Es la ‘Hyalomma marginatum’, la garrapata de la fiebre hemorrágica que picó mortalmente a Raúl en un campo de Ávila.Contamos su viaje de 1.376 kms desde Marruecos hasta España, a bordo de una de las cinco especies emigrantes que utiliza para cruzar el Estrecho.

A Raúl, hombre de pueblo, le gustaba oler el campo y caminar entre pinares y hierbas que le llegaban hasta las rodillas. Cuando el calor apretaba en la ciudad, él echaba el cierre a su casa de Madrid y en compañía de su esposa marchaba a San Juan del Molinillo, en tierras de Ávila, al encuentro del fresquito, la familia y los amigos de toda la vida. Era su fin de semana de paz… hasta el 14 de agosto. Aquel domingo, tras marcarse un paseo que prometía tranquilo por los alrededores del pueblo (244 almas), Raúl no volvió. Fue el último de sus viajes al lugar que le vio nacer hace 62 años.

-Algo me ha picado -comentó a un vecino, de camino a casa.

Con una pierna hinchada y el gesto de preocupación, Raúl había adelantado su regreso. Sentía un mareo extraño. El miembro del que se quejaba, de hecho, iba cambiando de color. Ennegrecía a cada paso. Ni se imaginaba que ese «algo» que le había picado al rozar las hierbas, y que tendría consecuencias trágicas para él, era una Hyalomma marginatum. Una garrapata. Sí. Y de las más agresivas. Se había agarrado a Raúl durante el paseo para alimentarse con su sangre. Cuando por fin llegó a casa, el hombre todavía llevaba el chupasangre aquel debajo de los pantalones, con la boca bien agarrada a su piel. Él estaba nervioso. Fue una de sus dos hijas, a la que todos en el pueblo llaman Eli, la que con paciencia se encargó de extraerle el voraz ácaro de la pierna. Pero Raúl, sin saberlo, ya estaba infectado.

Al beber la sangre, la garrapata le había inoculado un peligroso virus importado, el de la fiebre hemorrágica Crimea-Congo. «Este virus lleva años circulando por España», advierte una autoridad, el doctor José Antonio Oteo Revuelta. Es el jefe del Laboratorio de Patógenos Especiales del Centro de Investigación Biomédica, en La Rioja, pionero en el estudio de las enfermedades que transmiten las garrapatas. «La gente las ve sólo como unos bichos asquerosos, que chupan la sangre pero son inofensivos. Y de ningún modo es así. Tiene mucho peligro…». Entre un 10 y un 30% de las personas que contraen esta infección fallece.

Buscan a su víctima

Nada pudieron hacer en el hospital por el tendero de Vallecas. El tratamiento consiste, básicamente, en medidas de hidratación y transfusiones, pues no hay fármacos eficaces frente a este tipo de virus. Once días más tarde (25 de agosto), en la UCI del Gregorio Marañón de Madrid, los riñones de Raúl se pararon y también su corazón. El hijo de San Juan del Molinillo -casado y padre, y próximo a la jubilación- se convertía en la primera persona en Europa occidental que muere de fiebre hemorrágica Crimea-Congo transmitida por una garrapata. Excepto un puñado de especialistas, nadie había hablado del virus que ha tenido en vilo a todo un país. Una de las enfermeras que atendió a Raúl en el hospital Infanta Leonor de Vallecas, adonde acudió por la cercanía a su residencia, tuvo que ser aislada en una de las habitaciones del ébola (aún sigue ingresada) del Carlos III, como la que ocupó en su día la auxiliar de enfermería Teresa Romero, el primer caso de ébola en suelo español y europeo. Desde el trágico desenlace de Raúl, 282 personas están siendo vigiladas por el Ministerio de Sanidad por haber estado en contacto con los dos infectados.

¿Cómo ha podido llegar al pueblo de Ávila el virus de la fiebre hemorrágica Crimea-Congo dentro de una garrapata?

-Por el aire, agarradas a aves que vienen de África…

Es la hipótesis «más plausible» del doctor Oteo, también al frente del área de enfermedades infecciosas del Hospital San Pedro de La Rioja. Suya es la primera alerta de que el peligro había llegado en silencio. Lo descubrió en una zona de Cáceres, en las lindes del Tajo con Portugal. Oculto en garrapatas que estaban en ciervos. Las cepas del virus que portaban los ácaros eran muy similares a las que estaban circulando por África, una de las zonas del planeta donde la enfermedad es endémica. «Entonces ya se estaban dando casos de picaduras en Rumanía, Bulgaria, Turquía… y eso hizo que nos pusieran en alerta», cuenta el experto riojano.

Dos años después, en 2012, Oteo y su equipo pudieron confirmar sus sospechas. En los 21 ejemplares de aves migratorias que recogieron, correspondientes a cinco especies (Colirrojo real, Alzacola rojizo, Zarcero opaco, Carricero común y Zarcero bereber), estaba el alien que andaban buscando. Venían del norte de Marruecos. Y todas ellas traían la Hyalomma marginatum, la portadora de la fiebre hemorrágica Crimea-Congo. Esto apoya la teoría de que el virus ha entrado en España por aves migratorias portadoras de garrapatas infectadas.

Los bellos pajarillos, ajenos por completo a la carga viral que transportan (este tipo de garrapata se adhiere a la piel y utiliza al pájaro como transporte), cruzan el Estrecho de Gibraltar en bandadas y trazan varias rutas por la Península. Una de ellas, por Extremadura y Castilla y León, donde se infectó Raúl, y hacen parada para repostar agua y comida en viñedos, cerezos, higueras o en campos sin labrar. Es el momento en que las diminutas bombas biológicas (entre cinco y siete mm de tamaño) que traen bajo sus plumas se sueltan por sí solas en algún bosque, un sembrado o aterrizan en hierbas altas, el lugar preferido de las garrapatas.

Una vez en tierra, no saltan, ni vuelan. Esperan a que una persona pase a su lado, trepan por las piernas hasta alcanzar las ingles, las axilas o el cuero cabelludo, y se dan un festín de sangre. Cuando está llena, la garrapata puede llegar a pesar unas 100 veces más que en ayunas. Lo hace con el fin de obtener la energía suficiente para hacer los huevos, unos 1.600 en cada puesta. Su voracidad, cuenta Oteo, nada tiene que ver con las otras garrapatas. «Ésta es muy nerviosa, se mueve mucho y no espera. No lo hacen todas. Ésta va hacia la víctima». Se guía por el olor corporal. Como la que trepó por la pierna del vecino de San Juan del Molinillo, del tamaño de una cabeza de alfiler. «Es muy probable que su agresividad esté relacionada con el cambio climático», concluye. [Estudios realizados con la garrapata negra del perro han demostrado que el calentamiento de la atmósfera las vuelve más activas y agresivas].

De cambios bruscos sabe la garrapata más que nosotros. Pisó la tierra antes de que lo hiciera el homo sapiens. La más antigua, hallada en ámbar en Nueva Jersey (EEUU), vivió hace 95 millones de años, tenía más pelo que sus congéneres de hoy y pudo haberse alimentado con la sangre de los dinosaurios. Es como adquiere el virus de la fiebre hemorrágica. Chupando las venas de animales contaminados. Una vez que adquieren el virus, las garrapatas permanecen infectadas toda su vida: entre dos y tres años, dependiendo de las condiciones medioambientales. Aunque en general son duras. Pueden sobrevivir a siete grados bajo cero, recuperando la actividad vital a partir de cinco grados.

Fue en la provincia de Crimea, en 1944, donde por primera vez se tuvo conocimiento de la fiebre hemorrágica. Afectaba a tropas soviéticas que se había instalado en campamentos cercanos a los campos de maíz. Numerosos soldados que dormían a la intemperie habían sido picados por esta Hyalomma. En 1969 se demostró que el agente de la fiebre de Crimea era idéntico a un virus aislado en el 56 de sangre en el entonces Congo Belga. Y desde esa fecha se usan los dos nombres para designar la enfermedad. Un mal que es endémico en África, los Balcanes, Oriente Medio y Asia. Se ha detectado en la antigua URSS, China, India, África Subsahariana, Afganistán, Pakistán, Grecia, Hungría, Turquía, Francia, Portugal… Y ahora en España.

La llamada

Antes de que firmaran el parte médico, los clínicos del Gregorio Marañón llamaron al laboratorio de La Rioja para cerciorarse. Sabían que lo que le pasaba a Raúl era consecuencia de la fiebre hemorrágica Crimea-Congo, pero necesitaban asegurarse de que la garrapata, de la que hablaba la familia de Raúl, era la que llevaba el virus que había matado al hombre. Y eso, de confirmarse, sería otro cantar. Oteo Revuelta les dijo que estaban en lo cierto. «No hay que tener miedo ni demonizar a las aves que traen la garrapata, no tiene ningún sentido, es la naturaleza», pide prudencia el científico. «Entre otras cosas, porque tampoco podemos descartar otras vías de entrada… Hay que esperar a ver qué nos dice la secuencia genética del virus que ha provocado el desenlace fatal en España. Calma…». Una muerte asusta. Aunque la mayoría de la gente que se expone a la picadura de esta garrapata no va a desarrollar la enfermedad.

Fue en Zouala, al norte de Marruecos, donde el investigador riojano encontró la respuesta. La ruta que le llevaría a pensar que el bombardeo de garrapatas infectadas llegaba por el aire, valiéndose cual alien de la película, de pajarillos como el Colirrojo real. Son pequeños y bellos, de colores llamativos -como el Alzacola rojizo, o el más delicado Carricero común-. Aquí se reproducen entre abril y septiembre, según la especie, y después bajan a África, algunos para invernar.

«Ni se dan cuenta de lo que transportan», remata Oteo. Vienen, descargan las bombitas que les ha pasado una cabra, un burro o un camello… Y se van. Volando.

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