Un libro de premio rescata la visita a Granada que reunió a Juan Ramón y García Lorca

‘Días como aquellos’ ha ganado el galardón Antonio Domínguez Ortiz, y se presenta el martes próximo en el Centro Lorca

Fueron apenas 15 días de aquel 1924, los que Juan Ramón Jiménez pasó en Granada con Federico García Lorca y su familia como anfitriones. Dos semanas, en toda una vida, pueden no tener mucho peso, pero en la literatura de aquellos dos genios sí que fueron relevantes. Ayer, Madrid fue el escenario de la puesta de largo de ‘Días como aquellos. Granada, 1924’, el libro ganador del Premio Antonio Domínguez Ortiz de biografías, del que es autor Alfonso Alegre Heitzmann. El galardón que otorga la Fundación José Manuel Lara va este año a un libro gestado en Granada, y que versa sobre la misma ciudad, en definitiva, donde en aquel mes de junio de hace 95 años se escribió un importante capítulo de las biografías de Juan Ramón y Federico. En el acto, el autor estuvo arropado por Carmen Hernández-Pinzón, sobrina del poeta de Moguer y garante de su legado. Además, el próximo martes se presentará también en el Centro Lorca el próximo martes.

Juan Ramón Jiménez hizo de Granada y sus recuerdos su musa, que le inspiraría el romance ‘Generalife’, dedicado a la benjamina de la familia Lorca, Isabel, y luego, esos ‘Olvidos de Granada’ que, según Alegre, no han tenido aún una publicación acorde con la importancia de la obra dentro de la producción de Juan Ramón. No ha ocurrido así con este ‘Días como aquellos’, del que el autor destacó «la cuidada edición. Se han preocupado tanto como si el editor hubiera sido yo mismo», dijo sonriendo. La visita a Granada trae causa de aquel primer encuentro que se produjo cinco años antes, cuando Lorca llegó a Madrid con una carta de recomendación de Fernando de los Ríos bajo el brazo, y la ilusión pintada en el rostro. Juan Ramón vislumbró inmediatamente el talento del granadino, tras la primera conversación. Y ello a pesar de que Lorca era un completo desconocido, con tan solo una obra en prosa publicada (‘Impresiones y paisajes’), y nada en verso. Del joven Federico destaca su «entusiasmo» el autor de ‘Platero y yo’, lo que le impele a echarle una mano, ayudándole a publicar en diversas revistas literarias. Aunque con una sustancial diferencia de edad, pues García Lorca frisaba los veinte años y Juan Ramón estaba más cerca de los cuarenta, la conexión fue casi instantánea. En este punto, desde la mutua admiración, comienza el relato de esta relación de ida y vuelta.

Entre aquella primera visita madrileña y la que narra el ensayo biográfico de Alegre pasaron cinco años, en los cuales los dos literatos compartieron más de un proyecto, más de un sueño. El sueño de Oriente, quizá, cuando prepararon aquella visita del poeta indio Rabindranath Tagore que no llegó a producirse finalmente, y otras iniciativas en torno a la Residencia de Estudiantes y diversos grupos culturales, donde quien por entonces era el autor más moderno de su época, Jiménez, brillaba con luz propia. La visita a los Lorca inspiró a Juan Ramón desde antes de llegar, en un traqueteante ferrocarril no muy diferente del que nos acompaña en nuestra vuelta de Madrid. «Sueño profundo con Granada en un tren llegando a Granada. Rumores en la sombra, agua, aire. Por la mañana, con Federico, Isabelita, Paco, Conchita, arriba, a la Alhambra, al Generalife». Paladea incluso antes de poner los pies en el andén de la estación los olores, las vistas, los sonidos que le esperan. Apenas llegado a Granada, Juan Ramón escribió ‘Generalife’, el romance que dedicó a Isabelita, la hermana de Federico, a quien llama «hadilla del Generalife», uno de los pocos que se pueden encontrar en su producción poética, ya que solo retomó el género estando en América. Como afirma Alegre, «es un poema largo, bellísimo», que comienza «Nadie más. Abierto todo. Pero ya nadie faltaba. No eran mujeres, ni niños, no eran hombres, eran lágrimas». La cadencia juanramoniana en su más acendrada expresión. Y esa melancolía que le provoca una ciudad que, aun en las proximidades de las fiestas del Corpus, hasta el punto de decirle a Federico que «iremos al Generalife a las cinco de la tarde, la hora en que empieza el sufrimiento de los jardines».

La convergencia

En esos paseos que comparten los Lorca con Juan Ramón y con amigos como Emilia Llanos o el propio Manuel de Falla –sin cuya presencia es imposible entender el resultado artístico de esta visita–, está el desencadenante, por un lado, del romance citado, y por otro, de esos ‘Olvidos de Granada’ que aparecerían mucho más tarde, y por otro, de ‘Canciones’ o el ‘Romancero gitano’, donde Federico encuentra su voz propia. Pero también de episodios que narran en sus memorias, por un lado, Zenobia Camprubí, y por otro, Isabel García Lorca. Incluso, más allá del resultado literario del encuentro y de los recuerdos transcritos al papel, quedan las cartas, esa fuente inagotable de recuerdos que se dejan sin querer. «Son como una ventana en el tiempo», afirma Alegre. «Explican lo que las memorias callan». Un ejemplo de ello es la calibración de la propia duración de aquella primera visita de Juan Ramón a Granada. Mientras para Isabel García Lorca duró casi un mes, las cartas demuestran que apenas fueron quince días.

También calibran el impacto que las calles de Granada, su Alhambra y su Generalife, tuvieron en Zenobia. En el calor de su casa madrileña, en la noche del sábado del 28 de junio, escribe: «Me acuerdo de Granada y me parece un sueño. No parece posible que esté solo a unas horas de distancia, y que si el lunes a las diez me metiera en un tren, por la noche estaría oyendo otra vez la campana de la Vela…» Juan Ramón permanecerá unos pocos días más que Zenobia en Granada, y le narrará, vía telefónica, las maravillas que contempla. No cabe duda, además, de que los Lorca fueron unos excelentes anfitriones, y que en aquellas dos semanas se construyeron lazos sólidos, los cuales, más allá de los malentendidos que distanciarían a Juan Ramón y Federico, hicieron que permaneciera inalterable el cariño por la familia, incluso más allá del fusilamiento del poeta en el barranco de Víznar. Hermenegildo Lanz, que abrió el Carmen del Almirante, donde vivía, para ellos; los citados Emilia Llanos y Manuel de Falla, Ángel Barrios… La intelectualidad granadina quiso hacerle grata la estancia a Juan Ramón.

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No hicieron falta hechos trascendentales para despertar el alma del de Moguer. El sonido del agua al caer, vaciada desde un barreño por una criada, y que Juan Ramón hizo repetir varias veces solo para recordarlo, dio origen y sentido a ‘El ladrón de agua’. Oír tocar a Falla el piano en el carmen de la Antequeruela evoca otros muchos sonidos en el poeta onubense.

FOTO: Federico, Zenobia, Isabel García Lorca, Emilia Llanos, Juan Ramón y Concha García Lorca, en el Generalife / ARCHIVO FUNDACIÓN LORCA

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