El fin del club del millón de lectores (CIRCULO DE LECTORES)
Con el cierre de la editorial que llevó los libros hasta el último rincón de España muere una parte de la historia de este país y una red social tejida por la literatura
Todo final trágico suele tener su origen en una mala decisión. La que desembocó en el hundimiento de Círculo de Lectores fue tomada en 2014. Al cierre del ejercicio del año anterior las pérdidas se habían disparado, y el grupo alemán Bertelsmann le vendió a Planeta la mitad de la sociedad que mantenía. La multinacional española da entonces el paso que traicionará la confianza de los socios lectores que aún le quedaban al histórico sello que metió la literatura en casa. Alguien, en alguna reunión, dio el paso al que durante tantos años se habían resistido los fundadores: “Para corregir y mejorar los resultados es necesario pasar de club de lectores a un club de cultura, ocio y bienestar”, apunta la auditoría de cuentas de Planeta de aquel 2014. Y así de la popular colección de novelas de Agatha Christie se pasó a la batamanta.
Antonio Carné, director general de Círculo de Lectores desde 2014, ha preferido no hacer declaraciones a este periódico sobre las causas que llevaron a la empresa a prescindir el pasado miércoles de todos sus agentes comerciales sin previo aviso. La empresa señala el cambio de hábito de consumo digital de los españoles, pero los agentes se preguntan por qué Planeta no ha cambiado los suyos para adaptarse a los nuevos tiempos. “Los catálogos empezaron a vaciarse de libros. Solo había e-books, cosmética, cosas del hogar… Pasé de tener 450 socios en los mejores momentos a los 120 de ahora”, lamenta Belén Marañón, que ha trabajado para Círculo una docena de años. Hasta el miércoles pateaba los barrios madrileños de San Chinarro, Las Tablas, Pinar de Chamartín y Virgen del Cortijo. Con un contrato mercantil, sin seguridad social. Ella conoció el final de la edad dorada y llegó a ganar 1.200 euros en un mes. Pero asegura que la media de sus mejores años rondaba los 600 euros mensuales. Sus condiciones laborales le recuerdan a las de los trabajadores de los repartidores de las plataformas digitales.
“Yo cremas y cosas de cocina no ofrecía. El Círculo son libros”, se muestra tajante Francisco Escudero, sin trabajo después de una docena de años dedicado a acercar la literatura a domicilio. Antes vendía 180 libros cada dos meses, ahora a duras penas llegaba a 80. “A los socios no les importaba esperar dos semanas. No han dejado de comprar porque también lo hagan en Amazon, es que no tenían qué comprar porque no había oferta literaria. Ha sido Planeta la que ha hundido la empresa”, comenta el comercial de Villaverde (Madrid). Ni a Paco ni a Belén les ha gustado cómo se ha cerrado el club de lectores cuya identidad de marca era la fidelización y la confianza.
Yolanda Heras fue una de aquellas lectoras que, como otros miles, coleccionó los libros de Agatha Christie. Ahora los lee su hija, que durante un tiempo le acompañaba puerta por puerta, atendiendo los pedidos. Después de trabajar como agente pasó a ser socia, una de las preferidas de Belén Marañón. “Establecimos una comunidad. Me encuentro con todos ellos y seguimos hablando y preguntándonos por la vida. La relación humana y el contacto eran importantísimos. Eso ha desaparecido con Amazon”, dice Yolanda, aficionada de adolescente a los libros de misterio.
El Círculo era un negocio, pero también una red social tejida por el trato personal y la literatura. A Marañón la invitaban a cenar, a Escudero a unos vinos. Con la crisis se acostumbró a fiar compras y nunca supo cómo enfrentarse al fallecimiento de sus clientes entre un libro y otro. “De la empresa no tengo buenos recuerdos; de los socios y compañeros, sí”, sentencia Escudero, para quien la tarea de repartir pedidos con su coche ha sido más ocupacional que de supervivencia.
En sus mejores años, la empresa llegó a vender 1,2 millones de libros. Eran otros tiempos. España era una estantería vacía y la democracia estaba por estrenar. El extrarradio se llenaba con un aluvión rural y los apartamentos tenían un frigorífico y una radio. Ni un libro. Tiempos en que los papeles se firmaban con una cruz. Un país analfabeto que quería legar la lectura a sus descendientes y en el que veraneaba el dueño de Bertelsmann, Reinhard Mohn (1921-2009) en Mallorca. Aquel país era una oportunidad única para ir a por los lectores que no existían.
Hans Meinke participó de la fundación de Círculo en 1962 como agente comercial y más tarde se hizo cargo de la dirección del grupo. Atribuye a Mohn —reconocido con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades de 1998— la creencia en el principio ético según el cual “el beneficio empresarial solo se legitima con la utilidad social”. Meinke entendía el libro como un bien cultural de primera necesidad más que como producto. Introdujo en el club de lectura obras menos evidentes y llevó a las primeras páginas del catálogo apuestas menos comerciales. Creó Galaxia Gutenberg y abrió una línea de calidad. El modelo combinaba títulos populares con ediciones ilustradas (por Antonio Saura o Eduardo Arroyo) y obras completas de grandes autores.
“Puede que el cambio de hábito de compra haya afectado algo, pero el declive sucede con el cambio de foco”, explica el editor Joan Tarrida, que entró a trabajar en Círculo en 1998. Recuerda que en los setenta intentaron añadir en el catálogo televisores, pero no funcionó. Esa cartera de socios tan sabrosa era muy apetecible para morderla con otros productos. “Era una discusión continua: si tienes un millón y medio de socios puedes venderles lo que sea. Pero no era así”, dice Tarrida. En 2010, cuando Planeta accede al accionariado, el editor propone a Bertelsmann la compra de Galaxia Gutenberg con otros dos socios. Aceptan y hasta 2014 mantuvo una relación con Círculo en algunos proyectos, pero hoy es una editorial independiente.
“¡Viene la de Tintín!”. Belén Marañón lo escuchaba al otro lado del telefonillo. Solía llegar a la hora en que la familia estaba en pijama y cenada. Recuerda las tardes de charla con aquella lectora con cáncer de mama y la dolorosa llamada de su marido, o cuando le pedían que eligiera por ellas o la sequía de la crisis. Demasiada memoria. Ha escrito un whatsapp de despedida a todos sus socios, clientes y amigos. Así cierra Círculo de Lectores, la empresa que se adelantó a la democracia y llamó a todas las puertas de la España de la censura para colocar libros. España hoy ya tiene las estanterías ocupadas y Marañón cientos de respuestas al mensaje con un emoji que llora.
FOTO: Belén Marañón (izquierda), comercial del Círculo de Lectores, y su clienta Yolanda Heras, en Madrid. ÁLVARO GARCÍA
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