22 noviembre 2024

Qué ilusión, cuántas esperanzas pusimos en la incorporación de España a las entonces Comunidades Europeas allá por 1986. Ahora, qué frustración siento, por los rumbos que han tomado las políticas de la Unión Europea.

Pese a todo, para España y la ciudadanía en general, en los primeros años supuso progreso y modernidad, que redundaron en el bienestar de la sociedad española en su conjunto, pero como en otras tantas cosas, llegábamos tarde.

Europa se presentaba como un marco natural de desarrollo político y económico y una referencia para profundizar en la democracia incipiente, para responder a los retos y necesidades del nuevo siglo que se avecinaba, por la defensa de los Derechos Humanos, el respeto a la Tierra y a la dignidad de las personas por encima de intereses políticos y económicos. Pero no han soplado los vientos hacia esas latitudes.

En la Cumbre de Milán de 1985 los Jefes de Estado y de gobierno decidieron celebrar el 9 de mayo como el Día de Europa. «La paz mundial sólo puede salvaguardarse mediante esfuerzos creadores proporcionados a los peligros que la amenazan», decía Robert Schuman, Ministro francés de Asuntos Exteriores, el 9 de mayo de 1950, en la llamada «declaración de Schuman». Se establecían los cimientos de una federación europea indispensable para el mantenimiento de la paz. Una institución europea supranacional, se encargaría de administrar las materias primas –el carbón y el acero–, que en aquella época eran la base de toda potencia militar y «columna vertebral de la guerra». Europa acababa de salir de la Segunda Guerra Mundial, aquel espantoso conflicto bélico, que había dejado tras de sí ruinas humanas, materiales y morales.

Todas las fuerzas bajo el mando alemán, recibieron la orden de cesar las operaciones activas a las 23:01 horas –hora de Europa Central–, el 8 de mayo de 1945. El Jefe del Estado Mayor del Alto Mando de las fuerzas armadas alemanas, el general Alfred Jodl, firmaba el acta de rendición incondicional, que ponía fin a la Guerra y al predominio del nazismo en Europa. Quedaba odio y rencor. Tendrían que pasar setenta años para ver como esa ideología criminal vuelven a tomar auge en la Europa unida.

Naciones Unidas declaró que los días 8 y 9 de mayo, son una ocasión propicia para el recuerdo y la reconciliación y rendir homenaje a todas las víctimas de la Guerra Mundial, exhortando a los Estados Miembros a hacer todo lo posible para resolver las controversias por medios pacíficos, de conformidad con la Carta de las Naciones Unidas y sin poner en peligro la paz y la seguridad mundial. Todo fue en vano. Se desató la guerra fría y los conflictos entre naciones siguieron resolviéndose por medios violentos; y las guerras son tan cotidianas, que poco sorprenden y pocas conciencias agitan.

En 1950, cinco años después de finalizar la Guerra Mundial, las naciones europeas todavía luchaban para superar sus estragos. España estaba gobernada por el fascismo ganador de la guerra del 36, por lo que los estragos siguieron hasta pasados algunos años después de la muerte del dictador. Los gobiernos europeos, decididos a evitar otra terrible contienda, llegaron a la conclusión de que, poniendo en común la producción de carbón y acero, la guerra entre Francia y Alemania, rivales históricos, resultaría «no sólo impensable, sino materialmente imposible». La fusión de los intereses económicos contribuiría a aumentar el nivel de vida y constituiría el primer paso hacia una Europa unida. A España, por su régimen fascista, no se le admitió formar parte de los conciertos europeos y el Estado de Bienestar no llegó a tiempo. Cuando pudimos intuirlo, las políticas neoliberales europeas lo escamotearon.

A Europa «le sangran las fronteras y le brotan las alambradas». La Unión Europea es responsable de muchos de los males y calamidades que sufren los refugiados levantando muros, instalando centros de internamiento masivo y recortando derechos y libertades a nativos y migrantes. Ante la reubicación de los refugiados, todo han sido excusas, parches y dilaciones. La catástrofe humanitaria que actualmente está destruyendo Siria y otros países, exigen políticas solidarias y esfuerzos de la comunidad internacional, para proteger a los civiles contra los bombardeos aéreos indiscriminados. La ONU tiene que actuar, como la UE adoptar medidas que permitan acoger a los refugiados y no dejarlos al pairo en manos de la Turquía de Erdoğan que no respeta los derechos humanos, o pagando a gobiernos represivos como en el caso de Eritrea. Un 9 de mayo como el de hoy, es un buen día, como cualquier otro, para que la gente de bien del mundo, se levante para condenar cualquier tipo de violencia y contra las guerras.

El mayor drama humanitario al que se enfrenta Occidente desde la Segunda Guerra Mundial, es un asunto tan complejo y de difícil gestión que no se puede abordar ni con demagogia ni con soluciones milagrosas inexistentes. Levantando muros se reavivan antiguos fantasmas que hoy de nuevo recorren Europa. Los mismos fantasmas contra los que se construyó el sueño europeo hace sesenta y seis años. El acuerdo entre los jefes de Estado y de Gobierno de los Veintiocho con Turquía es la concreción del retroceso de aquel objetivo de libertades y solidaridad que se puso en marcha en 1950.

La derrota del nazismo y fascismos en Europa al finalizar la guerra mundial, llevó a pensar que estos fantasmas no volverían a cruzar su geografía, pero la realidad es otra. La ideología fascista es odio, irracionalismo y racismo extremo y su práctica política fuerza de choque contra la razón y la democracia. El fascismo ahora es más europeísta que nacionalista por su conveniencia, manteniendo la política de los puños de siempre, ahora culpando a las personas inmigrantes de todos los males sociales. El fascismo vuelve a presentarse como alternativa de una burguesía asustada ante la crisis económica y sus consecuencias políticas. Critican la austeridad, la corrupción política y la existencia de partidos políticos. Discurso de fácil acogida por quienes culpan de sus males a la democracia, que en definitiva es lo que pretenden eliminar.

España ha desarrollado un papel activo en la construcción del proyecto europeo implicándose en la negociación de los tratados de Amsterdam (1997), Niza (2001), el fallido Tratado Constitucional (2004) y el de Lisboa (2009). Ha contribuido al desarrollo de políticas en ámbitos como ciudadanía, política de cohesión, diversidad cultural y lingüística, cooperación judicial o lucha contra el terrorismo, así como llevando su impronta a las relaciones exteriores, especialmente hacia Latinoamérica y la ribera sur del Mediterráneo. El compromiso de España con el proceso de construcción europea ha sido siempre muy intenso, al suponer Europa una referencia de libertades y prosperidad para España. Las políticas han cambiado; si nunca estuvo claro lo de la Europa de los derechos y la ciudadanía, con las Ángelas, Rajoys y Cañetes europeos, Europa sigue siendo de los mercaderes, que apoyan la evasión y los paraísos fiscales.

Con una UE en crisis, con 25 millones de personas sin trabajo y 80 millones de pobres, la xenofobia y el racismo están en aumento. Hay que construir de manera efectiva la Europa de la ciudadanía «basada en la armonización hacia arriba y no hacia abajo, como la única manera de oponerse a las reacciones xenófobas y al nacionalismo que amenazan a Europa» (Sami Naïr). El Parlamento Europeo tiene la tarea de controlar al gobierno de Europa, combatiendo la crisis económica con medidas sociales. El gran reto es encontrar un modelo que permita solventar los problemas económicos, presupuestarios y fiscales, abandonando las políticas de austeridad, devolviendo la confianza a los ciudadanos. Contra los fantasmas del pasado, hay que retornar a la Europa social, la de la libertad y de la democracia, la de los derechos y el bienestar.

La UE lleva a cabo una política que poco o nada se parece a los sueños que tuvieron los fundadores de la idea y es necesario un cambio. Los mitos de la vieja Europa, ya no sirven, es necesario un nuevo impulso que de la voz a la ciudadanía contra el aparato burocrático y neoliberal que copa las instituciones. Hoy la UE acoge paraísos fiscales, auspicia golpes de Estado financieros contra sus propios Estados miembros (Grecia) y negocia a puerta cerrada tratados de libre comercio con EEUU, como el TTIP. La UE reduce derechos laborales y políticas sociales, para competir a la baja en un mercado globalizado, mientras recrudece su agresiva política comercial exterior. Poniendo como excusa la seguridad y la lucha contra el terrorismo, se recortan derechos y libertades, los que supuestamente los terroristas quieren destruir.

El fin de la Segunda Guerra Mundial y la declaración Schuman, pretendía la unión para no repetir la historia de exclusión y guerra. Se sumaron las naciones interesadas en perpetuar la paz en Europa, hasta llegar a los veintiocho Estados miembro actuales. La dimensión está perdida. Se aprobaron nuevas competencias y se abrieron las fronteras interiores para mercancías, servicios, personas y capitales. Por la defensa de los Derechos Humanos, el respeto a la Tierra y a la dignidad de las personas por encima de intereses políticos y económicos, llamamiento que se hace desde «Un Plan B para Europa», para construir un espacio de convergencia europeo contra la austeridad y para la construcción de una verdadera democracia.

Cuando la austeridad se convierte en la única opción político-económica de unas instituciones alejadas de los intereses de la ciudadanía, la UE se vuelve un problema para las mayorías sociales, por lo que construir una Europa diferente se vuelve urgente. Fue un proyecto levantado sobre sólidos principios de democracia, solidaridad y defensa de los Derechos Humanos. Todo hay que recuperarlo.