Crónica de una crisis anunciada: decálogo explicativo de la situación del PSOE
Esta es la tercera vez en la que un secretario general del PSOE presenta la dimisión: en los dos casos anteriores a Pedro Sánchez el partido no se fragmentó ni generó corrientes internas irreconciliables; más bien al contrario, podríamos decir que el partido salió fortalecido
Los acontecimientos que tuvieron lugar la semana pasada en el seno del PSOE con motivo de la celebración del Comité Federal, tienen unas consecuencias determinantes para la vida del propio partido, así como para el sistema político en el que se integra. Como primera consecuencia de tal evento y de la primera exteriorización institucional de la crisis que el PSOE arrastra a lo largo de los dos últimos años, se produjo la dimisión del hasta entonces secretario general del partido, Pedro Sánchez, y la elección de una gestora presidida por Javier Fernández. Todo ello nos lleva a sintetizar en el siguiente decálogo los orígenes de esta situación y las previsibles consecuencias políticas para el propio partido y para el sistema político en el que se integra y, más en concreto, para la gobernabilidad del país.
PRIMERA. Tras la restauración de la democracia en España ésta es la tercera vez en la que un secretario general –máxima autoridad personal del partido– presenta la dimisión de sus cargos orgánicos. Primero fue en 1979 Felipe González cuando tras la derrota en las elecciones generales de ese año y el desarrollo del XXVIII Congreso lanzó un órdago al partido para, aprovechando la situación de la derrota, lograr la redefinición ideológica del mismo y ‘dejar lastres marxistas’ que lo integrarían plenamente en el contexto de la nueva socialdemocracia europea.
SEGUNDA. Lo acontecido este primer fin de semana de octubre en el seno del Partido Socialista, tiene su base exterior, por primera vez en la historia de este partido, en la adopción de una decisión que pudiera conllevar la posibilidad de contribuir/permitir el acceso al Gobierno de su principal rival político e ideológico, de su ‘émulo’, a pesar de todo, en el sistema de partidos español, el Partido Popular. En la cara interna del partido, estos acontecimientos se producen una semana después de la celebración de las elecciones autonómicas en el País Vasco y Galicia en donde el PSOE obtuvo los peores resultados de toda su historia autonómica en ambas comunidades.
TERCERA. Este escenario de confrontación, externa e interna, tiene lugar una vez que se han producido unas segundas elecciones generales en seis meses y que antes de cumplirse el año de las primeras elecciones de 20 de diciembre de 2015, se atenaza la posibilidad de que puedan acontecer unas terceras si no hay acuerdo de gobernabilidad previo sobre los resultados que se lograron en las elecciones generales de 26 de junio pasado.
CUARTA. En este contexto la entrada en escena de dos nuevos actores políticos no solo ha ‘reordenado’ los espacios del sistema de partidos español, sino que ha generado una nueva dinámica en las relaciones interpartidistas. En el caso del Partido Socialista es la llegada de Podemos la que obliga a compartir buena parte de su espacio político con este nuevo actor.
De esta forma, la misma ‘tarta’ electoral, más troceada en cualquier caso que en años anteriores ahora, debe ser compartida en el espacio en que concurrían solo dos partidos de ámbito estatal (PSOE e IU) por estos nuevos actores. Lo porcentajes electorales medios obtenidos por el PSOE desde 1977 hasta 2011, sitúan a este partido en torno a 35%. Desde las elecciones de noviembre 2015 hasta las del pasado 26 de junio ese porcentaje ha descendido hasta cerca de los 15 puntos, situándose en la media del 22%.
Por su parte Ciudadanos, segundo actor novel de la escena política nacional, es fundamentalmente del PP, aunque también y más escasamente del PSOE, de donde extrae sus réditos electorales. Esta nueva distribución del escenario político estatal amplía significativamente el número efectivo de partidos, imponiendo necesariamente las lógicas de la ‘cooperación’ frente a las de ‘confrontación’ interpartidista que han marcado las anteriores etapas políticas españolas, con excepción del periodo de la transición.
QUINTA. La distribución territorial del poder orgánico en el seno del Partido Socialista, un partido que se proclama sustentado en una estructura de corte federal, se fundamenta en la concurrencia de bases orgánicas territoriales y liderazgos segmentados por su sustento orgánico –número de militantes– y presencia o participación institucional en la estructura territorial del Estado; es decir en las comunidades autónomas, las diputaciones provinciales y los ayuntamientos.
Eso lleva a que el PSOE, tras las elecciones municipales y autonómicas de 2015, recupere parte del poder institucional autonómico y local que desde 2003, y en muchas ocasiones antes, había ido progresivamente desprendiéndose de él. Así, además de en Andalucía, donde no ha dejado de gobernar ininterrumpidamente desde 1982, tras las elecciones de mayo de 2015 el PSOE recupera el poder institucional en las comunidades de Castilla la Mancha, Valencia, Extremadura, Asturias y Aragón. Eso conllevará la coexistencia de liderazgos autonómicos que en el plano estatal al PSOE le han otorgado el carácter de ‘baronías’ territoriales con tanta incidencia en este proceso.
SEXTA. La permanente presencia desde las primeras elecciones democráticas de 1977 de los partidos nacionalistas o más correctamente de los ‘partidos de ámbito no estatal’, ha posibilitado que estos desarrollaran el papel de ‘gozne’ del sistema, basculando, según el momento, hacia el PSOE (1993, 2004) o hacia el PP (1996, 2000).
Sin embargo, la denominada ‘escalada nacionalista’ que lleva a la antigua CiU a reivindicar en primer plano la independencia para Cataluña, y a extender tales posiciones de manera más tibia al País Vasco, sitúa una ‘línea infranqueable’ para los denominados partidos ‘constitucionalistas’ de llegar a acuerdos de gobernabilidad con ellos, como ocurrió en las décadas pasadas.
SÉPTIMA. El liderazgo orgánico e interno en el PSOE, que tradicionalmente han tenido las federaciones socialistas de Andalucía y Cataluña –por militancia y resultados electorales–, había configurado un aparente ‘pacto bético’ en donde las voluntades mayoritarias del sur junto con las aliadas del socio autónomo del PSC pero dentro de la estructura del PSOE, conformaban la columna vertebral del partido. La pérdida progresiva de poder institucional en Cataluña y de peso orgánico en la federación española del PSOE, dejó al poder ‘socialista andaluz’ como referencia incuestionable del socialismo español. El simultáneo ascenso orgánico e institucional de Susana Díaz en Andalucía, la convertía en potencial candidata para liderar no sólo el socialismo andaluz, sino para representar para muchos, dentro y fuera del PSOE, la única opción con verdaderas posibilidades de lograr la alternancia en el poder estatal a favor del socialismo desplazado de las esferas estatales desde la presurosa salida de Rodríguez Zapatero en 2011.
OCTAVA. Todo esto acontece en un contexto social bien distinto con el que se ha enfrentado la política en general y el socialismo en particular en los últimos cuarenta años. La progresiva sustitución de las bases partidistas socialistas a lo largo de los últimos treinta años, han configurado un partido con unos presupuestos ideológicos tibiamente reformados en el último siglo con unas bases de ‘militancia’ muy mermadas tanto cuantitativamente como cualitativamente en expresión de la nueva realidad sociodemográfica española.
Escasamente la actual ‘militancia’ del PSOE representa el 5% del total de sus votantes, lo que lo constituye en modelo prototípico del denominado ‘cath-all-party’ o partido de electores en la traducción más adaptada al castellano (partido ‘atrapa-lo-todo’). Como en el resto de Europa, este modelo de partidos se caracteriza, fundamentalmente, por una pérdida sustancial de sus presupuestos ideológicos y una vocación universalista de sus votantes con mezcla de situaciones muy variadas en sus actividades y dedicaciones.
NOVENA. Esta confluencia de una crisis de liderazgo –específicamente española–, con una crisis de la ideología socialista o socialdemócrata, generalizada al resto de las socialdemocracias europeas, se completa con la crisis de resultados electorales y parlamentarios obtenidos por el PSOE en las últimas convocatorias electorales. Todo ello configura una situación global nada positiva para los intereses y expectativas políticas del partido socialista.
DÉCIMA. En este contexto es en el que el PSOE se enfrenta a una de las situaciones más complejas de su historia reciente: permitir con su abstención la llegada al Gobierno del Partido Popular, y de Mariano Rajoy a la Presidencia del Gobierno, en una investidura en la que tan sólo hace unos meses concurría el candidato socialista, o mantener su rechazo a permitir dicho acceso con su voto negativo al mismo.
Todo ello hace pensar que la crisis desatada en las últimas semanas en el PSOE con la salida de su anterior secretario general, llevaría a adoptar una posición que posibilitase un ‘abstencionismo activo’ en pro de la gobernabilidad y en contra de las posiciones que el PP ha mantenido en los últimos cuatro años. Esa cuadratura del círculo requeriría, en el caso de producirse, mucha destreza y habilidad en un partido tremendamente debilitado.
La otra opción pasaría por la celebración de unas terceras elecciones en las que previsiblemente buena parte de su ya mermado electorado dejaría de apoyarlo en esta ocasión, según las distintas prospecciones sociológicas realizadas. La experiencia electoral española de estos últimos treinta y nueve años nos ha puesto de manifiesto claramente cómo todo partido que ha concurrido una elecciones soportando una situación de crisis, ha sido penalizado por el electorado. Un partido centenario como es el PSOE, sumido en estos momentos en una convalecencia aguda de liderazgo y en ausencia de unas bases ideológicas fuertes sustentadoras de sus adscripciones colectivas y, electoralmente, por último, presionado por los nuevos actores del sistema de partidos, difícilmente podría emprender el camino de la concurrencia electoral inmediata sin soportar extremados riesgos de supervivencia política.
JUAN MONTABES