En mi trayectoria como padre no he sido un gran asiduo a las reuniones de padres del cole de mi hijo.

Esa dejadez de funciones, casi siempre justificada, me ha provocado mala conciencia. Porque a los padres de mi generación nos han educado en que tenemos que estar pendientes de todo lo que hacen nuestros hijos: de las reuniones con los profes, de los exámenes, de los deberes, del último entrenamiento, de la última clase de música o de la última partida de Fortnite. Creo que nunca hubo una generación tan pendiente de sus hijos como la nuestra, sin que esto signifique que las anteriores se desentendiesen. Pero ahora el marcaje que les hacemos puede ser hasta excesivo. Como lo de tener hijos se ha convertido en un bien escaso, hemos caído en la sobreprotección. Y esa tampoco debe ser la mejor manera de ­educar.

Para ser novato en reuniones de padres, reconozco que me lo pasé muy bien. Además me pareció que lo que pasaba en aquel insti era extrapolable a nuestra sociedad. Un ejemplo para empezar. Al llegar, vi a la entrada una pila de ejemplares de La Vanguardia. Eran las 6 de la tarde pasadas, y todavía quedaban diarios en la pila, a pesar de ser gratuitos. Está claro que el interés que despierta la prensa de papel es el mismo tanto dentro como fuera de las aulas.

También me dediqué a contar cuántas madres y cuántos padres había. El resultado fue contundente: 14 a 3. Un marcador que deja muy claro que por más que nos empeñemos en pensar lo contrario (sobre todo nosotros) las madres nos ­golean a los padres en dedicación a los hijos.

Otra cosa. En el instituto de mi hijo, los chavales no pueden ni sacar el móvil en horas lectivas. No habría estado mal que esa norma se hiciese extensible a los padres. A la media hora de reunión, mientras los docentes nos hablaban de nuestros hijos, observé varias cabezas adultas agachadas e iluminadas por la luz de la pantalla. Algunos padres no habían podido aguantar más de media hora sin mirar su móvil. Otros olvidaron desactivar la sintonía de sus celulares, y hasta tres o cuatro aparatos sonaron a un volumen ­sobresaliente. Somos unos cracks dando ejemplo.

La tutora lo había preparado todo, PowerPoint incluido, para que a los padres nos quedasen muy claros los conceptos. Me llamó la atención este: “Esta es una clase muy polarizada”. La profesora se refería a las notas que sacaban sus alumnos, pero yo al escuchar “es una clase muy polarizada”, pensé que la clase de mi hijo era un fiel reflejo de esta época. Sólo repasando lo que ha pasado esta semana, queda claro que la polarización lo domina casi todo.

Estos últimos días hemos comprobado como aquellos que no han parado de hablar de golpe de Estado durante el último año han considerado que lo de Venezuela no lo era. Y los que ven un golpe de Estado de libro en Venezuela nunca lo han visto en Cata­lu­nya. La polarización hace que te hagan elegir entre la alianza Trump-Bolsonaro o la de Putin-Erdogan. La polarización es decir a tus propios votantes que elijan entre Iglesias o Errejón. La polarización es tener que decidir si vas con los taxistas o las VTC. Si vas con la Assemblea o con Òmnium. Si hay que aprobar los presupuestos o dejar caer a Sánchez. Si son presos políticos o políticos presos. La po­larización es discutir ­sobre quién defraudó más, si Messi o Cristiano. Si hay que informar del rescate del niño o si todo es amarillismo. Vivimos en un mundo donde los matices estorban. Los matices complican los discursos y es mucho mejor las ideas claras, polarizar, jugar al blanco o al negro, porque los que se quedan en los grises son unos equidistantes de mierda.

La verdad es que salí de la reunión convencido de que aquella tutora se iba a dejar la piel para lograr acabar el curso con un grupo menos polarizado. Tengo la sensación de que fuera no habrá ningún responsable con tanta determinación ni tantas ganas para despolarizarnos.

Jordi Évole

https://www.lavanguardia.com/opinion/20190126/466738313/reunion-de-padres-y-sobre-todo-madres.html

FOTO: MALLORCADIARIO

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