MI AMIGO MIGUEL  por Juan Alfredo Bellón para EL MIRADOR DE ATARFE del domingo 22-01-2017

Mi amigo Miguel, el Curica, anda estos días que apenas respira. Bueno, en realidad lleva ya mucho tiempo tocado del ala. Nunca tuvo dinero, pero el espejismo económico de la juventud y de la emigración, interior y exterior, primero a Barcelona y luego a París y Londres, y del seudo desarrollo de los años sesenta lo hicieron concebir una existencia alegre y confiada que se encontró con la cruda realidad económica de la transición cuando su generosidad militante por apostar por la nueva España emergente lo colocó al borde del lumpen, sin apenas derechos sociales que reclamar y tan solo con una pequeña pensión como consecuencia de sus escasas cotizaciones en una vida laboral tan corta como irregular y realizada a saltos de mata.

Y luego están las desgracias de su biografía que se fueron sucediendo desde finales de los ochenta y que destruyeron familia y creencias en una sucesión interminable de desapariciones.

Primero fue Dolores, su madre biológica, una vieja militante granadina que logró sacar adelante a tres hermanas mayores y al mismo Miguel, que era el cuarto y el Benjamín, echando a diario culos de enea a las sillas a un tanto alzado tan mísero como insuficiente para vivir. Y luego le tocó desaparecer en noviembre de 1989 a su madre política, Dolores Iibárruri, al poco tiempo de regresar del exilio. Después perdió a Santiago Carrillo, de quien siempre se confesó seguidor fervoroso y ahora, ya blincado al umbral del siglo XXI, acaba de golpearlo hasta dejarlo sin sentido político la muerte de Fidel, allí en la Habana, a donde Miguel se había desplazado en varias ocasiones para golismear cómo se vivía en un país donde aún imperaba el socialismo real y, enterados de su mote, los cubanos le llamaban el Padrecito.. Total que con la desaparición de Fidel, el Curica se ha quedado sin familia política y ya no hay quien le mitigue el dolor que le embarga de vivir en un mundo desgobernado donde, siendo él un comunista tan primitivo, nadie lo comprende ni aprecia su sin vivir. Y por si le faltaba poco, también se le ha muerto su benefactor granadino, don José Montero, sacerdote motrileño, de la saga de los fabricantes del ron de su apellido, continuador avemariano de la obra social y escolar del padre Manjón a quien Miguel profesaba devoción suma al sentirse agradecido hacia quienes le enseñaron las primera letras y le proporcionaron la primera vivienda.

Esta sucesión inmisericorde de fallecimientos ha puesto a mi amigo a las puertas mismas de la melancolía más profunda y lo ha vuelto una persona pesimista, agria y amargada, que poco recuerda al andaluz alegre y confiado de su primera juventud, cuando se juntaba con el Lebrijano y el Turronero en la cueva de el Curro y cantaban aquello de Niña te espero / con un jarro de vino / y un pan casero, fusionando de hecho y fundiendo de derecho el flamenco del polo oriental con el del territorio occidental andaluces. Porque resulta que el Curica es un pozo de sabiduría sandunguera que se fue decantando en su modo de ver y vivir la vida por los azares de su picaresca particular, siempre aulas del saber triste y postinero que ha terminado por coronarlo, como al Dante, rey de la poesía de esta Divina Comedia de la vida cuyos círculos concéntricos en espiral descienden hasta el mismo Infierno.

Cómo será la cosa que, hasta la generación de sus madres, educada en la picaresca incontinente de la pobreza más extrema, los enseñó a vengarse en la exageración del humor, en la solana invernal del Sacromonte, cantando fandangos de la tierra: A los merceores me tengo que ir, / a que me dé el aire / en el colorín / ¡Aire, aire, aire!/ Mi marido en la Vega / y yo con un fraile.

Por que la estupidez humana evidente puede concitar apoyos clamorosos en estos tiempos nuestros inexplicablemente y, mientras mayor puede ser la estupidez, mayor ser también el apoyo. Como lo demuestra el hecho de lo que ocurre con los pastores apostólicos eclesiales, tal el obispo de Córdoba, que se ha despachado con estos argumentos analfabetos y fanáticos para des legitimar las reivindicaciones laicas de los cordobeses sobre la titularidad de la Mezquita: la Mezquita es arte bizantino. Los moros solo pusieron el dinero.

Ante tan extrema estupidez ¿cabria pensar que el mudéjar sea un arte cristiano porque los cristianos eran los que lo financiaron? Por eso, había un torero que decía creer en Dios pero que la cuadrilla era para matarla… en sentido metafórico, claro, Vayamos a pollas.

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