Ganado el primer pulso. Queda el segundo, el tercero…
Superado el primer objetivo, frenar a la bestia, ahora le quedan a Francia, y por tanto a Emmanuel Macron, decenas de obstáculos a superar para recuperar ese espacio de primer nivel, igualado con Alemania, que siempre ha tenido. Por eso, por ser el ejemplo de gran país al que han aspirado a parecerse los demócratas españoles de uno u otro signo, sorprende aún más cómo es posible que alguien como Marine Le Pen, a la que solo se la puede calificar como fascista, haya arrastrado a su favor a millones de franceses.
Pero lleva la política europea y mundial años muy confusos, con personajes estrambóticos llevándose el pan y la sal, mientras los partidos consolidados sufren un revolcón tras otro. ¡Qué fracaso el de la derecha y la izquierda tradicionales francesas en estas últimas elecciones!
El muy joven Macron, salido prácticamente de la nada, sin un partido que le respalde, tendrá ahora que luchar contra unas formaciones que todavía cuentan con importantes resortes de poder y con una extrema derecha, la del Frente Nacional, a la que ahora ha derrotado pero que ha conseguido afianzarse como la segunda fuerza de la República francesa. Ahí es nada. Toda una dama respetable, Marine Le Pen, y bendecido el partido xenófobo, populista y reaccionario que creó su padre, tan fascista como su hija.
¿De verdad que tenemos que estar contentos?