22 noviembre 2024

Cada fecha tiene su significado: 6 de diciembre significa Constitución, 4 de diciembre y 28 de febrero, Andalucía. El 14 de abril no puede significar monarquía, ni el 18 de julio, república. De la misma manera, el 2 de enero no puede significar Granada. Toda conmemoración es una selección, porque el pasado es demasiado complejo para celebrarlo entero.

 

Ninguna fiesta es natural ni neutra. No vale decir que esto es “de toda la vida”, ni preguntar qué de malo tiene gritar “¡qué?” tres veces en la Plaza del Carmen o subir a tocar la campana de la Vela.
Seleccionar el 2 de enero como día de la ciudad tiene significado ideológico y político, para empezar porque implica que no celebramos otras fechas posibles (por ejemplo, 26 de noviembre, Capitulaciones; 25 de mayo, Mariana Pineda; o 5 de junio, Federico García) y sobre todo porque conmemorar el 2 de enero significa conmemorar el punto de vista de unos (los que tomaron) anulando el punto de vista de los otros (los que entregaron).

El día 2 de enero de 1492 sólo ocurrió una cosa: que las primeras avanzadillas militares de los cristianos entraron en la ciudad. Los Reyes Católicos llegaron el día 6, y el tratado de toma/entrega se suscribió el 26 de noviembre del año anterior. Además, esa primera entrada militar no fue resultado de una victoria, sino primera ejecución de un contrato político en virtud del cual Granada se integró en las Españas. Lo que ocurrió después ya lo sabemos: una parte, la granadina, entregó y cumplió; y el nuevo estado (moderno sí, pero) absoluto tomó pero no cumplió. Vino la sublevación y esta vez a la deslealtad del fuerte se sumó el exterminio del débil: en la mal llamada guerra -sólo había un ejército, no dos- de los moriscos, las tropas del naciente estado absoluto practicaron la limpieza étnica, la segregación racial e innumerables crímenes de lesa humanidad.

Curioso sin embargo que esto todavía se lea como una historia de moros (malos que se fueron) y cristianos (buenos, modernos y democráticos que nos quedamos) cuando no es sino la enésima versión del enfrentamiento ancestral entre los pueblos y los estados, entre los poderes y los derechos. Y curioso que cuando se habla de este complejo de imposturas y olvidos históricos que asignan a Granada un papel pasivo en la historia (Granada es el objeto que se tomó y no el sujeto político que suscribió un tratado condicionado de entrega) no se vea relación alguna con el presente, con los problemas de marginalidad y discriminación que hoy sufre (la desde 1833 llamada provincia de) Granada.

La fiesta de la Toma parecerá muy española si por España se entiende una unidad indisoluble superior y previa a la Constitución, pero no lo es tanto si se piensa que España es sólo un estado constitucional y plurinacional integrado en la Unión Europea.

En un caso y en otro, se piense como se piense, la fiesta es antigranadina.