LAS CALDERAS DE PEDRO BOTERO por Juan Alfredo Bellón
LAS CALDERAS DE PEDRO BOTERO por Juan Alfredo Bellón para EL MIRADOR DE ATARFE del domingo 16-07-2017
Miedo da y mucho solo de mirar los mapas meteorológicos sabiendo como sabemos que en un casquete polar (creo que es el del norte) se ha desprendido un iceberg del tamaño de La Rioja. Hay que agradecer el sentido didáctico de las mujeres y los hombres de los Servicios Meteorológicos a la hora de hacer comparaciones ilustrativas de la realidad con la que trabajan: La Rioja no es cualquier región española, ni cualquier zona vitivinícola del mundo del pirriaque hispano que se produce en torno a los ríos Duero y Ebro de nuestra geografía peninsular. La Rioja es el sancta sanctorum de la producción de tinto, blanco y clarete, perdidos en Europa con la plaga de la filoxera pero recuperados luego gracias las cepas que ambos cleros católicos (el regular y el secular) habían llevado a América para su conversión en caldo eucarístico.
Además, en tan reducida pero muy poblada región, la gente llegó a atesorar un alto índice de vocaciones clericales, tanto sacerdotales como de otros institutos religiosos, lo que hizo crecer la fabricación vinícola seguro que para ensayar los oficios divinos mejorando la calidad y la cantidad de los caldos, lo que progujo la alegría de disfrutar un paraíso enológico inigualable pensando que nos sería posible sentarnos en una hamaca sobre la Ríoja y alargar el brazo con un pocillo para recoger su correspondiente ración de tinto sin esfuerzo alguno. Teniendo en cuenta que la descongelación sería mucho más lenta que la consumición, no se produciría una pérdida irreparable de la masa continental y daría para implementar otras políticas conservadoras de dicha masa y así la indiligencia de la política trumpiana para con los acuerdos proteccionistas del protocolo de París tendría efectos mucho menos nefastos.
Total que lo lo pernicioso de esta política antiproteccionista quedaría relativamente matizado por la desaparición de las medidas negacionistas de corte europeo convirtiendo así en menos imprudentes los protocolos norteamericanos.
El caso es que, a estas alturas de Julio, horroriza pensar en las temperaturas que nos acechan y comprobar que nuestros caldos están destinados a almacenarse en las calderas (o sea, toneles y perolas, receptáculos ardientes donde se asarán nuestras carnes morenas per saecula saeculorum pagando para más inri la factura de la electricidad mientras nos arden las fauces y se nos cuecen las tripas.
Lo único bueno del asunto es que, como se avecinan unas condiciones excepcionales para la cosecha del vino y del aceite, juntemos lo uno con lo otro, roguemos al Creador para que siga haciendo buen tiempo hasta finales del otoño y así, cuando tengamos la seguridad de sendos cosechones, aceptemos la fortuna de seguir siendo una economía agrícola y nos aprestemos para cocinar un gran puchero nacional y vaciemos nuestras botas para agarrar el gran pedo plurinacional desde los que digerir mejor las condiciones de tan buena noticia.
Mientras habrá que esperar que no se nos tuerzan las calendas y que al Demonio no se le enfríen las botas donde se cocinan nuestros guisos y que los sepamos regar con aquel vinillo aloque que decía Baltasar del Alcázar en aquella su Cena Jocosa, que aquí también tenemos buenos caldos y mucho más territorio que en Rioja para criarlos aunque ande estos días tan derretido y nosotros tan deshechos como las hordas de Hilary y su esposo Bill respectivamente.