22 noviembre 2024

Se nos ha roto por completo el marco proxémico, que viene a ser el uso que hacíamos hasta hace unas semanas de nuestros espacios personales e intimidad para establecer interacciones sociales, y que en el sur es particularmente cercano y afectuoso. En estos tiempos anhelamos el contacto físico, entonces se nos hacen presentes aquellas personas a las que nos gustaría abrazar y llevamos tiempo sin hacerlo, las llamamos por teléfono de forma que escuchar su voz sea bálsamo de la inquietud. Precisamente una de esas personas me decía el otro día que lo único bueno que tiene esta situación es la vuelta de la naturaleza, incluso a las ciudades. Abrimos las ventanas y el aire huele a limpio, el cielo recupera su color natural y escuchamos, en ese tremendo silencio, el aleteo de los pájaros, relataba.

El problema está al cerrar las ventanas. Nuestros hogares soportan un ruido cada vez más ensordecedor porque hemos decidido refugiarnos en todas las pantallas disponibles, sus noticiarios y particularmente sus redes sociales sin mesura. El deseo de comunicarnos nos ha llevado a opinar constantemente, en muchas ocasiones, sin mesura. Desgraciadamente también en el socorro y desahogo de nuestros miedos y frustraciones, que siempre dirigimos contra alguien. El ruido se hace atronador y no sirve más que para incrementar el malestar social, del que nos sentimos ajenos en tanto que confinados. Y sin contacto físico el insulto parece se vuelve nuestro mayor alivio. Es normal la rabia, pero culpemos al bicho, o al mundo que habíamos construido antes de que llegara el bicho, todos tenemos nuestra responsabilidad

En esas redes sociales nos exponemos desnudos a emociones que convertimos en opiniones políticas. Esas emociones son más fugaces y breves que los sentimientos, y más manipulables. Estamos en el momento óptimo para que manipulen nuestras emociones dirigiéndolas a la rabia, una vez más contra las instituciones. Pero las pandemias eran un mundo desconocido, no contemplado en los programas electorales, la justicia social, el reparto de riqueza y la sanidad pública sí, y de eso veníamos un poquito flaquitos. Pensamos que hay libertad en las redes sociales cuando en realidad es el espacio en el que se explota esa supuesta libertad individual para un interés particular. Se sirven de esa libertad para alcanzar réditos de poder, como narraría Byung-Chul Han. Hemos cedido la racionalidad a la “emocionalidad” política, y siempre hay alguien detrás insinuándonosla. Ese es otro síntoma de este bicho que recorre nuestros miedos. Las emociones surgen con cada cambio de estado, y vivimos uno de los contextos más cambiantes que nos ha tocado en nuestras vidas, y las redes sociales facilitan esa velocidad frenética y volatilidad. Cada hora es distinta a la anterior aunque nuestra reclusión permanezca inamovible, y pasamos de la esperanza al miedo, y de nuevo a la rabia, la rabia irracional contra alguien a quien culpamos, porque al bicho no le ponemos cara y es diminuto.

Yo les diría que es momento de priorizar emociones sobre sentimientos. De confiar, porqué ni con toda la información se conoce la respuesta. Momento de reforzar a quienes más sufren. Y ya habrá tiempo de rendir cuentas. No estoy rechazando la crítica, no podría hacerlo, pero esta sí debería librarse de emociones por enorme que sea el sufrimiento, ser medida, constructiva y sobre criterios racionales. El resto es ruido y ensordece y no beneficia nuestra salud mental colectiva. Cantaba Sabina “Mucho, mucho ruido / Ruido de tijeras/ Ruido de escaleras/Que se acaban por bajar /Mucho, mucho ruido /Tanto, tanto ruido/Tanto ruido y al final…/…La soledad”.

En las noticias se han impuesto dos líneas editoriales: las de situaciones de catástrofe y las de acciones solidarias, haciéndonos sentir que todo lo que sucede ahí fuera es catástrofe o solidaridad. Y las decisiones políticas, errores que propician catástrofe, solo salvadas por la solidaridad espontanea. Y vuelve el ruido que se hará más caótico e insoportable a medida que avance nuestro encierro en casa si no bajamos ya el volumen. Este altavoz no es bueno para nosotros ni para nuestros vecinos. Echo de menos, entre tantísima información, el relato de las situaciones que está viviendo la clase trabajadora, siempre olvidada, que en no pocos casos está sufriendo la mezquindad de sus patrones y que cada día gestionamos en el sindicato. Para esos extremos, en esta situación excepcional, reclamo altura de miras.

Al bicho no lo mata el ruido. Al bicho lo matan las autoridades implantando políticas que en estos momentos están priorizando a las personas para aliviar nuestro desconsuelo y salvaguardando el empleo en la medida de lo posible, nuestras sanitarias en la trinchera, quienes hacen posible que tengamos comida en casa y un largo etcétera de trabajadores y trabajadoras, nuestro sistema inmunitario, y por supuesto, poniendo de nuestra parte con un poco de confianza. No estaría mal abrir las ventanas y escuchar la naturaleza incluso en la ciudad, un poco de sentido del humor, creatividad, empatía, cocinar lento y volver a los libros y la música. No sé si esta lectura les ha servido de algo o han perdido el tiempo, pero en este tiempo, perderlo no es tan mala idea. De hecho no tenía pretensión de descubrir nada nuevo. Y además no he llamado al bicho por su nombre, ni tampoco al gobierno, ni tampoco he teorizado sobre la curva y los remedios para aplanarla. No estaría mal bajar el volumen del ruido, por qué por alto que esté, no muere el bicho. Y cuando esto pase, podremos hacer una evaluación exenta de emociones, porqué las emociones volverán a estar donde deben, en los abrazos.

Pd. Mientras escribo estas líneas conozco que ha fallecido Aute: “No se me ocurre otra manera / De seguir en la trinchera / Con un beso por fusil”