3 diciembre 2024

La violencia de género es transversal: cualquier hombre de cualquier clase social, nivel educativo o trabajo puede infligirla. Ese precepto es el que los estudios especializados llevan años tratando de difundir para, entre otras cosas, terminar con los estereotipos. Una investigación reciente ha puesto el acento en el papel que juega el empleo en el esquema de la violencia machista y ha encontrado un patrón de relación que aumenta el riesgo de sufrirla: las parejas en las que ella trabaja y él no lo hace. Se trata, concluye el estudio de César Alonso y Raquel Carrasco para la Fundación Funcas, de un uso «instrumental» de la violencia: los hombres agreden cuando sienten que los avances de las mujeres cuestionan su rol tradicional como sustentador principal.

La investigación parte de la idea de que la prevención de la violencia de género puede hacerse, en cierta medida, mejorando las posibilidades de las mujeres fuera del ámbito familiar, en particular, ampliando sus posibilidades de generar ingresos propios que permita generar familias donde el peso de ambos cónyuges sea equilibrado. «Además de aumentar su poder de negociación, promueve también una mayor igualdad de roles en el ámbito de la pareja», dicen las autoras, que citan varios estudios europeos que muestran como las asimetrías en las características socieconómicas de los miembros de una pareja suele reflejar diferencias profundas en sus roles sociales y económicos.

«Los miembros de parejas igualitarias (por ejemplo, en cuanto al nivel educativo o la situación laboral) en contraposición a parejas tradicionales, son más proclives a compartir valores que cuestionan los roles tradicionales de género, muy especialmente los relativos al papel dominante del varón», aseguran.

La ecuación, sin embargo, no es tan sencilla. La propia investigación admite que la evidencia sobre cuál es el efecto de los recursos de las mujeres sobre el riesgo de sufrir violencia machista es contradictoria. Sin embargo, el modelo propone tener en cuenta no solo los recursos de los que disponen las mujeres, sino también la situación laboral de los hombres en esas parejas.

«La importancia de la situación laboral de ambos cónyuges, incluso condicionando en la renta del hogar, indica que el papel del estatus laboral de la mujer y de su pareja en el riesgo de violencia doméstica trasciende las motivaciones económicas», dice el estudio. Es decir, que más allá de que la aportación económica de cada miembro de la pareja o de su estatus laboral, el imaginario roto de un varón que sustenta a su familia en favor de una mujer cabeza de familia incrementa el riesgo de que esos hombres agredan a sus parejas.

Violencia instrumental

Los resultados del estudio muestran que el riesgo más alto de sufrir violencia de género lo sufren las mujeres que trabajan pero cuyas parejas no lo hacen. Y al revés: las parejas más igualitarias en las que ambos trabajan presentan menos riesgo de violencia física. ¿Por qué? Porque la inversión de los roles de género tradicionales hace que los hombres ejerzan una «violencia instrumental», según explican las teorías del contraataque: «Cuando se ve cuestionado el papel tradicional del varón como sustentador principal por una mejora relativa en la posición de la mujer, el varón puede infligir violencia para reafirmar su posición dominante».

Esto quiere decir, que el mero hecho de que una mujer esté empleada no la hace menos vulnerable a sufrir violencia machista, «ya que dicho efecto depende del estatus laboral de su cónyuge». De hecho, el riesgo sí disminuye cuando él está empleado. «La situación laboral del varón juega un papel fundamental: las mujeres con parejas que trabajan afrontan un riesgo de sufrir violencia física significativamente menor que las mujeres cuyas parejas no trabajan, siendo este riesgo incluso menor cuando la mujer trabaja también», subrayan.

Estos resultados, dicen los autores, muestran que no basta con empoderar a las mujeres, sino que hay que actuar sobre los varones. El estudio propone, por un lado, políticas a largo plazo que promuevan los valores de igualdad de género desde la infancia y, por otro, políticas que promuevan la autonomía y el «empoderamiento» de las mujeres a través del empleo. Para los colectivos más vulnerables que han detectado (es el caso de las parejas con mayor riesgo de exclusión en las que el hombre no trabaja), instan a mejorar la prevención y los mecanismos de disuasión de la violencia, así como aumentar los procedimientos de acogida y ayuda para las mujeres y sus hijos.

FOTO: Cartel contra el machismo. EFE