22 noviembre 2024

Ni que decir tiene que el conocimiento de otro idioma es más que conveniente, mejor incluso si son varios. Un número importante de nuestros hipertitulados estudiantes universitarios ya dominan al menos el inglés y muchos se apuntan al alemán o a otros idiomas con el fin de engalanar aun más sus pomposos currículos… esperemos que les sirva de algo, ̶  perdón por el comentario ácido  ̶.

Por otro lado, y gracias a la moda del bilingüismo, de las redes sociales, del acceso a la información a través de la informática, de la globalización y por qué no, de Dora la Exploradora, nuestros escolares saben mucho más que las pasadas generaciones, de manera que muy pronto y afortunadamente intuyo que el inglés dejará de ser un plus. Todos sabemos que este idioma se ha convertido en el esperanto universal, en la lengua franca y en definitiva en la herramienta para conectarnos con la humanidad. No obstante hoy por hoy para muchos herederos de la Logse e incluso de anteriores Leyes, me refiero a los discípulos de la lengua gala, el inglés es un plato penoso de digerir. No quiero discutir sobre las razones educativas de esa perenne dificultad, pero lo cierto es que aparte del supuestamente incorrecto aprendizaje, tenemos a mi juicio un desmesurado complejo de inferioridad y de eso es precisamente de lo que quiero hablar.

El complejo al que me refiero, no es el que se explica en las escuelas de psicología, ¡no!, es el coloquial, el que todos pensamos cuando aludimos a esa obsesión. Es ese sentimiento de minusvalía que experimentan o experimentamos de una forma subjetiva y que en ocasiones es simplemente eso, una percepción que además en la mayoría de los casos es errónea, ¡sí!, digo errónea porque por lo general tenemos mucho sentido de la vergüenza además de un desmesurado orgullo. Para empezar no creo que todos los profesionales tengan obligatoriamente que saber inglés, de la misma manera que muchos colegas extranjeros sólo dominan su idioma materno y no se abochornan por ello ni son menospreciados por los suyos. Además tampoco creo que sea necesario ser un erudito en la lengua británica para estar en la vanguardia del conocimiento, ¡hombre cómo no, a quién no le gustaría hablar como Hugh Grant!, (icono de la dicción anglosajona), pero de momento aquellos que nos cuesta entender las películas americanas en versión original, tendremos que conformarnos con expresarnos como podamos, pero eso sí por favor sin complejos, como hacen ellos, aunque sea a costa de despertar alguna sonrisita en nuestro foráneo interlocutor. Lo que quiero decir es que las personas por lo general son más transigentes de lo que pensamos, y de la misma manera que a mí me resulta loable e incluso simpático que un extranjero haga el esfuerzo de expresarse en mi idioma, a pesar de que vapulee mi lengua, nosotros deberíamos hacer lo mismo con la suya. Personalmente he recibido más críticas por parte de los españoles de mi inglés que los propios ingleses… lo cual me irrita bastante y me demuestra lo poco tolerantes que somos por estos lares.

Como decía, son habituales los reproches y burlas a diestro y siniestro por hablar con ese nivel de inglés más propio de una terraza de Benidorm que de la Gran Bretaña, pero esa gente hace un flaco favor al aprendiz que seguramente con mucho esfuerzo y voluntad está intentando superarse. Y es que esa obligación ética que constituye hablar correctamente el inglés habría que replanteársela. Creo que la opinión generalizada es que ciertos profesionales deberían dominar al menos un idioma con fluidez, y preferentemente el inglés por su trascendencia social, y seguramente todos estamos pensando en aquellos personajes que nos representan en el exterior pero, seamos justos… ¿no somos más duros con los nuestros que con los de “fuera”?. Como más o menos avancé al principio nos ha tocado vivir en la época del dominio inglés y hasta que los chinos despunten, o Google logre crear un traductor intra-auricular , ̶  créanme que ambas ideas no son nada descabelladas  ̶,  a muchos de nosotros no nos quedará más remedio que aprender el idioma de la Reina Madre, pero ¡por favor!, como diría Camilo José Cela déjennos hablarlo como nos salga de…, que ya lo tenemos bastante difícil de por sí.

Jose Manuel Orrego Alvarez es Doctor por la Facultad de Psicología de Oviedo, Maestro y Pedagogo. Colabora como columnista en varias publicaciones españolas y latinoamericanas. En la actualidad conjuga su actividad profesional como docente e investigador con un inmenso interés por descubrir y transmitir cualquier tema relacionado con la conducta, la educación y la cultura.