«Un diccionario reivindicativo de Alfonso Martínez Foronda » por Alberto Granados
El autor nos presenta algo menos de mil casos de mujeres que sufrieron alguna causa ante la justicia militar del franquismo y que fueron condenadas en su mayoría a la pérdida absoluta de sus carreras laborales, a la cárcel, el exilio o más terrible aún, al balazo ante una tapia
Durante una actividad vinculada a la memoria de la Segunda República cayó en mis manos un ejemplar del “Diccionario de la represión sobre las mujeres en Granada (1936-1950)”, escrito por Alfonso Martínez Foronda, editado por la Fundación de Estudios y Cooperación de CCOO de Andalucía y la Diputación Provincial de Granada en este mismo año. Han pasado más de dos meses durante los que he leído y revisado muchas entradas de este escalofriante diccionario en que el autor, tras una exhaustiva investigación, nos presenta algo menos de mil casos de mujeres que sufrieron alguna causa ante la justicia militar del franquismo y que fueron condenadas en su mayoría a la pérdida absoluta de sus carreras laborales, a la cárcel, el exilio o más terrible aún, al balazo ante una tapia. Lo inexplicable es que no fue algo exclusivo de la guerra civil, ya que la investigación se extiende hasta 1950.
El autor afirma en la breve Introducción que su diccionario “…está planteado, también, para poner en pie una historia conscientemente sepultada, todavía incompleta, y más porque gran parte de la represión no deja huellas en una dictadura; y es ideológico porque recuperar a quienes se quedaron en la cuneta de la historia, sacar del silencio impuesto a quienes les quitaron la voz es darles la dignidad que se merecen”.
Martínez Foronda señala las enormes resistencias que una investigación como la suya levanta ante los sectores más conservadores de nuestra sociedad. No le falta razón: basta ver la tenaz aversión que el sintagma “memoria histórica” despierta en este grupo social y en el partido que les representa, cuyo portavoz llegó a insultar a las víctimas al vincular el deseo de desenterrarlas a las subvenciones dedicadas a abrir las fosas comunes de mil cunetas. Y eso, ochenta años después del golpe de estado contra la legitimidad de la República.
También aparecen en la mencionada Introducción unos desgarradores cuadros estadísticos. Las cifras suelen ser frías, escasamente significativas desde el punto de vista humano, pero cuando se conocen las cifras junto a las divisiones conceptuales de las mujeres que murieron (fusiladas tras proceso judicial o sin el mismo, las muertas “por arma de fuego”, en enfrentamiento con la Guardia Civil, muertas por metralla o bomba, las fallecidas durante la instrucción del proceso, o en la prisión, etc.) todo cambia y la siniestra estadística se llena de esas vidas que la muerte segó y lo que debiera ser un dato frío adquiere el calor de lo humano, el fuego de ese resquemor que produce lo injusto: deja de ser estadística para convertirse en apasionada reivindicación.
La primera parte del libro es el diccionario propiamente dicho, en el que por orden alfabético de apellidos, van apareciendo las encausadas. Recorrer estas páginas es ponerse en un angustioso contacto con conceptos tan frágiles como “auxilio/adhesión/excitación a la rebelión”, “auxilio a huidos”, “encubrir a maquis”, etc., llenos de un aterrador cinismo moral, ya que muchas de las víctimas murieron por defender la legalidad ante los rebeldes franquistas, pero una dictadura puede tergiversar incluso el vocabulario común, ya que no por la razón, por el dolor que puede llegar a sembrar.
En esta apartado alfabético me resultan destacables algunos nombres que, por una circunstancia u otra, yo conocía antes de leer el libro. La activista Lina Odena, que tratando de llegar a Colomera para escribir un artículo destinado a Mundo Obrero, se desvió por un despiste de su conductor y se internó en las líneas nacionales. Al verse sorprendida por los falangistas de un control, se descerrajó un tiro en la sien.
O el caso de Francisca Vera Casares, separada de su plaza de maestra por “decirse socialista, de ideas peor que su esposo, el extremista Antonio Pérez Funes, parece que asistía a todas las manifestaciones de índole extremista”. Era hija de la popular “doña Paquita”, y tuvo que subsistir en el centro de enseñanza privada que regentaba su madre.
Otro lamentable caso es el de Margaret Adler, “Gretel”, que en su Berlín natal había sido compañera de estudios de la mujer del Rector de la UGR Salvador Vila Hernández (fusilado al comienzo de la rebelión). Gretel, como se le conocía en su círculo de amigos granadinos, llegó a nuestra ciudad huyendo de la persecución nazi hacia los judíos. Aquí mantuvo una relación con el arquitecto municipal Rodríguez Orgaz. Este, al ver la detención del alcalde Fernández Montesinos, que también sería fusilado, huyó del ayuntamiento por una puerta trasera. A partir de ahí, Gretel será estrechamente vigilada para dar con su amante. Finalmente, fue llevada a Víznar, donde tras un tiempo fue fusilada, tal vez para calmar la frustración que causó a los fascistas el no poder detener a su amante.
Hay una serie de causas en que las víctimas son maestros y maestras. Me tocan la fibra sensible. Fueron mis hermanos profesionales y la depuración los llevó al pelotón de fusilamiento porque la enseñanza pone al individuo ante una serie de valores que la barbarie no entiende. Se merecen, como poco, mi modesto reconocimiento.
Pero hay muchos más casos, todos estremecedores, por absurdos y crueles. Posiblemente, alguien saque ese remoquete actual del “y tú más” y se refiera a la represión ejercida por el bando republicano. Es innegable que la hubo, pero para el bando perdedor todo terminó al finalizar la guerra. Lo más cruel es que los ganadores de la contienda continuaron la represión por un largo período lleno de crueldad, incertidumbre y un negro miedo injustificables.
La última parte del libro es un recorrido por las diferentes causas. Ofrece la visión resumida de hasta veintiséis, la mayor parte sumarias. En todas ellas hay muestras más que evidentes de parcialidad, revanchismo, presiones de personas que después hallaron reconocimiento y medro durante el franquismo. ¡Qué nauseabunda puede llegar a ser la historia!
En este libro no faltan motivos para el nudo en el estómago, la lágrima, el miedo a que hechos así se repitan o el asco ante ese lobo para el hombre (y para la mujer, en este caso) que es el propio hombre cuando se deja llevar por el fanatismo y el odio. ¡Cuántas biografías truncadas, cuánto sufrimiento y cuánto asco!
Alberto Granados