¿Qué tenemos que hacer las mujeres para que nos crean? ¿Qué perverso mecanismo hace posible que un catedrático de la Universidad de Sevilla haya seguido dando clases, apoyado por muchos de sus compañeros, seis años después de la primera denuncia por acoso y abuso sexual a dos profesoras y una becaria? ¿Cómo es posible que ellas hayan tenido que rehacer sus vidas lejos y él siguiera en contacto con decenas de estudiantes y profesoras?

¡Seis años! Seis largos años. ¿Cómo es posible que habiendo intervenido el Instituto Andaluz de la Mujer, estando en curso un procedimiento judicial, constando las secuelas psicológicas en las víctimas… él siguiera ahí, donde se cometieron los delitos sentenciados ahora con una condena de siete años de cárcel? Solo ahora, y solo probablemente por la presión de los medios, lo han suspendido de su tarea docente y no podrá, de momento, volver a las aulas. El número de denuncias falsas por violencia de género no llega al 0,1%

Todas las estadísticas oficiales disponibles insisten año tras año en que el número de denuncias falsas por violencia de género no llega al 0,1%. Según la Fiscalía, en el 2015 se presentaron más de 29.000 denuncias, se incoaron 18 causas por denuncia falsa, solo en dos casos hubo condena, ocho se archivaron y ocho están en tramitación. En total, el 0,0077%.

A la vista de la contundencia de estos datos, hay que cambiar la pregunta «¿qué tenemos que hacer las mujeres para que nos crean?» por «¿qué deben hacer los hombres, muchos hombres al menos, para comprender de una vez que ni nuestras vidas ni nuestros cuerpos les pertenecen?». ¿Lo entienden los compañeros del catedrático abusador que lo defendieron?

¡En la Universidad! Hace solo 40 años, un español podía volverse loco, sacar dinero de su cuenta corriente  familiar y dedicarse a vender helados en el Polo Norte. Una española casada necesitaba el permiso de su marido para trabajar, cobrar el salario o disponer del dinero familiar para el negocio más sensato. Una española casada necesitaba el permiso de su marido para trabajar, cobrar el salario… Cuarenta años después el catedrático sevillano Santiago Romero ha podido seguir dando clases, mientras una de sus víctimas ha terminado por dejar totalmente la docencia y se ha marchado de España. Tenía el mejor expediente académico de su promoción.

Otra abandonó Sevilla, se fue a Granada y sigue siendo interina. Y la tercera ha vuelto a la universidad, pero a otra facultad para no coincidir con su maltratador condenado, mientras él no tuvo que moverse de su sitio. Todas han necesitado apoyo psicológico y una de ellas lo necesita todavía hoy. Produce escalofríos pensar cuántos casos parecidos a este pueden permanecer ocultos… hoy que todas las leyes reconocen la igualdad, hoy que ninguno de los profesores que han consentido al catedrático se atreverían a decir en voz alta los argumentos que debieron utilizar en voz baja para no creer a las mujere

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