22 noviembre 2024

Así que he decidido ser una mala madre. Si. He decidido que voy a darle prioridad a lo que de verdad la tiene.

 
Ocho de la mañana de un día cualquiera de estos tiempos difíciles que corren. Salgo de una complicada guardia de 24 horas en las que la tensión con la que trabajas supera con creces el volumen. Me llevo para casa en mi memoria la imagen de un señor de 64 años al que aislamos en una sala pendiente de traslado en ambulancia por probable covid19. Su esposa le acompaña pero no puede entrar, se queda en la puerta, en la calle, esperando a que alguien salga y le diga que hacer. – ¿Me quedo aquí esperando? ¿Me voy a casa? ¿Subo al hospital?. – Tampoco sabes muy bien que decirle. – «Váyase a casa, mujer. Aquí no hace nada y en el hospital tampoco va a poder estar con él. Yo la llamo y le voy informando…» -.
 
Eres consciente mientras se lo dices que, con suerte, tardará mucho en volver a ver a su marido, y sin ella, puede que esa sea la última vez que lo haga. Y eso, se queda ahí, grabado en tu memoria. Trabajamos con miedo a llevarnos el «bicho» para casa, sin darnos cuenta que aunque no demos positivo en #covid19, el bicho nos lo llevamos igual, el bicho que se mete en nuestras cabezas, los dramas humanos y personales que vives cada guardia, el toxicómano que sufre sobremanera porque está «de mono», el que no tiene donde hacer cuarentena y tratas de buscarle un sitio donde pueda pasar al menos esa noche, el chico de 17 años que se presenta de madrugada con una crisis de ansiedad porque la situación de vivir sólo con su abuela de 80 le supera, la soledad del que vive solo, el agobio del que vive con demasiada gente, el que lleva dos días sin comer porque no tiene donde buscarse la vida y al que le preparas un bocata con lo que te sobró de la cena porque es todo lo que puedes ofrecerle allí.
 
La mujer que vive con su maltratador y a la que le recomiendan que se «vaya a vivir con una amiga o familiar» porque él saldrá a las 48 horas y no le pueden negar el acceso a la vivienda familiar. Y así múltiples de dramas personales que dan vueltas en tu cabeza mientras conduces de camino a casa. Y llegas a casa, tu hogar, y montas el numerito malabar para, sin tocar nada, sin besar a nadie, sin casi pisar el suelo, poder quitarte la ropa, meterte en la ducha, frotarte hasta casi arrancarte la piel, ponerte cómoda e intentar descansar, previo informar a todos los miembros de la familia , que están esperando a que llegues con el corazón en un puño, de que «todo bien, una guardia más, todo en orden» porque no quieres que se preocupen más allá de lo necesario.
 
Y cuando por fin consigues cerrar un poco los ojos, «zas» salta un mensaje al móvil. «Soy la tutora de su hijo. El niño no ha realizado el trabajo de plástica. Tiene que ponerse las pilas» En serio? El trabajo de plástica? ¿Ponerse las pilas?. – Dios mío, vivo en otro mundo paralelo al del resto de la gente. Leo por estos mundos virtuales cómo mamis y papis hacendosos hablan de cómo sus hijos trabajan y trabajan en sus aulas virtuales, hacen deberes a diestro y siniestro, manualidades, preparan bizcochos, celebran cumpleaños por los balcones, le cantan a los sanitarios, a las cajeras de los supermercados, a los camioneros, hasta al Amancio Ortega y todo ello con la mejor de las sonrisas. Y con disciplina, los niños se levantan felices y hacen sus tareas, nunca se quejan, son los más listos del mundo mundial. Y los mios? Pues los míos viven con el agobio de que mamá se enferme, de que les enferme a ellos, de que «jo mami, hasta cuando no trabaja nadie tu tienes que hacerlo», de que no puedes ayudarles en sus tareas porque no estás, de que son tres y en casa solo hay un ordenador y hay que «hacer cola para usarlo», de que están en la preadolescencia viviéndola encerrados cuando el estado natural de un niño es correr, saltar, jugar, relacionarse. Vamos, que no veo yo nada de felicidad en todo eso, más bien todo lo contrario, algo que probablemente les acabe pasando factura.
 
Así que he decidido ser una mala madre. Si. He decidido que voy a darle prioridad a lo que de verdad la tiene. Y voy a salir de guardia y voy a hacer palomitas y vamos a ver una peli de esas que te hacen reír a carcajadas, y vamos a charlar de lo que pasa, de cómo nos sentimos y le pondremos un punto de humor a todo eso y volveremos a reírnos. Y les explicaré que tienen que ser responsables y hacer sus tareas pero en su justa medida. Y no voy a pasar el tiempo que esté con ellos peleándome para que estudien. Porque si algo tengo claro después de lo que vivo en mi trabajo es que lo importante de verdad son otras cosas. Qué pasará este curso? No lo sé, pero tampoco me preocupa demasiado. Me preocupa mucho más crispar el ambiente familiar. Me preocupa mucho más no ver reír a mis hijos. Me preocupa ver como se van marchitando entre el encierro y la preocupación. Así que, carpetazo al orden, la disciplina, las peleas por el ordenador, y bienvenidas sean las sesiones de cine, de partidas a la play, las merendolas, la música a todo trapo y si nos apetece, porqué no? también entraremos en el aula virtual.
 
Porque puede ser que mañana me traiga el «bicho» a casa y tenga que aislarme en una habitación, o me tenga que quedar con él en el hospital, y me niego a que la última conversación con mis hijos sea una pelea por sus deberes.
 
Así que señora ministra de educación, puede usted suspenderlos o aprobarlos a todos, o suspender a unos y aprobar a otros, no se, puede usted hacer lo que considere, pero no diga que «se premiará el esfuerzo», porque esfuerzo lo llevan haciendo todos desde el mismo momento en el que fueron confinados en sus domicilios. Esta generación llevará siempre en su mochila los «tiempos del covid» y eso, señora mía, es un aprendizaje que no encontrarán en ningún libro, en ningún aula virtual, en ninguna classroom. Y mis hijos en un futuro me recordarán como la «mala madre más divertida del mundo». Y con eso me quedo.
 
Lutxi
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FOTO: http://myfriendthecounselor.blogspot.com/2018/04/sindrome-de-la-madre-latina.html