22 noviembre 2024

A Guillen, con 9 años, le detectaron linfoma de Burkitt y todo indicaba que perdería el curso pero su maestro ideó un proyecto, premiado por el Ministerio de Educación: toda la clase ejerció de docente.Guillén no sólo se curó sino que pasó de curso y, además, todos sus compañeros subieron nota después de ser los profesores de su compañero

A los padres les dijeron: «Guillén tiene un tipo de cáncer llamado linfoma de Burkitt»  A la dirección del colegio Minte se le explicó: «Nuestro hijo no va a poder ir a clase este curso».

A los alumnos de 4º de Primaria les contaron: «Vuestro compañero está enfermo».

Y al único que le hablaron claro -a bocajarro, sin medias tintas, de hombre a hombre, mírame a la cara- fue al niño: «A ver, Guillén, tienes un bicho en la tripa, te hemos operado y te hemos quitado el bicho, pero el bicho ha dejado unos huevos por ahí dentro. Tú tranquilo. Con este medicamento te los vamos a quitar».

Un crío de nueve años.

Un bicho en la tripa.

Unos huevos.

Y una medicina como una superarma del Space Invaders contra los malos. Cuando comenzó aquel curso de 2014, Guillén ya llevaba dos sesiones de quimioterapia.

«Oyes linfoma, oyes cáncer, piensas en cuánto te queda estar con él», sentencia Yolanda Obón, la madre. «Nos explicaron que había un 80% de posibilidades de supervivencia. Mi marido y yo éramos un mar de lágrimas igualmente. Mi marido decía: ‘De esta salimos’. Físicamente el deterioro de Guillén fue en picado. La quimio le llagaba todo el sistema digestivo. No podía ni tragar la saliva».

Lo de menos era que Guillén perdiese aquel curso. Lo de más era que perdiera la vida. Entonces hubo un profesor que dijo que no. Que el niño no iba a perder ni una cosa ni la otra.

«Al principio, cuando lo supieron, sus compañeros se tiraron llorando en el recreo dos o tres semanas», recuerda Javier Mur, a la sazón su tutor. «Todos estaban muy tocados y muy tristes. Ves a niños de nueve años así y buf… Pues bien, pasamos de ese panorama a una situación totalmente ilusionante: íbamos a preparar cosas para que Guillén volviera, sí. Darle la vuelta a aquel mensaje inicial lo cambió todo. Decidimos que todos los niños de la clase iban a ser los profesores de Guillén«.

Cuando en tu vida te cruzas con un profesor así, cuando todos conspiran para que regreses una semana tras otra, se producen pequeñas revoluciones grandes que conviene contar: Guillén está totalmente curado. El niño enfermo aprobó aquel curso. En un insólito desenlace, todos los alumnos de aquel 4º de Primaria mejoraron sus resultados académicos.

Y el de cuatro subió a seis. Y el del aprobado raspado subió al notable. Y hay cosas que son imposibles de puntuar -ya lo sabemos-, pero aquí les damos dos páginas a aquel profesor y a sus alumnos sobresalientes.

Las pruebas

Aquella iniciativa de veintitantos locos maravillosos se llama Proyecto Guillén, tuvo lugar hace un par de cursos en el Colegio Minte de Monzón (Huesca) y al docente le ha valido el Premio Francisco Giner de los Ríos a la Mejora de la Calidad Educativa que entregan el Ministerio de Educación y la Fundación BBVA. Porque en España hay 1.400 nuevos casos de cáncer infantil cada año y -más allá de la atención domiciliaria: un docente que acude a tu casa- no hay nada para ellos. O mejor: no había.

Pero volvamos a aquel momento.

Hace semanas que Guillén se queja de dolores en la tripa. Siempre a la hora de comer. El día en que va a representar la actuación escolar de final de curso, el niño no sale al escenario a bailar. Está en un escalera llorando. Los dolores no son teatro.

Le hacen pruebas. Encuentran una mancha amplia en el abdomen. Los padres han ido a recoger el resultado de las pruebas. Estamos a primero de julio de 2014. A los padres les dicen: «Guillén tiene un tipo de cáncer llamado linfoma de Burkitt».

Y allí, en la salita de la doctora, se abre el suelo que hay bajo los pies de dos personas adultas. Y se los traga.

Días de oncología

Habla Yolanda, la madre: «El jefe de cirugía nos animó: ‘Si yo tuviera que elegir un cáncer para mi hijo sería este’. Bien. Pero tú vives horrorizada igualmente, pensando en que existe la posibilidad del otro 20% (…). Fueron seis sesiones de quimioterapia. Una cada mes. Al acabar aguantaba dos o tres días bien, pero luego empezaba con 38º de fiebre y teníamos que llevarlo a una habitación del hospital para que lo ingresaran 10 días en aislamiento. Esa fue la rutina durante aquel 4º curso escolar. Guillén con un deterioro físico en picado. El drama que fue para él que le rapáramos su melena. Los días en Oncología Infantil. Las señoras de la limpieza jugando a las cartas con él. Los voluntarios que iban a verles. El crío animado y subiéndose al carro del gotero y haciendo carreras por el pasillo. Recuerdo el día en que murió un niño en julio. Esa sensación que se te queda nada más despertarse: ‘La muerte ha pasado de largo por esta habitación'».

Habla Javier, el maestro: «Cuando me enteré de que tenía cáncer, estuve hablando con el claustro. Les dije a mis compañeros que teníamos que hacer algo para que el niño se sintiera uno más en el aula. Busqué y busqué y no vi ninguna metodología para estas situaciones. Tenía que ser algo motivante, que implicara a todos. Y que mantuviera enganchado al niño enfermo. Así que decidimos que los niños serían los profesores de Guillén. Que estarían pendientes de enseñarle y de corregirle. De hacerlo juntos. Y funcionó… La clave es que, por mucho que yo quiera, no puedo empatizar con un niño como lo hacen ellos».

Lo que hicieron ellos

Muchos dormían aún con peluches, algunos no sabían atarse los cordones, ninguno alcanzaba el estante más alto de la cocina. Y lo hicieron ellos.

La clase entera. Cuatro grupos de trabajo entre niños de nueve años. Repartidos en otras tantas materias -Lengua, Matemáticas, Inglés y Conocimiento del Medio-. Elaborando material didáctico atractivo. Planteándole ejercicios de ida y vuelta al compañero ausente. Javier: «Cada 15 días yo quería algo para Guillén».

Y así empezaron a llegar a casa del crío murales sobre el reino animal y sobre los pronombres posesivos. Y así se hizo un blog a través del que intercambiaban vídeos y textos. Y Adrián y su grupo se grabaron explicando los invertebrados. Y Abdel y compañía le contaron la acentuación. Y Guillén contestaba grabándose a su vez. Y hasta aparecieron todos disfrazados estrenando para él una obra de zombies en el colegio o una pelea de robots en el patio.

-¿Cómo fue para tu hijo todo aquello? -le preguntamos a la madre.

-Para él fue la vida. Fue una forma de mantener su ánimo, de sentirse querido en su grupo de iguales. Ésos que se preocupan por ti. Él sonreía al verlos sonreír.

-¿Cómo fue para la clase todo aquello? -le preguntamos al maestro.

-La clase se mostró más responsable con su aprendizaje. Todos se esforzaron un montón para asimilar conocimientos y así poder explicárselos a Guillén. Pasó algo nuevo y extraño: yo a lo mejor me ausentaba a grabar un corto para Guillén y los niños seguían trabajando solos, en silencio, sin que nadie les vigilase… Todos mejoraron sus resultados.

10 kilos menos

Javier inventó todo. Javier inventó lo de los miércoles de tomas falsas: esa tarde a la semana en la que iba a visitar a Guillén y le ponía fallos de los vídeos de sus compañeros. Cinco veces, 10, 20… «Y nos tronchábamos de risa».

También se inventó lo de sacar a los alumnos al parque de Joaquín Saludas a recibir la clase. Para que Guillén -que tenía las defensas bajas y no debía estar en un espacio cerrado por el riesgo de virus- pudiera estar con sus compañeros cuando estaba algo mejor.

Aquel día en que el niño regresó por fin al aula en Semana Santa, pesaba 10 kilos menos, venía visiblemente demacrado y no paraba de dar las gracias.

Guillén está hoy curado, tiene revisiones cada dos meses, va a clases de hip-hop y canta jotas. En Monzón todos conocen la increíble historia de una clase donde hubo veintitantos profesores de nueve años. Él te lo cuenta en dos líneas y mejor: «Como yo no podía ir a clase, la clase vino a mí».

«Con una situación así, otro profesor no habría ideado esto», apunta su madre. «Esto sólo se le puede ocurrir a un enamorado de su profesión como es Javier. Los niños son plastilina. Si caen en manos de alguien que merezca la pena pueden cambiar el mundo».

(…)

En septiembre de 2015, Guillén dejó el Colegio Minte y entró en el Monzón III y Javier abandonó el pueblo para dar clases en Pontevedra. Como pasa en muchos western, la historia terminaba bien y los buenos se separaban al final de la película.

Todavía se siguen viendo. Cada vez que el maestro regresa a Monzón y se va un rato a ver al chico. Un tipo de 30 años y un crío de 11. Le dan al botón del rewind y al botón del play.

Yolanda rebosa felicidad por los cuatro costados. Y se emociona hablando de esta pareja: «Guillén aún no se da cuenta pero, cuando sea adulto, y le pregunten por alguien que le cambió la vida, por esa persona verdaderamente importante cuando fue niño, él dirá que esa persona se llamaba Javier. Y que fue su maestro».

PEDRO SIMÓN