La temperatura en las ciudades españolas ha subido el doble que la media mundial en 50 años
El cambio climático afecta de forma desigual a las capitales españolas. Los mayores incrementos de temperatura se han producido en la mitad este del país, con subidas de más de 2º
Las temperaturas en las ciudades españolas no han dejado de subir en las últimas décadas. En los 30 años más recientes, la temperatura media de las capitales de provincia se ha elevado prácticamente un grado. Y allí donde los datos permiten remontarse más atrás, como Barcelona, Alicante, Madrid y una treintena de ciudades más, el incremento es aún mayor, por encima de los 2 grados centígrados. Tales subidas son superiores a las del resto del país y doblan las sufridas por el planeta en su conjunto. Y aunque la subida no es homogénea (hay ciudades que sufren más el cambio climático y que, previsiblemente, lo sufrirán más en el futuro, y otras, como Salamanca, donde incluso las temperaturas han bajado) es indudable que la era del cambio climático urbano está aquí.
El Observatorio de la Sostenibilidad ha recopilado los datos de estaciones meteorológicas de 52 ciudades españolas para su último informe sobre la descarbonización de España. La mayoría son capitales de provincia y las estaciones suelen estar en el centro de la ciudad o cerca, también pueden instalarse en el aeropuerto. Hay registros que se remontan al siglo XIX (Madrid, 1894) o el primer tercio del siglo XX (San Sebastián desde 1918 o Barcelona desde 1925). Pero hay que esperar a los años ochenta para que haya presencia de todas capitales y ciudades autónomas. La información procede de la Agencia Estatal de Meteorología y está expresada en medias anuales.
Un análisis de los datos muestra un aumento medio de la temperatura urbana de casi 1º, desde los de 15,10º del lustro 1988-1992 a los 16,06º del periodo 2014-2018. Las comparaciones por quinquenios buscan neutralizar la variabilidad interanual en la que un año inusualmente frío o cálido puede distorsionar los datos. Esta media de +0,96º esconde valores que se desvían, y mucho, de ella. Por ejemplo, en Barcelona, los termómetros han subido 1,89º. Ávila y Murcia también soportan un incremento de más de 1,8º en los últimos 30 años.
El fenómeno, además, es generalizado. Solo hay una ciudad en la que las temperaturas han bajado en las últimas tres décadas. En Salamanca, en concreto en la estación meteorológica instalada en el aeropuerto de Matacán (a 17 kilómetros), la temperatura ha descendido 0,09º. Aunque es una bajada discreta, destaca al compararla con la subida general urbana. Pero, como sucede con el calentamiento a escala global, en el que junto a un aumento medio de las temperaturas se suceden enfriamientos regionales, en la vieja Castilla podría estar sucediendo algo similar: ciudades cercanas a la capital salmantina, como Valladolid, Zamora o Palencia, están entre las que registran menores incrementos relativos.
Si se observa el mapa de España se puede ver que el calentamiento urbano es mayor en la porción mediterránea del país. Dejando a un lado Ourense, con su particular topografía, en el fondo de la depresión del río Miño, la decena de ciudades donde más ha subido la temperatura está en la parte este y sur del país.
Aumento de las temperaturas
Variación entre el lustro más antiguo disponible (ver tabla) y el último (2014-2018)
Los datos del Observatorio de la Sostenibilidad permiten remontarse mucho más atrás que 30 años. Aunque no hay registros de las 52 ciudades más allá de los años ochenta, sí los hay de una buena cantidad de ellas para los años setenta, sesenta y hasta cincuenta. Y es entonces cuando, aún siendo una muestra menos representativa del conjunto, los datos permiten calificar el calentamiento urbano de excepcional.
En la treintena de ciudades para las que hay registros desde hace 50 años (lustro 1965-1969), el promedio de la temperatura urbana ha subido 1,6º. Pero hay urbes en las que el incremento a lo largo de toda la serie histórica es mucho mayor. A finales del siglo XIX, Madrid tenía una temperatura media anual de 13,72º (en el lustro 1894-1898). En los últimos cinco años, la media ha sido de 16,19, casi dos grados y medio de aumento. Cuenca, con 2,91º desde 1956 y el anómalo caso de Ciudad Real, con 3,57º de subida desde 1976, son las únicas que han subido más que la capital de España. Las siguen Zaragoza, Alicante o Barcelona.
Para entender qué es 1,6º de más, hay que mirar fuera. Según datos de la AEMET, la media del país en el último lustro (2014-2018) fue de 15,90º, unás décimas por debajo de la media de las ciudades. Hay que tener en cuenta que para obtener este promedio se han usado datos de las 290 estaciones que la agencia tiene repartidas por el país, muchas de ellas en zonas urbanas, lo que puede haber suavizado la diferencia entre el global de España y el urbano. Pero este aumento de las temperaturas de las ciudades españolas en los últimos 50 años casi dobla el experimentado en el resto del planeta. Organismos estadounidenses como la NASA o la NOAA (Administración Nacional Oceánica y Atmosférica) coinciden en que las temperaturas han subido en torno a los 0,8º desde los años sesenta.
«La temperatura media global en 1965 fue de 13,82º (-0,08º por debajo del siglo XX). En el 2018, la temperatura media global fue de 14,69º (0,79º por encima del siglo XX)», recuerda la científica de la NOAA Ahira Sánchez-Lugo.
Yendo aún más atrás, el último informe del proyecto Berkeley Earth estima que el mercurio subió una media de 1,5º en los últimos 250 años. Es decir, las ciudades españolas han experimentado en unas pocas décadas subidas térmicas mayores que las experimentadas por el planeta en un cuarto de milenio. Tal amplificación térmica es rara, aunque no única, ni exclusiva de las capitales de España. Pero, a escala regional, solo en unas pocas zonas, como Oriente Medio, Europa central y, en especial, las regiones polares, se está produciendo tal acelerón del cambio climático.
«El promedio global no refleja lo que está sucediendo a nivel regional», aclara Sánchez-Lugo. «Estamos observando que el Ártico se está calentando mucho más rápido que el resto del planeta», añade. En esta región polar, las temperaturas están aumentando el doble que la media global al menos desde los años noventa. Aquí la explicación es sencilla, el deshielo provocado por el calentamiento reduce el efecto albedo, la cantidad de radiación rebotada por la blanca superficie helada. En paralelo, las aguas oscuras del océano Ártico atrapan más calor retroalimentando el proceso.
En las ciudades españolas, como en el resto de ciudades del mundo, el papel de las aguas oscuras lo interpretan el cemento y el asfalto. En general, los materiales con los que están hechas las urbes tienen un mayor calor específico que el suelo rural o la cubierta vegetal. Pero hay otras causas que explicarían por qué las ciudades se calientan más. La misma pavimentación disminuye la evaporación y las canalizaciones y alcantarillado reducen aún más la capacidad de transpiración urbana. Además, la geometría urbana atrapa mayor radiación solar y frena los vientos que pudieran refrescar el ambiente. Tampoco la contaminación ayuda a disipar el calor acumulado, al igual que la menor porción de cielo nocturno visible. Pero es que además, la ciudad genera su propio calor. A esta llegan grandes cantidades de energía en forma de electricidad o combustibles, una energía que libera calor al usarla. Todo esto explica por qué las ciudades tienen un extra de temperatura y el fenómeno tiene un nombre: efecto isla de calor urbana.
«Los centros urbanos, las ciudades que hayan crecido significativamente en los últimos 40 o 50 años sufren de un efecto de isla térmica», comenta la investigadora de la AEMET Yolanda Luna. Es un cambio debido al crecimiento de la ciudad. «Se modifica el terreno, se llena de edificios, de asfalto y después se llena de vehículos, calefacciones y aires acondicionados», añade. Pero aclara que las ciudades se calientan como el entorno que las rodea. «La ciudad de Madrid se calienta al mismo nivel que el resto de la Comunidad, pero a eso hay que añadirle el efecto isla de calor», completa.
El grado y evolución de este efecto se puede observar si se comparan dos estaciones meteorológicas cercanas pero estando una dentro de la ciudad y la otra fuera. La AEMET tiene en Madrid, por ejemplo, tres estaciones meteorológicas. La cuarta más cercana, ya fuera, es la del aeropuerto Madrid-Barajas Adolfo Suárez. La más antigua de Madrid con datos continuados hasta hoy es la que hay dentro del parque del Retiro, que se remonta a 1900. La de Barajas empezó a registrar datos desde 1945 pero, salvo ese año y el de 1951, los datos se perdieron. Solo hay series completas desde 1960.
Pues si se comparan las temperaturas de Barajas y Retiro desde los sesenta puede observarse cómo va surgiendo la isla de calor urbano. En el lustro de 1961-1965, las temperaturas en el parque fueron ligeramente inferiores, 0,14º. Hay que tener en cuenta que al estar dentro de un gran parque, la temperatura relativa tiende a ser menor que en el resto de la ciudad. Se podría presuponer que entonces hacía el mismo calor/frío tanto en Madrid como en sus cercanías. Pero las cosas cambian en las décadas siguientes. Al empezar los setenta, en Retiro hay ya una media anual de 0,44º por encima de la del aeropuerto. Y, en los noventa, la diferencia sube hasta los 0,69º. Desde entonces las temperaturas se han igualado, quizá porque la expansión de la ciudad ha engullido la zona del aeropuerto. Aún así, sigue haciendo más calor en la capital de España que en Barajas.
Las ciudades españolas han experimentado en unas décadas subidas mayores que las experimentadas por el planeta en un cuarto de milenio
«En 1965 y hasta entrados los ochenta, Madrid y Barcelona o, mejor, ambas áreas metropolitanas crecían, aumentando por tanto la intensidad de sus islas de calor, lo que explicaría esa diferencia. Ahora, desde hace algún tiempo, ya no crecen», recuerda el catedrático de Geografía Física de la Universidad de Barcelona, Javier Martín Vide, que lleva décadas estudiando este fenómeno. «La topografía de la ciudad, su trazado, la densidad edificatoria… dan forma a esta isla de calor, pero para su intensidad, el contraste entre la temperatura del centro de la ciudad y la periferia, el factor más decisivo es el número de habitantes. A mayor volumen de población, mayor es la intensidad de la isla térmica urbana», añade el también coordinador del Grupo de Expertos en Cambio Climático de Cataluña.
Para Martín Vide y el resto de climatólogos, hace 30 años las islas de calor de Madrid o Barcelona eran algo anecdótico. «Hoy las califico de riesgo climático», alerta. El plus de temperatura urbana tiene consecuencias en los más diversos aspectos. «Desde el punto de vista meteorológico, ha reducido las heladas y los días de nieve en las ciudades. En lo económico, las islas de calor ahorran energía en invierno, pero la derrochan en verano, por la refrigeración. Estas temperaturas tan benignas explicarían cómo pueden vivir en los parques y jardines urbanos especies exóticas tropicales, tanto animales como vegetales», resume Martín Vide.
«Pero el mayor impacto lo sufren los humanos, los humanos más débiles. En el contexto del cambio climático, cuando llega una ola de calor, este plus térmico aumenta la mortalidad y la morbilidad entre las personas con enfermedades crónicas y, en especial, los mayores. Para Fernando Prieto, del Observatorio de la Sostenibilidad, «las ciudades, en general, no están tomando las medidas necesarias de adaptación a estas fuertes subidas de temperaturas, como podrían ser anillos verdes, láminas de agua, fachadas verdes…»
Todos los informes y estudios indican que, si no se reducen drásticamente las emisiones de CO2, el calentamiento global seguirá en aumento. Hay estimaciones que sitúan la subida media global en hasta 5º. ¿Y las ciudades? Martín Vide recuerda que la clave es la población: «Si la ciudad no crece, y las ciudades españolas no lo están haciendo, no aumentará la intensidad de la isla de calor. Pero es evidente que, al aumentar por igual las temperaturas en el campo y la ciudad, los que viven en los centros urbanos experimentarán temperaturas más extremas».