25 noviembre 2024

GRANADA ACOGE porJuan Alfredo Bellón para  EL MIRADOR DE ATARFE del domingo 17-06-2018

Antes se le daban a un Gobierno bisoño cien días de gracia y, hasta que esa centena no pasaba, la oposición no blandía sus artefactos de guerra contra el ejecutivo. Eso ya lo comprobó Zapatero en propias carnes y tanto Zaplana como Acebes fueron los encargados de hacérselo saber, y ahora tampoco ha habido tregua ni cuartel y, antes de que se persignara un cura loco, ya estamos con la tremenda: hasta los amigos del alma, digo Pablo Iglesias, le piden la dimisión fulgurante a Màxim Huerta por haber satisfecho una multa de nada, total doscientos dieciocho mil euros del ala, a la querida Agencia Tributaria por un “ajuste” de esos que Montoro se inventaba de vez en cuando y que siempre escondía un eufemismo-trampa. Y si Maxim se resiste, debe ser Pedro Sánchez quien lo defenestre. Como Rubiales a Lopetegui, que no sabía hasta ahora cómo las gastan en Motril [Soy de Motril ¿no me tiemblas? // -Maestro ¿le endiño? -Ehfarátamelo, Pedro]. Aunque ya me hubiera a mí gustado ver a Rubiales cabreado con Florentino Pérez si este hubiera dado la cara por su nuevo entrenador en vez de exponerlo a lo que lo ha expuesto. Porque es que los merengones son así: hoy me contaba, a propósito del caso, un amigo colchonero que, cada vez que jugaban el derby madrileño, a faltar dos días, Florentino filtraba haber fichado a De Gea cuando sabía que el Atlético bebía los vientos por fichar al portero ese de tan malas costumbres que ahora exige a Pedro Sánchez una rectificación pública por haberle puesto peros éticos para ir a la Selección. Bueno, pues nos hemos quedado sin seleccionador y sin su ministro correspondiente (valenciano tenía que ser… vamos, de la Huerta…) Y nos tendremos que conformar con Hierro, que también es de la costa mediterránea y tiene pasado merengón aunque sea un huevo sin abrir.

Y eso que el Gobierno ha tomado aliento acogiendo a los refugiados migrantes del buque Aquarius en aguas italianas, en lo que se ha considerado un golpe de efecto internacional. Claro, puntualizando que sin que sirva de precedente y para que no ejerza de efecto de atracción de inmigrantes. Vaya, es como lo de Macrón con el subsahariano escalador de balcones ese al que en un santiamén ha hecho bombero de plantilla.

Y lo bueno de la acogida de los del Aquarius es que, no solo se cuenta con la recepción desinteresada de varias comunidades autónomas, sino también con muchos ayuntamientos cuya Federación lleva tiempo ejercitando la hospitalidad temporal o permanente con los colectivos desfavorecidos como los saharauis y yemeníes o damnificados de distintas catástrofes de diferentes partes del mundo donde se rifan a los bomberos sevillanos y a los andaluces. Y tan es así la turbulencia de los acontecimientos que, a las pocas horas del episodio de la crisis del flamante ministro de Cultura que ha desvelado El Confidencial, se anuncia una comparecencia pública del señor Huerta y se especula con la verosimilitud de su dimisión que acaba de suceder en una aparición pública de dudoso carácter justificativo siendo las 19 horas de la tarde y una semana después de la toma de posesión.

E inmediatamente la Moncloa da el nombre del nuevo ministro, almeriense, José Guirao, de rancia raigambre andaluza oriental y antiguo responsable del madrileño Museo Reina Sofía, que ayudó a traer a Granada el legado del poeta de Fuente Vaqueros. Y en el mismo Ministerio dos turbulencias arrasadoras más en 24 horas. No somos nadie. Habrá que estar preparados antes de salir a la calle y pisar la acera porque está sembrada de boñigas pestilentes y resbaladizas, incluso aquí en Granada, donde no nos han dejado ni el tren, pero nos sobra corazón para acoger con los brazos abiertos a nuestros semejantes necesitados que llegan arrastrados por los vientos del Mediterráneo central que, como ha dicho esta mañana Iñaqui Gabilongo, flanquea un país cuya selección de fútbol no merece Lopetegui ni ese club pretendidamente señor que dice llamarse Real Madrid. Son guerras de raices tan insondables como profundas. Como la que ahora asola incomprensiblemente al Corte Inglés. ¡Ay Dimas, Dimas!

Vivir para ver.