La paradoja del alumno brillante
El típico universitario modelo que colecciona matrículas de honor y destaca más que nadie en el ámbito académico se encuentra, en ocasiones, con que no encaja en el mercado laboral
Frente a todas las orlas universitarias se sucede un mismo fenómeno. Al repasar las caras de los compañeros de promoción unos años después de salir de la facultad se repite una pregunta: «¿Cómo es posible que fulanito tenga tan buen puesto de trabajo si no pasaba del 5 raspado y nunca iba a clase?» Pues bien, hay una respuesta que explica cómo es posible que ese estudiante mediocre haya conseguido triunfar en su vida profesional y que otros, mucho más brillantes y con varias matrículas de honor en su expediente, no hayan encontrado un hueco en el mercado laboral.
«Esto no es un tópico, hay estudios que avalan que personas con un bajo expediente académico luego han tenido niveles de éxito muy elevados», refrenda Isabel Aranda, doctora en Psicología y Coach Ejecutivo PCC, quien explica que esto se debe a que dichas personas hacen gala de una buena capacidad para relacionarse con los demás. «Saben plantear temas, defender las cosas, gestionar equipos o resolver conflictos», enumera la experta.
En la misma línea se muestra Valentín de Torres-Solanot, empresario y director del I International Young Talent Seminar, que se ha celebrado esta semana en Madrid. «Conozco casos de alumnos brillantes, con matrículas de honor y que un año antes de acabar la carrera pensaban que se los iban a rifar y luego nadie les llamó», confirma De Torres-Solanot, quien también refuerza la tesis de que «ser brillante en los estudios no significa que luego se aterrice bien en el mercado laboral».
«Algunos piensan que se los van a rifar y luego no les llama ninguna empresa»
Para entender este fenómeno, primero hay que comprender que eso a lo que a pie de calle se le llama inteligencia se corresponde con el concepto teórico de la inteligencia cognitiva. Por su parte, lo que, también de forma coloquial, se entiende como don de gentes es, en el ámbito científico, la inteligencia emocional. «La inteligencia cognitiva es, de forma general, la capacidad mental para razonar, resolver problemas y aprender», explica Roberto Colom, catedrático de Psicología Diferencial en la Universidad Autónoma de Madrid. Por su parte, la inteligencia emocional, como subraya Aranda, se refiere a «la capacidad para relacionarse bien».
Quizá por desconocimiento o quizá por costumbre, el éxito laboral ha estado ligado —especialmente por los padres de los alumnos— al expediente académico bajo una simple ecuación: cuanto más estudies y mejores notas saques, mejor trabajo tendrás después. Sin embargo, la afirmación no se cumple siempre y es que, como se extrae de una investigación realizada a nivel mundial por el Consortium for Research on Emotional Intelligence in Organizations, el éxito profesional se debe sólo en un 23% a las capacidades intelectuales (inteligencia cognitiva) y en un 77% a las aptitudes emocionales (inteligencia emocional).
¿Sociable o estudioso?
«El mejor es el que más matrículas tiene», defiende Colom, quien también recuerda que «el mejor predictor» para seleccionar al candidato óptimo para desarrollar una u otra tarea es, «con mucha diferencia, la capacidad intelectual».
Así mismo, el experto critica que ahora mismo el mercado laboral esté dejando de lado a personas que, pese a haber demostrado una gran inteligencia cognitiva en la universidad, se ven posteriormente superadas en las entrevistas de trabajo al no conseguir dominar esas capacidades sociales propias de la inteligencia emocional.
«Por mucha inteligencia cognitiva que tengas, quizá puedas saber manejar la tarea, pero a lo mejor no sabes manejar la relación», incide Aranda, quien considera que «la inteligencia emocional está ligada con el éxito».
«El proceso de selección se equivoca al premiar a los que más habilidades sociales muestran», recalca Colom, quien también subraya que, aunque algunos jóvenes con brillantes expedientes no estén a la altura de otros compañeros más mediocres académicamente cuando toca relacionarse, en materia de habilidades sociales, todo se puede aprender.
Sin límites
«A este estudiante le pasa que no se le da la oportunidad, porque podría adaptarse a las circunstancias», insiste el catedrático, a quien completa De Torres-Solanot: «En muchos casos la gente muy brillante en sus estudios tiene un poco menos de mundo, por lo que vencer esa timidez es muy importante y es algo que se puede aprender».
«La inteligencia cognitiva se puede desarrollar hasta un límite, mientras que la inteligencia emocional siempre se puede trabajar», distingue Aranda en este sentido, quien adelanta que, «en dos o tres sesiones de trabajo», las personas que no dominan la inteligencia emocional muestran mejoras evidentes en la materia.
No se enseña
Esto abre el debate sobre si es necesario incluir materias que desarrollen la inteligencia emocional, en vez de únicamente la inteligencia cognitiva, en los programas educativos para, así, no perder el potencial de muchos estudiantes brillantes que posteriormente ven sus carreras diluidas en puestos con una cualificación mucho menor a la que podrían asumir en virtud de sus conocimientos.
«El sistema educativo ha ignorado las competencias de inteligencia emocional»
«El sistema educativo, hasta ahora, ha ignorado las competencias de inteligencia emocional», lamenta Aranda, quien también señala que materias como la oratoria o el trabajo en grupo se están empezando a incluir en el currículum de los jóvenes, algo que a buen seguro ayudará a crear mejores profesionales ya que la inteligencia cognitiva y la emocional «no están reñidas».
«La inteligencia emocional es un aspecto secundario, claramente, es una variable que despista, aunque ahora esté muy de moda», defiende Colom, convencido de que es más importante la inteligencia cognitiva, es decir, la capacidad intelectual. Aún así, el catedrático es consciente de que «hay casos de todo tipo», sin embargo insiste en la tesis —aunque en esta ocasión con conocimiento de causa— de muchos padres españoles: «La probabilidad de que una persona con un expediente de 10 tenga éxito es mayor que la que tiene alguien con un expediente mediocre».
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Algunos jóvenes, que destacan en la universidad, no consiguen brillar igual en el mercado laboral – ROBER SOLSONA