Un escalón abajo por ser mujer y otro por ser trans
Los colectivos LGTB critican la discriminación laboral a las transexuales. HOY homenajeamos el Día Internacional del Orgullo LGBT
Ivanna Grcía estuvo cuatro días de prácticas en una peluquería madrileña hace dos años: le dijeron que lo hacía bien, que tenía buen trato con los clientes, que la contratarían. Pero después de mostrar su identificación con nombre de chico ya no volvieron a llamarla. Esta venezolana de 31 años ahora trabaja en una peluquería moderna de Chamberí (Madrid) en la que hay sillones vintage y bombillas de luz cálida. Pero no siempre ha sido así y antes de tener un empleo estable sufrió la exclusión y el rechazo laboral que critican las organizaciones LGTB. “Las chicas trans tenemos mucha violencia alrededor de nuestras vidas y necesitamos integrarnos en la sociedad”, a lo que añade: “A mí eso me lo ha dado mi trabajo”. Como ella, otras chicas del colectivo han sentido esa discriminación, que aseguran que es doble: por ser mujer y por ser trans.
A falta de datos oficiales, la Universidad de Málaga publicó en 2012 un estudio que apuntaba que la tasa de paro de las personas trans era de más del 37% —frente al 26% nacional en ese año—, aunque el mismo informe advertía de que la situación podría ser más grave. Uno de cada tres encuestados vivía con menos de 600 euros al mes y casi la mitad (un 48%) había ejercido la prostitución.
“Si eres inmigrante, la discriminación es aún más”, afirma Sonia Fernández, madrileña de 45 años y activista de la asociación Transexualia. Para Fernández, la mayor dificultad para una persona trans es no tener la documentación cambiada: “Puedes tener tres carreras y hablar seis idiomas, todo puede ir fenomenal en la entrevista hasta el momento de mostrar el DNI y firmar el contrato. Entonces, parece que tienes la peste”. Aunque aclara que no es la única barrera y que, a pesar de que ella cambió su documentación en 2009, hace cinco años que está en paro.
Encorvada sobre una silla y con el pelo sobre su rostro, Fernández afirma estar “cansada de sobrevivir”. Busca trabajo a través de los portales de empleo y ha mandado más de 1.000 currículum, asegura, pero solo le han propuesto vender productos por catálogos. “La transexualidad no es incapacitante”, se queja.
Las empresas tienen una actitud poco receptiva para contratar mujeres de ese colectivo, según concluye un trabajo de dos años realizado por 33 chicas trans en Barcelona y coordinado por Médicos del Mundo.
Violet Ferrer, de 39 años, es una de las personas que participó en el informe que recoge demandas sobre cuatro temas que son clave: la situación laboral, la salud, la prostitución y la transfobia. “La principal preocupación es el trabajo”, destaca. Y explica que garantizar esa dimensión es necesario para acceder a una vivienda, tener una pareja estable, tejer una red social y relacionarse con la familia. “Estamos preparadas, pero no tenemos oportunidades”, reclama.
La diputada socialista en la Asamblea de Madrid y mujer trans Carla Antonelli asegura que en España ha habido avances en la legislación y destaca que algunas comunidades autónomas impulsan medidas de inserción laboral para personas trans. Opina, sin embargo, que “las leyes van por un lado y la realidad puede ser otra”.
“No es fácil de denunciar”, comenta Albert Martínez Roger, hombre trans y miembro del Grup Acció de CC OO de la Comunidad Valenciana. Como el bullying y el acoso, la discriminación por identidad de género se enmarca dentro de los riesgos psicosociales, que son difíciles de demostrar, argumenta.
Más difícil de adultas
Las transexuales que se visibilizan de adultas son las que lo tienen más difícil, asegura Carmen García de Melo, coordinadora del grupo trans del Colectivo LGTB de Madrid (COGAM). En ellas, “se nota más” que son transexuales por sus rasgos físicos y se suma el componente de la edad. García de Melo, que es abogada, se considera una privilegiada. Empezó a salir a la calle asumiendo su identidad de género hace dos años, cuando tenía 54, y ha conservado su puesto porque es funcionaria.
Aun así, reconoce que las mujeres trans “bajan un escalón” cuando hacen el tránsito, mientras que los hombres, en su opinión, lo suben. “No deja de ser un reflejo más de lo que es la sociedad”, sostiene. En su trabajo, prácticamente no ha sufrido discriminación y solo ha tenido que tolerar algunas bromas, comenta. Y aunque en general sus jefes y compañeros aceptaron bien el cambio, un superior llegó a sugerirle que usara el baño de la octava planta —aunque ella trabaja en la primera— porque “ahí va menos gente”.
Ivanna García, que se formó durante dos años como técnico en peluquería antes de que la contrataran como ayudante de estilista, remueve la mezcla colorante que ha puesto en el cabello de una clienta. De una de sus orejas cuelga un pendiente en forma de peine; del otro, uno en forma de tijera. Suena música electrónica y mientras espera a que el producto haga efecto comenta: “Los clientes me tratan genial, mis compañeros y mis jefes son excelentes, pero todavía las chicas trans tenemos barreras para incorporarnos al ámbito laboral”.