24 noviembre 2024

GRA514. Madrid, 21/05/2017. Los candidatos a la secretaría del PSOE, (i-d) Susana Diaz, Pedro Sánchez y Patxi López, posan para los medios gráficos en la sede socialista en Madrid, tras conocerse los resultados de la jornada electoral para elegir al nuevo secretario general de la formación. EFE / Javier Lizón.

La unidad o, al menos, su sucedáneo, la coexistencia, va a ser imprescindible para que el PSOE no se desangre y pueda soñar con regresar algún día al poder

Es posible la unidad? ¿Es posible la paz o, al menos, el armisticio? Fácil no va a ser, desde luego. Puede integrarse a un rival pero ¿puede integrarse a un enemigo? Y no es uno, son muchos.

El gas tóxico de la enemistad se ha filtrado desde la cima del partido hasta la base, y además ha agrupado en el bando perdedor a todo el corpus orgánico e histórico del partido, con sus símbolos más preclaros incluidos. Y ha derribado con estrépito, además, a la figura en la que todos ellos habían depositado sus esperanzas de futuro.

Hoy todo el mundo hace votos por la concordia, vuelan hermosas palabras, sería de desear que valieran más que las efusiones de exaltación de la amistad tras una noche de copas. Porque la unidad o, al menos, su sucedáneo, la coexistencia, va a ser imprescindible para que el PSOE no se desangre y pueda soñar con regresar algún día al poder.

El Partido Socialista tiene algo de lo que el PSOE de Rodolfo Llopis significaba en el año 74. Como aquel, necesita regresar del exilio, necesita cometer una gran transformación. Pedro Sánchez se equivocaría si creyera que su gran victoria de ayer le ha convertido ya en el equivalente de aquel Felipe González del 74, y se equivocaría porque también él, Pedro Sánchez, ha formado parte como protagonista de ese PSOE extraviado que ha vivido demasiado tiempo en el exilio. Pedro Sánchez solo será el hombre que devuelva el PSOE a la realidad de esta España nueva, diferente y cambiada si consigue lo que Felipe González consiguió en el año 74: ser un secretario general integrador.