CENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN RUSA DE 1917 Juan Alfredo Bellón para EL MIRADOR DE ATARFE del domingo 12-11-2017

En estos días se está celebrando el primer centenario de la Revolución Soviética y de la publicación de la archifamosa obra de John Reed Los cien días que estremecieron al mundo, el repu tado periodista y novelista norteamericano que se había formado en Harvaard y que vivió en directo y luego relató con minucioso estilo panorámico para el mundo entero los trascendentales acontecimientos de la Rervolución de 1917. Precisamente el otro día han aparecido en prensa y en televisión varios reportajes gráficos que plasmaban cómo se están viviendo ahora en Rusia estos acontecimientos y con cuánto respeto se recuerda en nuestros días la importancia de aquellas convulsiones que sirvieron para alumbrar este mundo nuestro de hoy, con todos sus defectos y sus virtudes, sus justicias y sus injusticias, sus crueldades y sus contradicciones, tanto que John Reed lo enterraron en la Plaza Roja, junto a Lenin y al pie de las murallas del Kremlin para agradecerle su inmenso entusiasmo revolucionario y su gran talento épico y narrativo.

Pero sobre todo, sorprende comprobar cómo los más variados sectores de la actual nación rusa se sienten herederos y beneficiarios de aquellos trascendentales acontecimientos que desde entonces han marcado su historia y (aunque muchos de nosotros los sintamos como lejanos y ajenos) también la nuestra y, no solo son el origen de la mayoría de los eventos consuetudinarios que ahora acontecen en nuestras rúas, sino que lo seguirán siendo de los que nos ocurrirán y moldearán en un próximo y aún lejano futuro. Incluso podría decirse que en los primeros años de este primerizo y titubeante siglo XXI aún somos tributarios de las primeras décadas del siglo XX en las que explotaron aquellas contradicciones de la lucha de clases que se habían acumulado y enconado en lo que hoy llamamos Mundo Occidental desde los primeros años de la Modernidad renacentista y, por eso, en los tiempos actuales, aun no se han encajado suficientemente las piezas de nuestra historia a pesar de las formidables transformaciones que la han surcado y que todavía no la han acabado de afectar.

Y digo esto porque las actuales convulsiones socio-políticas que ahora nos sacuden a los españoles con el caso de Cataluña también son contra todo pronóstico y apariencia consecuencia directa de esa lucha de clases y no solo productos derivados de la tensión territorial que oculta y enmascara la otra social más evidente. Y sorprende comprobar que, en estos agitados días, los y las protagonistas del movimiento independentista catalán, cuando han sido amenazados bien en serio por los aparatos coercitivos del estado central, se hayan plegado mansamente a acatar la autoridad, las leyes y la tutela de dichos aparatos centrales para poder recobrar su libertad, cosa que jamás de los jamases hubiera sido aceptada por un buen independentista ni muchísimo menos por un revolucionario cabal como han hecho con toda mansedumbre el casi ya no presidente Puigdemont, su gobierno, lo altos cargos de la mesa del parlamento regional y el resto de los dirigentes catalanistas amenazados por los aparatos judiciales y policiales del estado central,

Esto concuerda con la tesis de que el independentismo burgués es esencialmente cobarde y no sabe defender sus posiciones con la gallardía radical de ser solo supuestamente avanzado. El Señor coja confesados a los integrantes de tantos movimientos masivos que son traicionados y vendidos por sus propios dirigentes atacados por la enfermedad de la megalomania mentirosa y convulsiva que caracteriza a quienes acostumbran a usar la demagogia pseudorevolucionaria. Las urnas emitirán su dictamen el próximo 21 de diciembre y que la suprema autoridad popular reparta suerte.

A %d blogueros les gusta esto: