No podemos frenar el avance de los desiertos, pero sí la desertificación
Los desiertos encierran más vida de la que pueda imaginarse a primera vista y, desde luego, no son lugares degradados, sino poco productivos dadas sus severas limitaciones hídricas
Los recursos gráficos son un recurso esencial para la información periodística. Cuando el tema es la desertificación, suele utilizarse la imagen del llamado Desierto de Tabernas. Pero existen demasiadas inconsistencias en el uso de estos paisajes acarcavados y calcinados por el sol para retratar un problema agravado por el cambio climático.
Considerar que Tabernas es un desierto es una simplificación. Asumir que la desertificación se produce por la expansión de los desiertos es otra idea errónea. Si queremos plantear estrategias adecuadas para luchar contra este problema, es esencial aclarar las diferencias entre desierto y desertificación.
Qué es un desierto (y qué no)
Tabernas es en realidad una geoforma que presenta algunos de los rasgos típicos de los desiertos. Estos últimas ocupan las regiones hiperáridas y presentan condiciones bastante más rigurosas:
- La precipitación anual es menor de 200 mm. Hay años en los que no llueve nada.
- La cubierta vegetal es muy escasa o inexistente.
El Sahara (17 veces la superficie de España), Atacama (hay lugares donde no ha llovido en 45 años) y El Gobi (donde la temperatura cae a -40℃ en invierno y llega a los 38℃ en verano) son ejemplos de verdaderos desiertos.
Bajo estas condiciones tan extremas, la naturaleza ha encontrado la manera de sobrevivir. Los desiertos son ecosistemas maduros con una biodiversidad sorprendente.
Hay plantas como el mezquite, en los desiertos norteamericanos, que desarrollan un sistema radicular capaz de bombear agua a más de 50 m de profundidad. O animales que jamás beben; su única fuente de agua son los líquidos corporales de sus presas.
Los desiertos encierran más vida de la que pueda imaginarse a primera vista y, desde luego, no son lugares degradados, sino poco productivos dadas sus severas limitaciones hídricas.
El problema de la desertificación
Los desiertos se expanden y contraen respondiendo únicamente a cambios en la aridez. Sin embargo, la desertificación es un proceso de degradación vinculado a variaciones climáticas y (esta es la gran diferencia) a actividades humanas inadecuadas.
La definición dada por la Convención de Naciones Unidas sobre Desertificación restringe este problema a las zonas secas del planeta (subhúmedas secas, semiáridas y áridas).
El Atlas Mundial de Desertificación recoge información exhaustiva sobre el problema. La superficie potencialmente afectada por desertificación ocupa el 41 % de las tierras emergidas y en ella vive más del 35 % de la población.
Las zonas secas albergan el 40 % de la superficie agrícola y el 63 % de la ganadería extensiva. Su importancia se acentúa en los países en vías de desarrollo, donde sus recursos son clave para 1 200 millones de personas que sobreviven con menos de un dólar al día.
La desertificación se origina cuando el sistema natural y el económico se desacoplan. Dicho de otra manera, cuando la tasa de consumo de recursos excede a la de regeneración durante un tiempo suficiente como para rebasar ciertos umbrales. Cuando se pierde el suelo fértil de una región o se saliniza un acuífero, la marcha atrás es imposible.
Ejemplos de desertificación
El fenómeno bautizado como Dust Bowl –literalmente cuenco de polvo-, ocurrido en los años 30 en EE. UU., reúne todos los elementos para ilustrar bien el fenómeno.
El medio-oeste norteamericano es una región árida caracterizada por fuertes tormentas de viento. Hasta hace cien años los búfalos pastaban las verdes praderas que cubrían el suelo. La densidad de población era baja y el uso de los recursos sostenible. En poco tiempo coincidieron tres factores que cambiaron el panorama:
- El arado de hierro permitió atravesar con facilidad el correoso manto de hierba.
- Las nuevas variedades de trigo estaban diseñadas para soportar los rigurosos inviernos.
- La revolución bolchevique de 1919, que colapsó las exportaciones rusas, facilitó las condiciones de mercado para que la nueva tecnología mostrase su potencial.
Entonces, miles de hectáreas de pastizales naturales se convirtieron en campos de trigo. El suelo quedó expuesto a las tormentas de viento y salió, literalmente, volando por los aires. Aún hoy los satélites recogen esas nubes de polvo viajando al Atlántico.
Ligeras variaciones de este esquema explican la desaparición del mar de Aral y de los espartales norteafricanos. En estos casos, las políticas estatales dirigidas a convertir amplias regiones en centros productores de primer orden acabaron con la fertilidad de la tierra en pocas décadas.
La conversión de pastizales en tierras agrícolas en Mongolia interior, la salinización de los campos de cultivo en Sumeria o el agotamiento de acuíferos en Arabia Saudí son solo algunos ejemplos para comprobar la transversalidad temporal y geográfica del fenómeno.
La desertificación en España
La desertificación no es un ave exótica que habite lugares remotos. Nuestro país, el más vulnerable de Europa, cuenta con un Programa de Acción Nacional contra la Desertificación. En él se detallan los síndromes o paisajes que ya han desertificado el 20 % del territorio (hay otro 1 % en marcha).
Todos ellos están relacionados con la intensificación de la agricultura o, paradójicamente, su abandono, lo cual habla de la enorme complejidad del problema. Algunos casos típicos son los siguientes:
- La intrusión marina en acuíferos costeros causada por la eficiente agricultura intensiva de regadío (tanto como para no dejar una sola gota de agua para otra cosa que no sea la agricultura).
- La pérdida de suelo en cultivos leñosos como almendros, olivos o vides, debida al empeño en acabar con las ‘malas hierbas’ que protegen al suelo de los agentes erosivos.
El cambio climático facilita ese desacoplamiento. En las últimas décadas, las zonas secas han aumentado un 0,35 % su superficie. Las proyecciones de temperaturas, precipitaciones y sequías muestran escenarios preocupantes, sobre todo en el Mediterráneo. Ya se ha desertificado un 10-20 % del planeta y la presión sobre los recursos es cada vez mayor.
Pero volvamos a Tabernas para cerrar el círculo. Desde hace una década, el éxito empresarial de la explotación de aguas subterráneas para poner en regadío los tradicionales olivares de secano ha llevado a la expansión descontrolada de este tipo de agricultura.
Se repite la historia: riqueza efímera que despoja al territorio de su productividad. En unos años ese acuífero, que ya ha dejado de alimentar manantiales claves de la zona, estará vacío.
La desertificación revela lo absurdo de ciertos planteamientos de nuestras sociedades de consumo. No se trata de parar desiertos que nos van a engullir. Se trata de no seguir exprimiendo ecosistemas -que son la base de nuestra economía, seguridad hídrica y alimentaria- hasta inutilizarlos por completo.
Jaime Martínez Valderrama, Investigador postdoctoral en Desertificación, Universidad de Alicante
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.