El caso de Eleno de Céspedes, famoso en la época, recuerda que la transexualidad existía mucho antes de ser definida por la ciencia

Céspedes – Elena y Eleno de. Natural de Álama, esclava y después libre, casó con un hombre y tuvo un hijo; después y muerto su marido se vistió de hombre y estuvo en la Guerra de los Moriscos de Granada, se examinó de cirujano y se casó con una muger (sic), fue presa en Ocaña y llevada a la Inquisición, donde se le acusa y condena por desprecio al Matrimonio y tener pacto con el Demonio». Así, con el nombre en letras grandes para mostrar la importancia del caso, resumía el tribunal del Santo Oficio el proceso de fe contra Eleno de Céspedes, una mujer que vivió públicamente como hombre en la España de Felipe II. Su caso, una rara avis en el siglo XVI, recuerda este lunes, Día Internacional de la Memoria Transexual, que la transexualidad existía mucho antes de ser definida como tal por la ciencia en el siglo XX.

«Lo que hace especial este caso respecto a los cientos de procesos contra homosexuales que hubo en esa época es que, sin duda alguna, fue una transexual que llevó hasta el extremo su deseo de ser hombre», explica Ignacio Ruiz, catedrático de Historia del Derecho y de las Instituciones en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y coautor de Elena o Eleno de Céspedes, el último libro sobre el caso, publicado este año por la editorial Dykinson.

Casi todo lo que sabemos del personaje procede de las más de 300 páginas de su proceso inquisitorial. Nació en torno a 1545 en la localidad granadina de Alhama, fruto de una relación extramatrimonial de su padre con una esclava negra que servía en la casa. Se desconoce cuál era entonces su nombre o si tenía (algunos esclavos carecían de él), hasta que con ocho años fue liberada y aprendió su primer oficio, el de tejedora. En la adolescencia se casó con un albañil con el que «hizo vida maridable como tres meses» -según consta en el acta inquisitorial- hasta que, embarazada, abandonó la casa. Nunca más volvería a tener sexo con un hombre. Entregó a su hijo a unas personas que vivían en Sevilla e inició un periplo por numerosas ciudades de España. En Sanlúcar de Barrameda tuvo su primera amante y en Arcos de la Frontera empezó a vestir de hombre. Cambiaba cada poco su residencia en un siglo en el que el grueso de la población vivía y moría donde nació. «Se acostaba con bastantes mujeres y se iba: sabía que los vecinos estaban obligados a denunciarlo a la Inquisición», subraya Ruiz.

Proceso de fe de Elena de Céspedes.
Proceso de fe de Elena de Céspedes. Archivo Histórico Nacional

Luego se alistó como soldado para acabar con la Rebelión de las Alpujarras, el levantamiento de los moriscos a causa de un edicto que prohibía su forma de vida. Se mudó a Madrid, recién nombrada capital, aprendió el oficio de cirujano (que ejerció en el hospital de la Corte y luego en El Escorial, donde la acusaron de intrusismo), se examinó y logró la licencia. «Es la primera cirujana en la historia de la medicina española, aunque obtuviera fraudulentamente el título» porque estaba entonces reservado a los hombres, apunta Emilio Maganto Pavón, exjefe de la sección de Urología en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid y autor del libro El proceso inquisitorial contra Eleno de Céspedes, publicado en 2007 por Método Gráfico.

En Yepes se casó con una mujer, María del Caño, después de que un examen genital ordenado por el párroco ante la sospecha de que fuese «lampiño o capón» certificase erróneamente que podría engendrar hijos, fin último del matrimonio canónico. Convivió con su esposa poco más de un año, hasta que un antiguo compañero de armas (que había oído decir en las Alpujarras que era una mujer disfrazada de hombre) lo denunció. La pareja fue apresada y sometida en Ocaña a un juicio que fue seguido de otro inquisitorial en Toledo, solo contra Eleno, y que acabó con una condena de 200 azotes públicos y reclusión durante diez años en un hospital. Su caso había tenido tal resonancia que el director del centro tuvo que pedir que trasladasen al nuevo reo por «el grande estorbo y embarazo» que causaba su presencia, como indica en la carta que envió al Santo Oficio. «Estoy seguro de que, de manera callada y pausada, muchos homosexuales se acercaban a ver ese caso de valentía absoluta», opina Ruiz.

Quedan muchas dudas sobre los genitales de Eleno. Hasta el juicio logró que numerosas personas, entre ellas nada menos que Francisco Díaz, cirujano de Felipe II y autor del primer tratado de urología, le certificasen como varón, lo que le permitió casarse con una mujer. ¿Cómo? Ruiz cree que solo pudo lograrlo implantándose los genitales masculinos de un cadáver para superar las amonestaciones necesarias para contraer matrimonio. Maganto apunta a un «artificio» que resultó creíble para la época. «Se hizo una automutilación gracias a sus conocimientos de cirugía y a la ayuda de una curandera morisca: disimuló los pechos con vendajes compresivos y se obturó la vagina usando elementos cáusticos, hasta el punto de que nadie conseguía encontrarla», precisa. En el proceso de Ocaña se habla de que recurría con su mujer a un «instrumento tieso y liso» . «Debía de ser un consolador llamado baldrés, hecho de madera forrado con cuero blando», señala Maganto. «El lesbianismo era entonces casi invisible y quedaba fuera del radar. Solo se consideraba sodomía si había un falo falso», explica por teléfono desde EE UU Israel Burshatin, doctor por la Universidad de Columbia experto en estudios de género que analizó el caso en el ensayo Queer Iberia.

¿Cómo se autodefiniría Elena/o de Céspedes si viviera hoy? «Era un varón atrapado en el cuerpo de una mujer. Tiene claros elementos de transexualidad», afirma Maganto. Ruiz también lo tiene claro: «se trata de un transexual», de «un personaje frontera, siempre al filo de la navaja». «Es posible que sea un individuo entre géneros. Ahora estamos en ese respecto más cerca del siglo XVI que del siglo XIX, en el que había una dualidad clara hombre-mujer», apunta Burshatin tras resaltar el contraste entre la «vida fronteriza» de un Eleno de piel oscura y la buscada homogeneidad del «cristiano viejo» en la España postReconquista, en la que el Concilio de Trento, concluido poco antes del juicio, había aumentado además la preocupación sobre el matrimonio.

La prueba más gráfica de esta ambigüedad era su propio nombre. Pasó de Elena a Eleno y en el Ejército se hacía llamar Céspedes, a secas. «Incluso en su firma, el propio rabito de la ‘o’ estaba hecho de forma que podía parecer una ‘a», ejemplifica Ruiz.

La opción de que Eleno fuese hermafrodita, un concepto que ya existía, resulta poco creíble. Parece más bien una estrategia de defensa que improvisó tras dos años en prisión: argumentar que le había salido una especie de pene al dar a la luz, que «por entender que era hombre y no muger» (sic) se casó para «estar en serviçio de Dios» tras años de lecho en lecho y que el pene se le fue cayendo en la cárcel. No convenció al tribunal, que le halló culpable de «menosprecio del matrimonio» y «pacto con el demonio».

El caso fue tan conocido en la época que posiblemente inspirase a Miguel de Cervantes su personaje Cenotia, una suerte de maga nacida en Alhama de Granada y huida de la Inquisición que aparece en Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Lo recuerda desde 2012 una placa en la localidad.

https://elpais.com/cultura/2017/10/30/actualidad/1509349581_209358.html

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