22 noviembre 2024

No hay mejor maestra que la naturaleza ni mejor aula que el medio ambiente. Es la idea que esta filósofa especializada en educación defiende desde hace 20 años, cuando formuló los principios de la pedagogía verde.

 

Antes de trasladarse a un pequeño pueblo de Cáceres y de empezar a predicar sobre los beneficios de la pedagogía verde, Heike Freire trabajaba como asesora del gobierno francés desde el Instituto de Educación Permanente de París. Licenciada Psicología y Filosofía, esta experta en innovación educativa defiende que los niños deben estar en permanente contacto con la naturaleza para potenciar su pleno desarrollo físico, psíquico, emocional y social. Freire da conferencias, imparte cursos y talleres y está impulsando la transformación de muchos colegios, que están renaturalizando sus patios y apostando por una educación más pegada a la Tierra. Referente de la innovación educativa y activista por los derechos de la infancia, ha escrito decenas de artículos y varios libros, entre ellos la obra Educar en verde. Ideas para acercar a niños y niñas a la naturaleza, un éxito editorial que ha sido traducido a varios idiomas.

Dice que fue su abuela la que le enseñó a amar la naturaleza.

Sí, recuerdo caminar con ella por la montaña, dormir en cabañas y recoger arándanos. Pero también subir a las cumbres, sentir el viento en la cara y esa sensación de libertad. En aquella época, pasábamos muchos meses en el campo. Las investigaciones dicen que el amor a la naturaleza se adquiere a base de mucho contacto y junto con una persona a la que tú quieres y que a la vez ama el medio ambiente.

Cuenta también que se hizo pedagoga a los nueve años. ¿Qué ocurrió?

Mi primer colegio era muy innovador: no había libros de texto ni exámenes y teníamos animales y huerto. Con nueve años, me cambiaron a un ‘cole’ más tradicional, estricto, con exámenes y uniformes, donde siempre estábamos vigilados, la desconfianza era total. Esa era la gran diferencia. Enseguida me di cuenta de lo que era mejor para mí. Por eso digo que me hice pedagoga.

Cuanta más tecnología tenemos, más naturaleza necesitamos

Y cuando tuvo a sus propios hijos, decidió cambiar radicalmente de vida. ¿Por qué?

Trabajaba en una consultoría en París: metía muchas horas, trabajaba los fines de semana, estaba siempre viajando… Y cuando decidí que quería tener un hijo, la única opción era dejar a mi bebe con una niñera a los cuatro meses. Entonces, me planteé si quería darle a mi hijo lo mejor que el dinero podía comprar o lo mejor que yo le podía ofrecer con mi presencia. Y escogí lo segundo. Me me mudé a un pueblo de Extremadura en la Vera de Cáceres, un paisaje muy parecido al que yo había crecido en Asturias. Allí empezaron a llamarme hippy, cuando yo nunca lo había sido. Acababa de aterrizar desde un despacho con secretaria en el centro de París, imagínate…

¿Cómo es eso de que la pedagogía tiene colores?

Todas las pedagogías tienen una conexión con la ideología o la política. Siempre hay un proyecto de sociedad detrás, de tipo de ser humano. Por eso, hay pedagogías rojas, azules, blancas, negras..

¿Y qué es la pedagogía verde?

No es educación ambiental y tampoco es un enfoque pedagógico como puede ser Montessori o Waldorf. Es una filosofía que busca acompañar el desarrollo humano con el contacto con la naturaleza. Parte de la constatación de que en la cultura actual existe una gran fractura entre el mundo natural y la naturaleza humana que se ha ido agravando y que está en el origen tanto de los problemas ambientales como de los sociales, de salud o de desarrollo. La pedagogía verde busca remendar esa fractura. Busca un ser humano más pleno, que sea más saludable y menos dañino para su entorno. Y también pretende crear un movimiento.

¿Y dónde se enseña la pedagogía verde?

Hay muchísimos sitios, algunos son proyectos más grandes y otros más modestos. Hay muchas escuelas que están desarrollando proyectos en este sentido. Cada vez más.

¿Qué nos enseña la naturaleza?

La naturaleza nos pone en contacto con muchas cosas que nosotros también somos, con la inteligencia de la vida. Hablamos de más 4.400 millones de años, desde que aparecen las primeras bacterias que luego dan origen a las células verdes, capaces de absorber el CO2 y transformarlo en oxígeno. Podemos decir que son nuestros antepasados porque permitieron que los mamíferos nos desarrolláramos en este planeta. Conectarnos con el planeta nos conecta con esa inteligencia.

¿Y cómo influye, por ejemplo, en la inteligencia emocional o social?

La naturaleza nos relaja porque sus estímulos son suaves. Son los estímulos con los que nos hemos desarrollado a lo largo de la historia de nuestra especie. El 99,9 por ciento de la historia de la humanidad ha tenido lugar al aire libre. Está muy estudiado, por ejemplo, que los niños que viven en entornos rurales o barrios con naturaleza gestionan mejor las situaciones estresantes, por ejemplo un divorcio o la muerte de una mascota o un abuelo. Esos niños también suelen tener menos conflictos en el colegio.

¿Por qué?

En los patios de cemento los niños salen con efecto cava. Después de estar encerrados durante cuatro horas, salen gritando, empujando, corriendo… En cambio, en espacios donde hay naturaleza, salen con más tranquilidad, el juego es mucho más colaborativo y menos competitivo y por eso hay menos conflictos.

¿Y cómo nos enseña la naturaleza? ¿Cuál es su “método educativo?

La naturaleza nos enseña de tres maneras. Primero, a través del amor incondicional. En la naturaleza nadie nos juzga, como decía Nietzsche. Pero también a través del ejemplo: cada animal y cada planta nos enseña cosas, nos transmite valores profundos y nos invita a reflexionar. Además, la naturaleza nos enseña a partir del error.

¿Qué quiere decir?

Los pequeños accidentes y rasguños enseñan a los niños los límites de su propio cuerpo. Dónde empiezas tú y dónde termino yo. Los niños aprenden autonomía y a gestionar los riesgos.

Los padres urbanitas no lo tienen fácil. ¿Cuál es la “dosis” recomendable?

Los especialistas recomiendan entre tres y cuatro horas de juego al aire libre cada día. Pero si la escuela no colabora, eso es muy difícil. Muchas maestras de infantil se quejan de que los niños llegan con el desarrollo motor más retrasado y tienen una menor capacidad de atención. Y eso puede estar relacionado con el tema de las pantallas. Los especialistas en neurociencia nos advierten de que el cerebro humano está mutando debido a las nuevas tecnologías. Por eso, cuanta más tecnología tenemos, más naturaleza necesitamos.

Pero las pantallas están aquí para quedarse. ¿Qué papel deberían tener?

La tecnología tiene que ser una herramienta, pero ahora mismo la exposición de los niños es excesiva. A lo de la historia el proceso de maduración humana, tanto física, psíquica como emocional y social, se ha llevado a cabo en la naturaleza. Eso no ocurre ahora y por eso hay tantos problemas de inmadurez en los niños, pero también en los adultos.

Propone que el eje de todas las asignaturas sea el medio ambiente. ¿Cómo?

El lenguaje de los niños nos son las matemáticas ni la lengua. Si los niños crearan los currículums académicos, quizá incluirían una asignatura del cielo y otra de las hormigas. Habría que tener en cuenta sus intereses. El currículum que llega del ministerio o de la consejería debería ser el hardware, algo que está ahí, pero que quizá no se vea tanto, porque lo que se trabaje sean, precisamente, esos intereses. Porque se puede aprender matemáticas o lengua a través de la naturaleza. Además, el medio ambiente ayuda a la motivación de los alumnos a través del asombro. Los niños, pero también los adultos, nos asombramos con un bicho palo, con un pajarito… Eso moviliza la emoción y ese es un hilo del que los maestros pueden tirar para motivarles.

¿Y qué deben hacer los profesores? ¿Qué consejo le daría a un educador recién salido de la facultad?

Que se paseen por el bosque, que experimenten con un espíritu abierto, que salgan fuera con los niños y que vean la diferencia. Una vez que lo pruebas, ya no hay vuelta atrás. Y que observen mucho. Porque la educación es escuchar y observar.

Suele decir que los padres están demasiado preocupados por la normalidad. ¿Qué mensaje les enviaría?

Contra la normalidad, maravíllate de tu hijo, date cuenta del ser absolutamente increíble, singular y único que es. Deja que te sorprenda constantemente.

Por cierto, ¿cómo les hablamos a los niños del cambio climático?

A los niños no hay que hablarles de cosas que ellos no pregunten y luego hay que darles explicaciones sencillas. Pero antes de nada, hay que permitir que los niños desarrollen el amor por la vida con el que todos llegamos al mundo. Hay que crear entornos para que ese amor no desaparezca. Y hoy en día hacemos todo lo contrario. Hay niños que preguntan si las gallinas muerden porque nunca han visto una. Y esa falta de contacto les provoca lo contrario al amor: miedo. Además, pedirles a los niños que salven el planeta es una estupidez. Yo me di cuenta de eso cuando estando en Extremadura compré un libro titulado: 50 cosas que los niños pueden hacer para salvar la Tierra. Estaba encantada con él hasta que una niña me miró y me dijo: “Pero Heike, ¿tú crees que nosotros vamos a poder salvar el planeta con lo mal que lo estáis dejando?

¿Descargamos demasiada responsabilidad en ellos?

Preservar la vida siempre ha sido una responsabilidad de los adultos. Cuando mi abuelo plantaba un árbol o arreglaba una casa ya sabía que él no iba a disfrutarla, lo hacía para preservar la vida. Pero ahora somos adultos des-responsabilizados. A mí me encanta Greta Thunberg, pero cada vez que la veo me siento fatal. Como ella misma ha dicho, debería poder estar en el colegio.

 Ixone Díaz Landaluce

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