«Mi doble jornada muñozmoliniana» por Alberto Granados
El lunes pasado, día 23, Muñoz Molina impartió una conferencia en el Aula Magna de la Facultad de Letras, un lugar en el que tanto él como yo mismo, cursamos nuestras respectivas licenciaturas. La conferencia llevaba por título “Escribir, leer, mirar, escuchar” y congregó, no solo a muchos jovencísimos estudiantes de la casa, sino a otros muchos nostálgicos jubilados.
Antonio, acompañado de la Rectora de la UGR, del Decano de la Facultad y del Director del Departamento de Lengua y Literatura, esperó estoicamente los discursos y presentaciones, que si resultaron protocolarios, también dejaron traslucir la admiración y el afecto que se le tiene en Granada.
Llegado su momento, un Muñoz Molina, sobrio en gestos y dicción, inició su alocución, sin el apoyo de un simple folio, como si lo que nos iba a decir formara parte de un largo ceremonial mil veces repetido. Con una voz cercana, nos habló de lo que él mejor conoce: los entresijos de la creación literaria. Era como un taller de escritura creativa destinado a las cuatrocientas personas (calculo yo) que le escuchamos.
Empezó por una idea que aparece en varios artículos suyos: todas las obras de creación que admiramos existen, pero podrían no haber aparecido nunca, si las circunstancias del autor hubieran sido otras. Esta reflexión le llevó a hablar de la necesidad de las medidas sociales y educativas que los gobiernos deben poner sobre el tapete para que todos puedan explotar sus potencialidades: “Si yo hubiera nacido solo unos años antes, no habría obtenido beca, no habría podido estudiar y sería el heredero del destino de mi padre, en mi huerta y en el puesto del mercado de Úbeda”.
Antonio siguió hablando de la observación necesaria, del habla de la calle, de lo que tiene de desafío el escribir un texto, del desaliento y del triunfo que supone terminarlo… No parecía un conferenciante, sino un maestro en plena tarea de enseñar a los alumnos.
Habló de que la creación literaria necesita a la vez de la soberbia de plantearse escribir y de la humildad de aceptar las correcciones de un editor o de alguien cercano; como también necesita de contención y, a la vez, de la libertad creativa. Eran casi las dos de la tarde, el hambre se dejaba notar, muchos estudiantes se fueron saliendo para encaminarse a la cafetería a almorzar… Y en la sala (la misma en que hace treinta años oí a don Rafael Lapesa), aún bastante llena, se escuchó un fervoroso aplauso cuando el autor terminó su exposición.
Tras algunas preguntas, un señor pidió turno. Un rato antes, Muñoz Molina había asegurado que hay cosas sobre las que es mejor no intentar escribir y puso como ejemplo la panorámica que esa misma mañana había visto desde el Carmen de la Victoria: la Alhambra al frente y una difusa bruma que llenaba de magia el monumento nazarí. Había añadido: “Yo jamás lograría reflejar lo que mis ojos han visto”. El anónimo interviniente, se limitó a asegurarle: “No lo ha conseguido aún, pero lo hará”.
Hubo muchos lectores que se acercaron a la mesa para que les firmara ejemplares de sus libros; las bibliotecarias de la Facultad, que habían colocado un expositor con extensa bibliografía del y sobre el autor, se acercaron a saludarlo; y cuando apenas quedaba nadie yo hice lo propio. Después, lo más discretamente que pude lo dejé con los organizadores, viejos conocidos míos, que en esta ocasión ejercían funciones institucionales. Me supo a poco.
Y esa misma tarde, en el Aula Magna de la antigua Facultad de Medicina, también llena a rebosar, con toda la solemnidad y la prosopopeya que la Academia de Buenas Letras de Granada imprime a sus actividades (chaqué, medallas, riguroso color negro en las damas, etc.) Muñoz Molina fue recibido como miembro honorario de la institución. Leyó un bello discurso titulado “Una novela de Granada”, en que nos expuso, a académicos y público, las vicisitudes de una novela inacabada (Bajo la luz tranquila de Granada) que el propio autor perdió, aunque yo he leído algunos fragmentos alojados por su amigo José Gutiérrez en la web de la UGR. En el discurso, se aclara el motivo por el que esa novela quedó en suspenso… hasta desaparecer:
“El libro se paró y no avanzaba. Le di a mi mujer, Elvira, las páginas que llevaba escritas, esperando recibir de ella el aliento que me faltaba, o un indicio sobre la posible continuación. Elvira me dijo algo muy sabio. Si yo escribía con la integridad personal que exigía aquella materia, tendría que contar cosas que invadirían las vidas de otros, porque no estaba escribiendo una novela. Podría eludir el dilema manteniendo el relato en el ámbito sobre todo intelectual que había tenido hasta entonces, pero le faltaría la verdad personal, de experiencia íntima vivida, sin la cual corría el peligro de ser poco más que un ejercicio de nostalgia, o de autorreferencia literaria.”
Y la novela desapareció, con la excepción de esos fragmentos rescatados por José Gutiérrez, uno de ellos publicado en la revista El Fingidor. Mucho tiempo después de estas consideraciones, y con la novela Como la sombra que se va, publicada en 2014, creo que las cautelas que Elvira Lindo señaló al autor en la fallida novela, apenas se sostienen, pues en la novela de 2014 Muñoz Molina se salta todas las barreras y expone sus contradicciones y miserias hasta un límite innecesariamente impúdico, sin tener en cuenta que en esta obra no solamente se desnuda él mismo, sino que la intimidad de las personas de su entorno de entonces quedan completamente señalada.
La conferencia fue respondida por José Gutiérrez en otro discurso mucho más breve en que exponía las circunstancias de su larga amistad con el ubetense, circunstancias que yo conocía en su mayor parte, pues cada vez que nos encontramos hablamos siempre del autor y su obra.
Lo habitual, tras la recepción de un nuevo académico, es una foto de grupo y las enhorabuenas al “misacantano”, pero esta vez, la sala era un auténtico hervidero que apenas dejaba a los presentes moverse. Opté por salirme con un buena amigo a tomarme una cerveza. De nuevo me supo a poco. La presencia de Antonio Muñoz Molina, quiero decir.
Alberto Granados