Ya fui a votar en 2015. Regresé a las urnas en 2016. Las dos veces emití mi voto para elegir un parlamento y que éste, a su vez, escogiese un presidente del Gobierno. El Congreso que salió de las elecciones del 20D no fue capaz de hacer su trabajo y por eso tuvimos que votar de nuevo. En cambio, el hemiciclo conformado tras las comicios de 20J ha resultado capaz de cumplir con ese cometido no en una, sino hasta en dos ocasiones. Ha elegido dos presidentes y, por si había alguna duda, el segundo ha obtenido incluso más votos que el primero. No se echa a la gente por hacer su trabajo, a los políticos tampoco. No sería justo y sería poco democrático.

No deja de resultar paradójico que, los mismos que hace nada se quejaban de lo caras que salen tantas elecciones, se pasen ahora el día reclamando unas que no tocan. Resulta muy inquietante escuchar a tantos autoproclamados “constitucionalistas” defender como legítimo y democrático el uso forzado del mecanismo de moción de censura previsto en la Constitución de 1978, mientras califican de anormal e indeseable su funcionamiento normal. En el sistema político español la moción de censura es constructiva. No se trata solo de remover un gobierno sino, sobre todo, de elegir un nuevo presidente que tenga la confianza de la Cámara, pueda nombrar un ejecutivo y preservar la continuidad de la legislatura.

En nuestro ordenamiento constitucional no existe tal cosa llamada “moción instrumental“, mucho menos un presidente o un gobierno “instrumentales”. Si lo legítimo y lo democrático fuese que, tras una moción ganada, debieran convocarse elecciones, así estaría previsto en nuestra constitución y la moción de censura sería destructiva y rupturista. Pero no, en la Constitución española se establece constructiva y continuista. Lo previsto por el texto del 78, por tanto lo legítimo y lo democrático, es que el nuevo presidente, elegido con mayoría absoluta por la Cámara, gobierne hasta que pierda la mayoría que le apoya o hasta que toque convocar a los ciudadanos.

Cuesta entender el alarmismo o el dramatismo con el que tantos supuestos “constitucionalistas” han recibido el éxito de Sánchez y su moción. Lejos de interpretarlo y presentarlo como una crisis, debieran y deben celebrarlo como lo que es. La prueba de fortaleza y resistencia de un sistema parlamentario que sabe cumplir con su responsabilidad de control al poder ejecutivo y es capaz de reemplazar a un gobierno en crisis por uno nuevo.

Ni los sondeos sustituyen a las elecciones como método para decidir quién gobierna, ni las hipótesis y futuribles sobre qué puede pasar durante la presidencia Sánchez sustituyen a las votaciones perdidas y las decisiones fracasadas. Si el nuevo Gobierno resulta o no viable, si la mayoría que lo sostiene resulta o no estable, se verá a su debido tiempo y se acreditará con hechos y resultados, no con previsiones.

Ninguno podrá decir que el presidente Sánchez le engañó al presentar su moción. Incentivado por la torpeza estratégica de Ciudadanos y el acoso dialéctico de Mariano Rajoy, no le quedó más remedio que resolver la contradicción que lastraba su planteamiento inicial. Entre convocar elecciones o gobernar, eligió gobernar. No pudo ser más claro al defender su candidatura. Se presentó para gobernar con un ejecutivo de inspiración socialista, con un programa de gobierno y con la intención de completar al menos dos presupuestos, éste que se va a tener comer con patatas y uno propio. Eso votaron los 180 diputados que le dieron su confianza. Eso exactamente tiene derecho a intentar Pedro Sánchez. Es lo legítimo y lo democrático. Y todo gracias a las prisas y la falta de visión de Albert Rivera; me encanta la democracia.

https://www.eldiario.es/zonacritica/quiero-volver-votar_6_778382158.html
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