Elisa, Marcela y la lucha por el amor libre
Nunca lo pensamos con detenimiento ni esfuerzo, pero parece ser que queremos ser libres desde siempre. No es una tendencia que venga de las recientes décadas pasadas ni queremos ser más libres ahora que en los años treinta. Simplemente, ahora tenemos algo que no tenían entonces: algo más de libertad.
Ahora tenemos, por ejemplo, una ley que permite a las personas del mismo sexo casarse (gracias, Zapatero). Es decir, una ley que nos permite (o debería permitir) decir abiertamente nuestra orientación sexual, una ley que nos permite no escondernos por nuestros gustos (o, al menos, estamos luchando por ello), una ley que nos permite llevar una vida corriente. Ahora –y menos mal– tenemos un colectivo que persigue ciegamente erradicar la discriminación y estigmatización de homosexuales, bisexuales, transexuales e intergéneros.
Hace algo más de un siglo, allá por 1901, en A Coruña, Marcela y Elisa decidieron llevar su noviazgo un paso más allá (porque, en aquel entonces, casarse formalmente significaba dar un paso más allá). Contrajeron matrimonio, nada más y nada menos, que por la Iglesia. Porque aquello era lo normal. Porque les apetecía. Porque se querían. Porque, como era de esperar, querían ser libres. Trazaron un plan que, para ellas, parecía perfecto: tras llevar una temporada viviendo juntas en un pequeño pueblo gallego, hicieron creer a sus familias y vecinos que habían tenido una pelea. Poco más tarde, Elisa desapareció, recogió sus cosas y no la volvieron a ver por el pueblo. Tiempo después, tras la discusión, Marcela anunció su boda con un primo de Elisa, Mario. Sin embargo, el resto del pueblo no se quedó indiferente ante el parecido indiscutible de los primos.
La transición de Elisa a Mario ocurrió en A Coruña, lejos de sus conocidos. Trajes oscuros de chaqueta y corbata, pelo corto, cigarros y un bautizo secreto para demostrar su cristianismo y, sobre todo, para demostrar su nueva identidad. El 8 de junio de 1901, a primera hora de la mañana, Marcela y Elisa se casaron como cualquier pareja feliz del momento (o como debería haber podido hacer cualquier pareja feliz). Nos encontramos ante la primera pareja homosexual de España. Mejor dicho: ante la primera pareja homosexual que conozcamos.
Contrajeron matrimonio, nada más y nada menos, que por la Iglesia. Porque aquello era lo normal. Porque les apetecía. Porque se querían. Porque, como era de esperar, querían ser libres.
Dos mujeres que desafiaron a un país entero y a una institución con tanto poder como la Iglesia. Dos mujeres que jugaron sus cartas hasta el final para conseguir lo único que deseaban. Dos mujeres que arriesgaron la vida que conocían para sellar su amor tal y como el sistema les había enseñado. Pero, lamentablemente, el final feliz que les prometía el matrimonio no terminó de llegar y la pareja tuvo que huir a Oporto tras ser descubiertas. Poco después, las arrestaron. Tal y como lo informa Narciso de Gabriel en Elisa y Marcela. Más allá de los hombres, los periódicos del momento cubrían sus portadas con la historia bajo titulares como “Un folletín en acción. Dos mujeres que se casan”, “España, país de locos”, “Novios de contrabando” o “Asunto ruidoso. Un matrimonio sin hombre”. Elisa defendió hasta el último momento ser Mario. Sin embargo, dos médicos delataron que su sexo era femenino y la forzaron a vestirse como la sociedad imponía a las mujeres.
Tras dos semanas encarceladas y bajo la presión popular, el juez las dejó en libertad y hasta un año más tarde no se volvió a tener noticias de la pareja, cuando Marcela dio a luz a una niña. Los periódicos retomaron la historia y volvieron el acoso y la humillación. Pero, en ese momento, Elisa sí contestó a la prensa sin preocupación alguna: “¿Es cosa del otro mundo que nazca una niña o un niño? No hay nada más natural: ¡una mujer tiene un hijo! ¡No somos criminales!”. En cuestión de meses, partieron a Buenos Aires para comenzar una nueva vida. En aquella ciudad lejana repleta de gallegos, Elisa se casó con un anciano adinerado para no tener que trabajar, pasar más tiempo con Marcela y recibir la herencia cuando enviudara. El plan volvió a fallar y el anciano, tras descubrirlas, las denunció. En este punto de la historia se pierde el rastro de Marcela y Elisa: nunca más se volvió a tener noticias de ellas.
¿Qué sabemos de las historias que sí salieron bien? ¿Qué libertad consiguieron aquellas parejas que no fueron perseguidas por la justicia ni la prensa? ¿Fueron libres aquellxs que no acabaron entre rejas, aquellxs que no tuvieron que huir o aquellxs a lxs que no fusilaron?
Como contó Raquel Platero, especialista en derechos LGTB y coordinadora del libro Lesbianas. Discursos y representaciones, a El País Semanal, se debe contextualizar la situación de ambas mujeres y tener en cuenta el momento que vivían. “En la historia de las dos muchachas, subyace todo un discurso sobre la masculinidad. Elisa se convierte en un hombre porque eso refuerza la idea de persona controladora” y aunque actualmente ese pensamiento nos puede horrorizar, entonces era comprensible. Al igual que la idea de la boda no era un capricho de ambas jóvenes, simplemente seguían los patrones. Se casaron por la iglesia porque eso significaba estar en sociedad y ser corrientes, argumenta Platero.
Conocemos la historia de Marcela y Elisa porque les falló todo lo planificado y la prensa no dudó en escribir sobre ello. Conocemos su historia porque un país entero estuvo detrás de ellas hasta que acabaron en el exilio. Conocemos su historia porque fueron delatadas y denunciadas. Pero, ¿qué sabemos de las historias que sí salieron bien? ¿Qué libertad consiguieron aquellas parejas que no fueron perseguidas por la justicia ni la prensa? ¿Fueron libres aquellxs que no acabaron entre rejas, aquellxs que no tuvieron que huir o aquellxs a lxs que no fusilaron? ¿Fue, entonces, vivir a escondidas lo más parecido a la libertad? Probablemente esta historia ocurrió igual que ocurrieron miles más. Quizá el resto de historias sí pasaron por encima de la homofobia. Quizá el resto de historias sí tuvieron el final esperado. Quizá son muchas más las historias desconocidas que las conocidas. Y esto solo puede significar una cosa: el amor libre es más inteligente que el odio.
Teresa Avendaño
FOTO: DEL ARTICULO
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