La Fura dels Baus puso anoche en escena en la Plaza de Toros ‘El amor brujo: el fuego y la palabra’, una visión actual de la obra de Manuel de Falla en el centenario de su estreno. Con Marina Heredia y la Orquesta Joven de Andalucía, la compañía cerró con su propuesta el 64 Festival Internacional de Música y Danza de Granada.

La puesta en escena fue espectacular, como se aprecia en esta imagen del ensayo general, y dejó momentos inolvidables sobre el escenario.

Paseaba el jueves Carlus Padrissa con aire de optimismo embrujado cerca de la catedral de Granada, cuando le abordó una señora con su ramito dispuesta a leerle la mano. No se arriesgó al mal de ojo: “En menos de dos minutos me había contado mi vida y milagros. Lo encontró todo bien. Me dijo que era algo nervioso, aunque, como ves, esto salta a la vista. Quería 40 euros, pero regateé y se lo dejé en 20. ‘Nunca vas a ganar tanto en tan poco tiempo’, le advertí”. Todos contentos, pues. El creador de La Fura con su ramo de la buena fortuna atado al ojal de la camisa, la señora con la tarifa y todo el equipo responsable de esta nueva versión de El amor brujo, estrenada ayer, por haber ausentado malos presagios.

Lo necesitaban. No sólo para cerrar como hicieron junto a la Orquesta Joven de Andalucía —dirigida por el venezolano Manuel Hernández Silva—, la cantaora Marina Heredia, el guitarrista José Quevedo, el Bola, y un grupo de bailarines coreografiados por Pol Jiménez, en la plaza de toros y ante 7.200 personas, la 64º edición del Festival de Música y Danza de Granada. También para la gira que tienen delante e incluye Peralada, Sevilla, Málaga, Madrid o Montecarlo, Bolonia y Sao Paolo (Brasil), por ahora.

El agua, el fuego y los elementos atávicos protagonizan el montaje. El montaje incluye piezas de ‘La vida breve’ y ‘El sombrero de tres picos’. La Fura asume el riesgo de que todo pueda parecer un pastiche

Esta fábula musical, para baile y cante, inclasificable, compuesta por Manuel de Falla hace ahora 100 años, no se sabía muy bien lo que era. Poco más allá de un encargo hecho para gloria de Pastora Imperio, a estrenar en el teatro Lara, de Madrid, casi como un divertimento para amigos. Pero las ráfagas que consagran el arte en el tiempo son caprichosas. Por eso El amor brujo se ha convertido a nivel internacional en uno de los símbolos más reconocibles de la cultura hispánica.

Falla innovó, quizás por placer, quizás por pulsión vanguardista, seguramente guiado en esa obsesión de elevar el flamenco a la categoría de arte mayúsculo, como hizo con gran parte de su obra. Ahora le toca a La Fura devolverle al espacio popular y no le faltan a Padrissa elementos comunes en la raíz del compositor andaluz para hacerlo suyo: es decir plenamente furero. En El amor brujo crepita el fuego, se abren espacios en mitad de las cavernas para oscuros conjuros, salta el agua, confluyen los elementos atávicos suficientemente compartidos como para regodearse en ellos.

‘El amor brujo, el fuego y la palabra’, de La Fura, en la Plaza de Toros de Granada. / m. zarza

Vuelve así La Fura a Granada y a su gran referente musical para rendir tributo: “Falla es nuestro padrino en la música. Del teatro o lo que fuera que hiciéramos, entramos en el mundo de lo sinfónico y la ópera a través de la Atlántida que nos encargó Josep Pons precisamente aquí, cuando dirigía la orquesta de la ciudad”.

Así que Falla, por esas vueltas que da la vida, es en el siglo XXI, un compositor que alienta la vanguardia escénica. Él, católico de misa y rosario perpetuos, herido por la tragedia colectiva de su gente, exiliado y marcado por la necesidad de modernización de una música anclada y descabalgada de la rabia rupturista que en su tiempo dominaba Europa.

La Fura lo trata de ensalzar, con sus grúas que se metamorfosean de gigantescas novias vestidas de blanco en brujas encerradas dentro de sus cuevas. Desplazándose de la inquietud del fuego que deben sortear los bailarines y los músicos en escena a la inocencia que de pronto hace irrumpir una sencilla bicicleta. “Buscamos la imperfección que nos dan unos bailarines de todas las tallas, gordos, bajos, altos, nada uniformes, con la tensión que les provoca tener que sortear el agua, las llamas, aunque se me cabreen los músicos, que a veces les salpica”, afirma Padrissa

Para redondear los escasos 40 minutos, tanto el equipo de La Fura como el maestro Hernández Silva, echan mano de otras piezas de Falla hasta alargar el espectáculo a 70 minutos: la Introducción de El sombrero de tres picos, una danza española de La vida breve, sones de Noches en los jardines de España… Asumen el riesgo de que pueda parecer un pastiche o un puzle demasiado forzado. Y musicalmente, Hernández Silva introduce novedades, que van desde el cajón a la búsqueda de un sonido, dice el director de orquesta, “que se asemeje al de una guitarra gigante”.

Todo con Marina Heredia, esa mezzosoprano flamenca, a juicio de Padrissa, como guía y eje principal de gran parte del espectáculo. La cantaora confiesa que le ha costado reconvertirse en actriz. “Pero he disfrutado haciéndolo y trabajando en plena libertad con todo este equipo”, asegura. Arropada por una orquesta de jóvenes entre 14 y 25 años, escoltada por el cuerpo de baile, cuando Marina Heredia realmente llega hondo es en los momentos de mayor desgarro y soledad en el escenario. Al entonar frases que ponen de manifiesto la crudeza de esta historia preñada de alquimia y violencia, de hipnóticas ensoñaciones incapaces de cubrir la latente humillación que quiso imprimirle la verdadera autora de los textos, María Lejárraga, a quien Padrissa rinde homenaje: “No firmó las letras cuando lo inspiró y escribió, era una feminista adelantada para su época”.

Como adelantado también fue José Val del Omar, el primitivo cineasta envuelto de lleno en las Misiones Pedagógicas de la Institución Libre de Enseñanza. Lo hizo documentando en imágenes entre expresionistas y surrealistas, una España en gran parte borrada. La Fura lo incluye dentro de su espectáculo con una presencia nada marginal. “Para mí era un científico encerrado en su laboratorio como una bruja en su cueva. Muy poco reconocido en su país, pero prueba a buscarlo en internet, te aparecen montones de páginas rusas, allí es un mito”.

Hijo, como Falla, de la apremiante necesidad de modernidad que les costó lo suyo. Un siglo después, ambos son capaces de hacernos todavía viajar, mediante La Fura, a las costuras de un país que en muchos aspectos les parecería irreconocible.

 

 

La Fura dels Baus confió en la cantaora Marina Heredia y la Orquesta Joven de Andalucía para su propuesta. miguel rodríguez

El montaje, de 75 minutos de duración aproximada, arrancó con otras célebres piezas de Manuel de Falla (fragmentos de ‘Noches en los jardines de España’, ‘El sombrero de tres picos’ y ‘La vida breve’).

Con media hora de retraso, debido a las aglomeraciones a la entrada de la Plaza de Toros, comenzó el espectáculo. La organización se vio superada. Colas inmensas para acceder al recinto y nula información sobre las puertas por las que acceder, solo mitigado por el amable personal contratado por el Festival.Una sensacional Marina Heredia que sumó a su impecable voz dotes de actriz desconocidas. Un espectáculo grandioso, muy diferente a la espectacularidad habitual de La Fura, aunque reconocibles por los artefactos y los golpes de efectos (o efectistas), aun con algunos fallos técnicos.El sonido, muy mejorable, al igual que la deficiente realización del circuito cerrado de televisión que se proyectaba en las dos pantallas a ambos lados del escenario, pantallas que se quedaron pequeñas desde la lejanía (las hay más grandes). Qué sentido tiene abusar de los planos generales si es la misma imagen alejada que pudieron percibir los asistentes desde los tendidos más alejados o andanadas). Detalles sensacionales fueron casi imperceptibles para los que no pudieron disfrutar del espectáculo sentados en el albero. Pero como suele pasar en el Festival, pocas de las mejores entradas se pusieron a la venta o se agotaron inmediatamente entre obsequios, instituciones y patrocinadores. Afortunadamente, anoche estaban llenas estas sillas, porque es lamentable la imagen de vacío que ofrece el espacio dedicado a las entradas regaladas.Puede que no fuera el recinto adecuado por la dificultad de acceder a algunas zonas de la gradas y andanadas (Palacio de los Deportes o hasta el Nuevo Los Cármenes…, mejor) o que por la belleza del espectáculo y la expectación que generó debió haberse programado dos veces. Pero hay entradas que no se pueden vender al público, aunque sea a 15 euros, por recaudar, llenar el recinto, aunque se trate de disfrazar con que con este módico precio puede acceder ‘todo el mundo’, que la gente que no puede acceder al Festival no solo puede contentarse con el FEX.

 

Imagen del ballet de Víctor Ullate en los jardines del Generalife. Miguel Rodríguez

http://cultura.elpais.com/cultura/2015/07/10/actualidad/1436555457_736422.html

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