24 noviembre 2024

Viajan solas, con sus hijas e hijos y muchas de ellas embarazadas. Su huida, en la que se exponen al riesgo de sufrir violencia sexual, a las penosas condiciones higiénicas de los campamentos y al silencio institucional europeo, es todavía más peligroso para ellas que para los hombres.

“Lo peor del viaje fue cruzar el mar con una barca de plástico. Sentí en ese momento que nadie podría ayudarme, excepto Dios”. Zulema viajó durante ocho meses desde el Kurdistán sirio hasta el norte de Alemania. Su nombre no es real, puesto que llegó al norte de Europa con un pasaporte falso que le permitió viajar en avión desde Atenas. “La esperanza de reunirme con mi prometido era más fuerte que el miedo a morir o a ser detenida”, confiesa la joven siria.

Zulema relata los peligros a los que estuvo expuesta. “¿Qué hacemos con ella?”, preguntó un grupo de policías turcos que detuvo a la joven a escasos kilómetros de la frontera con el Mar Egeo. “Estaba aterrorizada. No sabía que iban a hacer conmigo”, expresa. Un policía kurdo la custodió hasta la casa de unos familiares, cerca de Estambul.

El suceso no impidió a la siria cruzar el Mar Egeo, pero el miedo y la desesperación no acabaron en Lesbos. “Los campos son los peores lugares del mundo”. Zulema lloraba todos los días. “Éramos veinte personas en una misma habitación con siete niños y niñas. Hacía frío y en muchas ocasiones no había ni camas, ni almohadas”.

Las malas condiciones de higiene y limpieza son un factor común de los campamentos para las personas refugiadas. Laila, una chica afgana, lo confirma. Estuvo durante tres meses en el campo de Elliniko, antiguo aeropuerto de Atenas. “Cuando llegué estábamos todas metidas en una habitación grande, sin camas y rodeadas de basura”, asegura Laila, cuyo nombre también es falso a petición personal.

Zulema afirma que había muchas mujeres que sufrían trastornos hormonales: “No tuve el periodo durante dos meses debido a la presión”.

Aunque había artículos de higiene femenina en los campos, la escasez o la “mala calidad” eran otra forma de avergonzar a las mujeres.

A pesar de la ayuda del voluntariado en el campo de Moria, en Lesbos, la joven siria destaca que no era suficiente para vivir de manera digna. “Todas las mañanas tenía que hacer una larga cola para ir al baño”. Zulema confirma la escasez de agua caliente. Además, “cuando tenía que lavar la ropa, no había un lugar para tenderla”.

En el campamento, la presencia de mujeres era altísima, afirma Montse González, voluntaria independiente. Sin embargo, “preocupaban las hijas e hijos y su futuro. Nunca la mujer en sí, a no ser de que estuviese embarazada”.

El peligro de ser mujer

Las mujeres y las niñas, sobre todo las que viajan solas, tienen un riesgo elevado de sufrir diferentes formas de violencia a lo largo de la ruta, incluida la violencia sexual, según un estudio presentado por las periodistas y profesoras del Máster de Género y Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona, Isabel Muntané y María Serrano, que da cuenta, a través de los datos recogidos por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), el Fondo de Población para las Naciones Unidas (UNFPA) y la Comisión de Mujeres Refugiadas (WRC), del los riesgos a los que se enfrenta una mujer refugiada.

En el estudio, titulado ‘8 de marzo, ¿dónde están las mujeres refugiadas en la comunicación de la UE?’, también se recoge el informe publicado por Amnistía Internacional en el que a partir del análisis de las entrevistas realizadas a 40 mujeres y niñas refugiadas en el norte de Europa, concluyen cómo todas se sentían amenazadas e inseguras durante el viaje. Muchas confiesan los abusos físicos, la explotación financiera y la presión por parte de contrabandistas y de personal de seguridad para tener relaciones sexuales.

Zulema reconoce que el camino es mucho más peligroso para una mujer que para un hombre. Lo mismo confiesa Laila. Sin embargo, ninguna habla de abusos y maltratos. “No quiero hablar sobre esto. No soy capaz”, declara Laila.

Y las que hablan, no quieren dar su nombre. Una voluntaria del campo de Malakasa, situado a las afueras de Grecia, relata que un hombre fue apuñalado por intentar violar a una chica. “Desde ese día, las tensiones han aumentado entre las personas que viven en el campamento y todos los días ocurre un altercado”.

Silencio institucional

El Estudio de Muntané y Serrano hace un análisis feminista y crítico del discurso de notas de prensa, declaraciones institucionales y publicaciones en Facebook y Twitter del Parlamento Europeo, la Comisión Europea y el Consejo de Europa en el día Internacional de la Mujer.

En las conclusiones se refleja una falta de coordinación entre las instituciones en cuanto a la visibilidad de las mujeres refugiadas: la Comisión y el Consejo hablan de la crisis de personas refugiadas y del Día Internacional de la mujer sin relacionar la conexión. El Parlamento Europeo cambia su actitud, pero victimiza e infantiliza a las mujeres, en lugar de empoderarlas.

Las periodistas ponen de manifiesto que la resolución del Parlamento Europeo sobre la situación de las mujeres refugiadas y demandantes de asilo parece más una declaración de intenciones que un compromiso firme de mejora. Además de que dicha resolución no fue aprobada por unanimidad: 388 votos a favor, 150 en contra y 159 abstenciones.

Y ellas continúan huyendo de la guerra. Atraviesan montañas y desiertos. Cruzan el mar con una balsa de plástico. Muchas no quieren hablar de ello. Contemos por qué. Demos voz a las mujeres refugiadas.

MARTA SÁIZ

http://www.publico.es/internacional/peligro-anadido-mujer-refugiada.html