¿Tiene algún sentido beber agua embotellada?
El consumo de agua envasada en España ha crecido hasta rozar los mil millones de euros de facturación. ¿Es puro marketing o de verdad este elemento es más saludable o placentero dentro de una botella de plástico?
Le llaman el oro azul y no es para menos, porque el agua se ha convertido en un suculento negocio. En un mundo en el que 663 millones de personas viven sin acceso a agua potable mejorada, según cifras de la OMS y Unicef, nosotros nos gastamos alrededor de mil millones de euros en comprarla envasada. Al año nos bebemos unos 120 litros de agua mineral por cabeza, según estimaciones de la Asociación Nacional de Empresas de Aguas de Bebida Envasadas (Aneabe). «Es la bebida que más se consume», me aseguran. Aunque otros países de la UE nos superan: somos el cuarto productor de agua embotellada y el quinto en consumo, tal y como indica la estadística de la Federación Europea de Aguas Envasadas.
No sé cómo andarán los grifos de los italianos, los principales consumidores, pero el último informe técnico del Ministerio de Sanidad decía que el 99,5% del agua que sale por los nuestros es potable. El otro 0,5% son incumplimientos puntuales de determinados servicios. Lo cual quiere decir que estamos pagando por un recurso que tenemos de forma segura, asequible y sin necesidad de desplazarnos. O sin coste alguno si bebemos de una fuente potable. ¿Qué sentido tiene tomar agua envasada?
Para Aneabe hay tres motivos: «Una mayor preocupación de la ciudadanía por tener hábitos de vida saludables como beber dos litros de agua al día, su precio, de los más bajos de Europa, y que te permite estar hidratado en cualquier momento y en cualquier lugar». Sobre esa creencia de beber ocho vasos al día, nuestro nutricionista de cabecera, Juan Revenga, demostró aquí que no tiene base científica. Y lo del oro azul es por algo: por el precio de tres cuartos de litro de agua envasada (un euro), tenemos mil litros de agua corriente en una ciudad como Madrid. Pero el agua embotellada forma parte del paisaje e, incluso, hay restaurantes que tienen su carta específica.
Manuela Romeralo recuerda la cara que puso en 2003 cuando una comensal le preguntó por los tipos de agua que tenían. «Pues agua con gas y sin gas, le contesté. Y su explicación me llamó mucho la atención: ‘Es que mi médico me dice que como soy mayor es mejor que tome agua con calcio’. Aquello me dejó impresionada», reconoce esta sumiller de aguas minerales. Después de eso, investigó y al poco le sugirió a su jefe tener una carta de aguas como tenían una de vinos. «Llegamos a tener 50 tipos de aguas de 20 países distintos».
¿El agua tiene sabor?
A mí me explicaron en el colegio que el agua era insípida, incolora e inodora. ¿Nos engañó a todos nuestro profesor de Ciencias Naturales? Pues un poco sí, porque el agua tiene sabor y aroma. «El agua tiene que ser transparente, pero eso de que no tiene sabor y aroma no es cierto. Eso viene determinado por la cantidad de minerales que tenga, se sabe por el residuo seco [los minerales que quedan cuando se evapora el agua]: hasta 50 miligramos por litro sería un agua de mineralización muy débil y a partir de 1.500, mucho más fuerte. A más mineralización, más sabor», concreta Romeralo.
Esto, por sí solo, no termina de explicar ese sabor y el aroma. También hay que fijarse en los componentes minerales presentes, y su cantidad. «Lo que le da dureza al agua es, sobre todo, el calcio. Es un mineral que se percibe de manera clara en boca y nos da esa sensación de astringencia», explica esta experta. Pero hay otros elementos que conviene mirar también como los bicarbonatos o el pH: «Si tiene más bicarbonatos será un agua más intensa en paladar. Y cuanto más alto sea el pH, perderá frescura y tendremos la sensación de que no nos quita tanto la sed».
El agua embotellada no es más sana que la del grifo
En todo este negocio hay también una fabricación de la demanda en base a unas teóricas propiedades mineromedicinales. La famosa agua de Fiji, por ejemplo, es bastante apreciada porque al ser un agua de manantial de origen volcánico contiene un porcentaje de sílice bastante elevado. Lo cual se traduciría en efectos beneficiosos sobre la piel. También se dice que algunas aguas de mineralización débil son muy diuréticas y ayudan a evitar la formación de cálculos renales. Pero, ¿qué hay de cierto en todo esto?
La médica nutricionista Magda Carlas nos saca de dudas: «Las aguas de mineralización muy débil tienen menos residuo seco y, por lo tanto, menos minerales. Y esto a una persona hipertensa o con problemas renales le puede venir bien. Pero la formación de un cálculo renal viene determinada por muchos factores. Difícilmente el beber un agua más que otra te puede generar cálculos; dependerá de toda tu dieta o de tu grado de hidratación, entre otras cosas». Esos supuestos beneficios, ¿son reales? «Beneficios completos y milagrosos no te aporta. Puede ser un complemento nutricional o te puede ayudar en algunos pequeños problemas, pero el agua mineral natural no tiene propiedades curativas. Ni cura enfermedades ni va a determinar nuestra salud. En ese sentido, el agua del grifo y el agua mineral están a la par: su influencia en la salud es limitada. ¿Por qué? Porque estamos en un país que come variado y suficiente. Y los alimentos tienen agua y también nutrientes».
Carlas es autora del libro Más claro que el agua: Todo lo que deberías saber del agua mineral y nunca te han contado. En uno de los capítulos aborda esto mismo: «El magnesio, que encontramos en las aguas minerales, es otro mineral fundamental para el organismo. Pero este también se obtiene del cacao o los vegetales. Digamos que el agua mineral natural además de un sabor más puro, nos ofrece una dosis extra. Un agua con más calcio será un complemento para mujeres embarazadas o niños en edad de crecimiento, pero será un añadido a su dieta». Y anoten esto: ni beber agua durante la comida es malo ni beber mucha agua hace que adelgaces.
¿Y el bisfenol A, qué pasa con él?
R.C.G.
El otro tipo de plástico que se utiliza para el envasado de agua es el policarbonato. Menos común, se suele encontrar en las oficinas. Es el que se emplea para las grandes garrafas y contiene bisfenol A, un compuesto que a elevadas concentraciones puede ser tóxico. Pero a los niveles en los que se encuentra en estas botellas no supone, a día de hoy, ningún riesgo para la salud, zanja el doctor Borrell. Lo que sí hay que tener más en cuenta es el contenido de nitratos en zonas rurales, especifica este especialista. El nitrato es una especie química que se puede encontrar de forma natural, y algunos expertos alertan de que en zonas agrícolas y ganaderas pueden llegar a superar los límites máximos y que se produzca una contaminación de los acuíferos por nitrato. Por lo que aconsejan beber agua embotellada en estas zonas.
La opinión de la dietista nutricionista Andrea Sorinas es similar: «No existen evidencias científicas de que el agua embotellada sea más sana que la del grifo. La cantidad de cloro presente en el agua del grifo no tiene ningún efecto perjudicial para la salud». Lo que nos lleva a tratar otro asunto: por qué en algunas comunidades el agua sabe tan mal. La razón más común para comprarla embotellada.
Aguas más duras que otras
Las regiones que consumieron más agua envasada en el último año fueron: Baleares, Canarias, la Comunidad Valenciana, Cataluña y Murcia, frente a Madrid, Euskadi, La Rioja y Navarra. Este dato, que sale del panel de consumo en el hogar elaborado por el Ministerio de Agricultura, encaja con un informe que elaboraron en 2003 un comité de expertos de la Fundación de Investigación Nutricional, que situaba las mejores aguas potables en: San Sebastián, Bilbao, A Coruña, Ourense, Pamplona y Madrid. Mientras que el agua del grifo de Cataluña, Valencia, Murcia, Baleares y Canarias dejaba mucho que desear. Pero que sepa mal no quiere decir que no se pueda beber.
«En Madrid hay una excelente calidad de agua porque procede de una sierra de granito y de gneis, rocas que tienen muy poca disolución en el agua y hacen muy bien de filtro. En cambio, en la zona del levante, el agua proviene de terrenos calizos, que disuelven mucho carbonato cálcico y magnesio y genera aguas más duras y con más sabor», me explican desde la Asociación Española de Abastecimientos de Agua y Saneamiento (Aeas). Luego está el tratamiento para que esa agua se pueda beber. El agua del grifo lleva, en efecto, una pequeña cantidad de cloro que hace que no crezcan los patógenos. Pero sigue siendo un lujo, caray, abrir el grifo y tener agua potable a unos 1,77 euros el metro cúbico, según estimaciones de Aeas. Y sin huella ecológica.
Contaminación y envases que no se reciclan
Julio Barea, responsable de campaña de aguas de Greenpeace, cree que algunos han perdido el norte con este tema. «El agua tiene que tener un valor, pero es demencial que se paguen esas cantidades por un derecho básico. Puedes encontrar agua embotellada de decenas de miles de euros». Por no hablar de su contaminación: «Te cuento un caso reciente. Una empresa de un americano quería envasar agua del deshielo de algunos icebergs, que ya estaban dispersos por la zona norte de Noruega. Y nos decía: ‘Pero si ya están derretidos, esto no tiene ningún impacto’. ¿Cómo que no? Tú vas a coger esos icebergs, los vas a embotellar y lo vas a transportar en un barco o en un avión a EE UU con una huella ecológica tremenda cuando, al final, lo que estás envasando es agua. La misma agua que te sale del grifo».
Otro de los asuntos más polémicos es el que da nombre a este tipo de aguas: su envase. «El 90% del precio que pagamos del agua embotellada es la botella. A ellos, el recurso natural les sale gratis: es agua de lluvia. Pero, de nuevo, la huella ecológica que deja es brutal. Los datos que manejamos en Greenpeace dicen que solo el 20% de los envases de plástico, te hablo de los de agua pero también de refrescos, van a una planta de tratamiento. El resto acaba en vertederos, incineradoras o en el medio ambiente», asegura Barea.
En la Asociación Nacional de Empresas de Aguas de Bebida Envasadas manejan otras cifras. «El 100% de nuestros envases son reciclables y el 73% de ellos se reciclan. Los envases de aguas envasadas representan un 2% de los envases generados en España, un 0,7% de los residuos urbanos y un 0,1% del total de los residuos generados por toda la actividad económica».
¿Se puede rellenar una botella de plástico con agua del grifo?
La posibilidad de reutilizar las botellas también genera controversia. La principal organización del sector recomienda que no se rellenen para evitar accidentes domésticos con productos de limpieza y para que no pierdan sus cualidades organolépticas. «Todas nuestras botellas son rellenables, pero si tú rellenas la botella con agua del grifo y bebes directamente, la contaminas con la saliva y, al final, huele y sabe peor».
Si habláramos con excursionistas o con triatletas abogarían, seguramente, por lo contrario. Otra cosa son las migraciones que puedan darse. La mayoría del agua envasada que se vende en España se fabrica con plástico PET (politereftalato de etileno). Y sí que es verdad que algunas voces alertan de que puede haber sustancias perjudiciales que migren al agua como el antimonio, el formaldehído y el acetaldehído. Así que le pregunto a Juan J. Iruin, catedrático de Química Física y autor de ese recomendable alegato contra la quimiofobia que es El Blog del Búho: «La botella que compramos como nueva tiene el antimonio, el formaldehído y el acetaldehído que contiene por su propio proceso de fabricación y, a partir de ahí, el plástico no procrea esas sustancias. Desde luego en el caso del antimonio eso es indiscutible. Así que cada llenado y vaciado implica la salida de una cierta cantidad del mismo y, tras un cierto número de procesos, se acabará el antimonio para siempre».
Y añade: «En el caso del formaldehído y el acetaldehído es verdad que pudieran surgir nuevas cantidades como consecuencia de procesos de degradación ulteriores a su fabricación, pero en las condiciones normales de empleo -las botellas están a temperatura ambiente o, incluso, en un frigorífico- ese proceso es prácticamente inexistente. Hay que tener compasión con los fabricantes y no querer tener una botella para toda la vida, así que con cambiarla de vez en cuando aquí paz y después gloria. Y si el miedo a estas dos últimas sustancias químicas persiste, la solución es pasarse al agua del grifo». Y más ahora, que en algunas comunidades se va a obligar a los restaurantes a servirla gratis.
¿Agua del grifo gratis?
Sí. Esta vieja reivindicación se está tramitando ya en Andalucía. Por ley, los bares y restaurantes de esa región tendrán que tener a disposición de sus clientes un recipiente con agua fresca y vasos sin tener que pagar por ello. Algo que ya sucede en Francia: en sus restaurantes, la jarra de agua forma parte del precio del menú como el pan, la mantequilla, la pimienta o el uso de los cubiertos. Aunque en un bistró no están obligados, eso sí, a ponerte un vaso de agua.
En el resto de comunidades, de momento, sigue siendo a consideración del hostelero. Aunque tanto si te la cobran como si no, esta tiene que venir indicada como agua del grifo, puntualizan desde la Federación Española de Hostelería. Otros restaurantes, directamente, no la sirven. O sirven agua filtrada como el caso del Sollo. Este establecimiento, con una estrella Michelin, ofrece a sus clientes agua embotella del grifo más «agradable». «Filtramos el agua con una máquina que está conectada a la toma de agua existente y que es capaz de convertir el agua del grifo en agua más saludable, limpia y agradable de beber». Pero no deja de ser agua del grifo a 3,5 euros. Oro azul, vaya.
https://elcomidista.elpais.com/elcomidista/2017/10/10/articulo/1507666437_558794.html