24 noviembre 2024

Protesters shout slogans and hold placards reading "We will resist for secularism" on April 26, 2016 at kadikoy district in Istanbul, during a protest against a call for the country to adopt a religious constitution. Turkish police today fired tear gas to disperse demonstrators who had gathered outside parliament to protest a call for the country to adopt a religious constitution. Police broke up a group of more than 100 protesters, preventing them from making a press declaration outside the parliament in Ankara, an AFP photographer reported. / AFP / OZAN KOSE (Photo credit should read OZAN KOSE/AFP/Getty Images)

En septiembre de 2011, el entonces primer ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan fue recibido en el aeropuerto de El Cairo por miembros de los Hermanos Musulmanes que le aclamaban a medida que su séquito avanzaba por una calle cubierta de carteles con su imagen. Durante su estancia, Erdoğan dio un discurso en la Ópera de El Cairo sobre su visión de Oriente Medio.

«Ahora, en esta fase de transición para Egipto, igual que en la que viene después, creo que los egipcios establecerán la democracia muy bien, y se darán cuenta de que el hecho de que un estado sea ‘laico’ no quiere decir que sea ‘irreligioso'», explicaba durante una entrevista con Mona El-Shazly en el canal de televisión egipcio Dream TV. «Pero sí quiere decir que hay que respetar todas las religiones y dar a todos los individuos la libertad de practicar la religión como deseen».

En aquel momento, las palabras de Erdoğan tuvieron mucha repercusión entre ciertos miembros de los Hermanos Musulmanes que se oponían a la separación de Estado y religión. Expresaron su ira ante la promoción del sistema laico de Turquía e incluso emitieron una declaración en la que describían el discurso de Erdoğan como una «interferencia» en los asuntos locales de Egipto.

La idea de una constitución sin laicismo sacó a relucir muchos de los miedos de los turcos y produjo un extraño consenso entre la dividida sociedad civil turca.

 Cinco años después, las palabras de Erdoğan han adquirido un nuevo significado. La semana pasada, el presidente del Parlamento turco exponía durante un discurso en Estambul cómo le gustaría que fuera la nueva constitución turca: que no contuviera la palabra «laicismo» y que tuviera más contenido religioso; una constitución religiosa. Su recomendación de eliminar la palabra «laicismo» de la constitución turca produjo la misma ira que había generado en El Cairo la propuesta de Erdoğan de incluir el laicismo en la constitución egipcia. Actualmente, hay un comité redactando una nueva constitución en Ankara. La idea de una constitución sin laicismo sacó a relucir muchos de los miedos de los turcos y produjo un extraño consenso entre la dividida sociedad civil turca con respecto a la necesidad de mantener la palabra «laicismo» en la constitución.

Al fin y al cabo, y en primer lugar, «laicismo» es una palabra. Su significado ha cambiado con el paso del tiempo. Es una palabra con numerosas connotaciones en Turquía, y con una historia proteica y fascinante. Los turcos han admirado y criticado el laicismo a partes iguales. A menudo, los mayores simpatizantes del laicismo han sido los que más lo han criticado. Por ejemplo, los grupos alevíes de Turquía: los miembros de esta minoría religiosa, que suelen estar vinculados a movimientos de izquierda, aseguran que el estado turco nunca ha sido tan laico como ahora y que mediante su Dirección de Asuntos Religiosos ha apoyado y promocionado una versión suní del islam, lo que demuestra que no se trata de un estado realmente laico. ¿Y los ateos turcos? También le han encontrado varios fallos al laicismo turco. Muchos se oponen a que aparezca la religión que profesa cada persona en su documento de identidad, que lleva décadas indicándose junto al género. Los ateos también se quejan de las amenazas de muerte y de la discriminación que puedan sufrir relacionadas con esta obligación de declarar públicamente sus creencias con respecto a la religión.

Los cristianos y los judíos turcos pueden dar cuenta de cómo se les impuso en 1942 un «impuesto sobre el patrimonio», bajo el mandato del partido único de Turquía. Mientras que los musulmanes pagaban un 5% de impuestos, los judíos turcos pagaban un 179% y los cristianos armenios un 232%. Y todo eso sucedió cuando el laicismo era una especie de concepto sagrado que era impensable criticar.

Los suníes turcos tampoco tienen nada bueno que decir del laicismo de Turquía. Habla con cualquier mujer suní de mediana edad que lleve velo y lo más probable es que te cuente cómo el Estado turco ha interferido en su derecho a la educación y cómo ha hecho lo posible por mantenerla alejada de las esferas públicas. Hace menos de una década, no se permitía entrar a la universidad a las mujeres que llevaran velo, ya que se concebía como una violación del laicismo.

Todas estas críticas quedaron en un segundo plano tras el discurso del presidente del Parlamento, cuando la gente se apresuró a defender el laicismo como concepto. La palabra «laicismo» significa cosas distintas para mucha gente; su repetición suscita esperanzas y decepciones, defensas apasionadas e historias de traumas. Y la palabra en sí misma proporciona el camino que lleva a este debate que lleva en pie 150 años.

«La nueva constitución tiene que ser la declaración de una transición del laicismo militante francés a un laicismo británico más libertario», escribía el antropólogo turco Ali Murat Yel en una página de opinión de un diario turco la semana pasada. «En otras palabras, el Estado turco debería proporcionar a sus ciudadanos la libertad para creer o no en lo que les plazca en lugar de imponer una forma única de religión».

La palabra «laicismo» significa cosas distintas para mucha gente; su repetición suscita esperanzas y decepciones, defensas apasionadas e historias de traumas.

 Como en los últimos años la religión ha ido siendo más visible en el ámbito público, imponer una forma de religión se ha convertido en algo prácticamente imposible. Hoy en día se puede encontrar por las calles de Estambul celebraciones religiosas de turcos judíos o de armenios cristianos y no solo de musulmanes suníes. Desde la celebración de la Epifanía -en la que los cristianos ortodoxos se sumergen en las gélidas aguas del Cuerno de Oro de Estambul para rescatar la cruz de madera que se encuentra dentro para conmemorar el bautismo de Jesucristo- y del Janucá de los judíos turcos -que se celebró de manera pública por primera vez el año pasado-, la visibilidad pública de la religión se considera un problema menor. El pasado mes de febrero, el ministro turco de Asuntos Europeos, Volkan Bozkır, anunció que Turquía eliminaría la categoría «religión» en los nuevos carnets de identidad, en consonancia con el acuerdo con la UE sobre la liberalización de visados.

«En la nueva constitución que estamos preparando, el principio del laicismo se incluirá como garantía para los ciudadanos de la libertad religiosa y de que el Estado guardará la misma distancia con respecto a todos los grupos religiosos», aseguraba la semana pasada en uno de sus discursos el primer ministro de Turquía, Ahmet Davutoğlu. Turquía lleva un siglo debatiendo acaloradamente sobre el significado de la palabra «laicismo», sobre lo que debería o no debería significar; por eso, mantener la palabra en la nueva constitución servirá como recordatorio de su legado desde la última modernización del imperio otomano hasta la política posmoderna de la actualidad.

Hoy en día Turquía está pasando por un periodo difícil y va creciendo la ansiedad pública en respuesta a los ataques que han llevado a cabo los que se han proclamado a sí mismos militantes del Estado Islámico y del Partido de los Trabajadores de Kurdistán. Pero el clima político actual, con sus acalorados debates sobre grandes problemas como el laicismo, no es algo nuevo en la historia de Turquía: el país ya ha pasado por esto antes. En el siglo XIX, Ahmed Cevdet Pasa -el padre de la novelista Fatma Aliye, a la que ahora se considera la Jane Austen otomana- creó Mecelle, un código civil que se aplicaba en los tribunales seculares. Las leyes y las escuelas laicas se implementaron en el siglo XIX y el último califa otomano era pintor. El Imperio se enfrentó a muchos obstáculos, como el auge del nacionalismo y de la modernidad en Europa o las dificultades a la hora de satisfacer las necesidades de varios grupos religiosos, pero continuó haciendo reformas centradas en las personas. Sin duda, el debate actual sobre el laicismo forma parte de la larga y fascinante historia de la modernización otomana.

Este post fue publicado originalmente en ‘The World Post’ y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.