24 noviembre 2024

La mayor epidemia del siglo XX dejó sin ataúdes algunas ciudades de España e infectó al rey Alfonso XIII y al presidente del Gobierno

Al principio, los españoles también se reían. El 22 de mayo de 1918, el diario ABC publicó en portada la aparición de una enfermedad parecida a la gripe, pero con efectos leves. Durante ese mes, se celebran en la capital las fiestas de San Isidro y las verbenas populares se convirtieron en espacios ideales para el contagio. Con guasa, se bautizó aquella gripe como Soldado de Nápoles, igual que una canción que entonces sonaba en la zarzuela La canción del olvido, y que, como la nueva enfermedad, era muy pegadiza.

Los españoles de aquel tiempo no pudieron ver venir la pandemia como sí ha sucedido ahora. Con medio mundo enfangado en la Gran Guerra, los contendientes no informaron sobre la enfermedad que estaba diezmando a sus soldados para no envalentonar a los adversarios y fue en España, neutral en el conflicto, donde se dio a conocer lo que sucedía. Por eso la gran pandemia del siglo XX, que mató a más de 50 millones de personas en todo el mundo, se bautizó como “La gripe española”, aunque no estuviese en España su origen.

En 2008, cuando la próxima gran pandemia aún era solo un temor entre virólogos y epidemiólogos, Antoni Trilla, el actual jefe de epidemiología del hospital Clínic de Barcelona, publicó un relato sobre cómo se vivió la gripe de 1918 que muestra algunas diferencias fundamentales y sorprendentes paralelismos con la crisis del coronavirus. En aquella ocasión, la situación también empeoró después de tomarse a la ligera y la reacción errática de las autoridades sanitarias provocó su descrédito frente a la ciudadanía y la prensa que cuestionaba a diario sus actuaciones. Como ahora, el virus tampoco respetó jerarquías. El rey Alfonso XIII y el jefe de Gobierno, Manuel García Prieto, enfermaron.

Al principio, a la enfermedad se la llamaba con humor ‘Soldado de Nápoles’, una canción de éxito de la época que también era muy pegadiza

En 1918, España era muy distinta. La mitad de sus habitantes eran analfabetos y la tasa de mortalidad infantil doblaba la de los países más pobres de hoy, pero muchas medidas para contener la epidemia recuerdan a las actuales. Se cerraron universidades y escuelas y se controló el transporte ferroviario, con cuadrillas que desinfectaban los trenes para contener la expansión del virus. Pero también hubo reticencias por parte de algunas autoridades locales. El alcalde de Valladolid se resistió a cancelar las fiestas en septiembre temiendo las pérdidas para los negocios de la ciudad.

Casi como ahora, más allá de ayudar a los enfermos a sobrevivir, la panoplia de los médicos era limitada, sin opciones curativas, aunque las técnicas eran mucho más rudimentarias. Se probaron sin éxito algunas vacunas experimentales e incluso se aplicaron sangrías, una técnica que ya llevaba un siglo desacreditada por la medicina. “Los españoles comenzaron a preguntarse si los médicos y científicos tenían alguna idea sobre lo que estaba pasando”, escribe Trilla.

A falta de confianza en la ciencia, muchos se abrazaron a la fe. En Zamora, una de las provincias más afectadas por la gripe, el obispo, Álvaro Ballano, afirmó: “El mal que se cierne sobre nosotros es consecuencia de nuestros pecados y falta de gratitud, y por eso ha caído sobre nosotros la venganza de la justicia eterna”. Para aplacar la ira divina organizó misas en la catedral de la ciudad facilitando, probablemente, el contagio del virus y se enfrentó a las autoridades sanitarias que quisieron prohibir las misas. Un siglo después, los obispos respetan y difunden las recomendaciones de esas autoridades y han limitado a los parientes más cercanos la asistencia en los funerales.

La primera etapa de contagios de 1918, la que ahora se está viviendo con el coronavirus, no fue la más dura. Con la llegada del verano, la epidemia amainó, pero en otoño regresó con más fuerza. El sistema sanitario quedó sobrepasado, en muchos pueblos de un país en el que el campo aún no se había vaciado los médicos eran escasos y cuando morían no se encontraban sustitutos. Como ha pasado en esta crisis, también entonces se reclutó a voluntarios entre los estudiantes de medicina.

Las cifras oficiales de muertos en España son terroríficas. En 1918, la gripe mató a 147.114 personas, en 1919 a 21.245 y en 1920 a 17.825. En un país de poco más de 20 millones de habitantes. La epidemia duró tres años y, además, afectó especialmente a personas en la veintena, completamente sanas. Cuenta Trilla que en algunas ciudades españolas se acabaron los ataúdes y que el alcalde de Barcelona pidió la ayuda del ejército para transportar y enterrar a los muertos. Eso todavía no se ha visto en España, pero sí en Italia, que lleva una semana de adelanto en la epidemia. El miércoles por la noche, decenas de ataúdes que se acumulaban en el cementerio local de Bérgamo fueron cargados en camiones del ejército para llevarlos a incinerar a lugares menos golpeados por la enfermedad. La población española solo descendió en dos ocasiones durante el siglo XX. En 1918 perdió 83.121 personas por la epidemia de gripe y en 1939 50.266 por la Guerra Civil.

Daniel Mediavilla