El sistema

Igual de doloroso es el caso de Niké, a quien le arrancaron a una de sus hijas, a pesar de tener reconocidos informes en los que se ratifica la violencia machista que tuvo que sufrir. De hecho, ella nunca denunció, sino que fue el propio centro hospitalario quien activó el protocolo. Cuando se divorció pensaba que su infierno había acabado. No fue así, pues entró en juego la manipulación a través de sus hijos. «Me dijo que me iba a dar donde más me dolía, quitándome a mis hijos y matándome a los perros. Y lo consiguió, comenzó ahorcándome a los perros, luego llegó la batalla judicial», trasladó.

Una lucha que llevó a su hija a un centro de menores, una «injusticia» por la que todavía está luchando. Niké denuncia la violencia institucional a la que se ha tenido que enfrentar, llamándola «loca» o «exagerada» desde el propio sistema. Por ello, dio el paso hace años de contar su caso, su historia, de ponerle nombre a lo que ha vivido para así coger fuerzas y poder reconstruir lo que un día hicieron estallar.

Atrapadas en el laberinto

Una cruzada difícil de explicar es lo que lleva años viviendo otra de las protagonistas de estas líneas. Tras años sufriendo violencia de género, Artemisa, con cinco hijos, decidió dar el paso y romper las cadenas, pero solo era el principio. «Recibí presiones para evitar el juicio, acepté condiciones injustas y se me catalogó como una persona con problemas mentales», resume. Sobre esto último, relató que llegó tan al límite que practicó «un suicidio asistido» al no ver la salida. En la actualidad, sigue luchando para «recomponer la relación con sus hij@s». «A las que no nos mataron, pero si nos arrancaron el vínculo con nuestros hijos e hijas, tenemos toda la vida para volver a crearlo», resumía, ahora que emocionalmente ha ido pegando cada uno de los pedazos en la que la rompieron.

A ella se le unió otra historia desgarradora, la de Hipólita, que sufrió un trato vejatorio durante años, al igual que sus dos hijos, pero especialmente su hija. De manera valiente, relató cómo la manipulación puede ser tan intensa que «terminó calando en los menores». En su caso, rompieron su núcleo, despreciando a su hija y aislandola de sus hijos, por lo que sigue en pie, para que algún día ellos, y el resto de la sociedad, comprenda que el machismo teje redes que van mucho más allá de un bofetón, que se cuelan por cada resquicio hasta llegar a las instituciones, por las que se han sentido «abandonada» en muchas ocasiones.

Estas son sus historias, o parte de ellas, sus experiencias, sus vidas. Relatos incomprensibles que se repiten y que siempre tienen como protagonistas a ellas, a las mujeres, en este caso también a las madres. Ellas, mujeres y madres protectoras, como ellas mismas se llaman, son lección para una sociedad que todavía huele a patriarcado. En frente, un feminismo que planta cara y que vencerá.

«No estás sola», un documental necesario

En el encuentro promovido por el colectivo feminista, también participó María Bestar, directora del documental ‘No estás loca’, en el que también recoge testimonios de mujeres que han sufrido violencia vicaria, pero también institucional. Unos relatos sostenidos también por profesionales de la justicia, de la medicina y de los propios medios de comunicación.

Manuela Millán

FOTO: Dos de las mujeres que compartieron sus testimonios. M. MILLÁN

https://www.ideal.es/jaen/jaen/rostro-cruel-machismo-20251123224819-nt.html