22 noviembre 2024

Hete aquí esta humanidad del siglo XXI, que se creía capaz de superarlo todo, que estaba rendida al hedonismo, a la tecnología y a la inteligencia artificial, la misma que ahora yace escondida y asustada.

Nunca jamás habría sido capaz de pensar que esta situación que estamos viviendo se podría dar más allá del marco argumental de una novela o película mediocre.

En ninguna circunstancia se me hubiese ocurrido aceptar que, en este 2020, como si fuese el 2020 de antes de Cristo, la opción única sería la de huir del núcleo del problema y encerrarse, aislarse, como tantos cientos de veces y con desigual suerte lo ha hecho la humanidad a lo largo de su historia.

Y por supuesto, bajo ningún concepto habría podido pensar en sentir esa sensación mancillante de ser el peligro; el sufrir esa sensación de impotencia por poder ser yo quien pudiere infectar y hacer enfermar a mis seres más queridos, a mis compañeros. Tener miedo, y no fiarme de nada ni de nadie: no acercarse, no tocar; que no se me acerquen, que no me toquen. Guantes y mascarillas; inventos y bulos.

Hete aquí esta humanidad del siglo XXI, que se creía capaz de superarlo todo, que estaba rendida al hedonismo, a la tecnología y a la inteligencia artificial, la misma que ahora yace escondida y asustada, alejándose hasta de los seres más amados por si son las víctimas o los verdugos.

La pregunta es el después, y en un doble sentido: ¿aprenderemos algo?, ¿será todo igual? Yo, que soy optimista, creo que no aprenderemos nada y que todo será igual; la justificación psico-sociológica es fácil: tenemos un mundo casi perfecto, y esto ha sido un accidente, algo puntual, que no tiene por qué repetirse. Y la sociedad seguirá (seguiremos) con lo nuestro, y a lo nuestro. Pasen y vean, es cuestión de esperar unas semanas. El problema es que sí que habría que aprender varias lecciones, algunas urgentes.

Primero, sobre la medicina y la salud pública, que han sido pilladas con el paso cambiado, incapaces e impotentes de predecir y prevenir, pero tratando y curando todo lo que puede. ¿Culpa de la medicina o de la profesión médica? De ningún modo: culpa de los que siguen ignorando la investigación y despreciándola como gasto superfluo, como han hecho y siguen haciendo todos los gobiernos de España que dedican lo mínimo a esta materia, o a cualquier otra, médica (cáncer o enfermedades raras), o a lo que sea investigar o innovar.

Segundo, sobre lo fatal, lo terriblemente mal que se han hecho algunas cosas por parte de la comunidad internacional. Independientemente de que un servidor pone en cuarentena los datos de China, el resto de los países van todos a su aire. Se están adoptando medidas de contención muy variadas, descoordinadas, y se contabilizan enfermos y muertes con criterios diferentes; se usan análisis clínicos distintos que no detectan lo mismo y por lo tanto no son científicamente comparables: sálvese quien pueda. Sin embargo, más pronto que tarde, esto volverá a pasar.

Tercero, a las heroicidades, a los héroes anónimos y a los que no. Todos los conocemos, y los valoramos. Pero triste la sociedad que tiene que crear héroes cuando ya hay profesionales (casi siempre explotados, mal contratados y mal pagados) para solventar un problema médico y de salud pública que en foros profesionales y epidemiológicos ya estaba anunciado. No queremos héroes, queremos que a los profesionales biosanitarios se les den los medios adecuados para realizar su trabajo con las máximas garantías.

Cuarto, a los medios de comunicación, incapaces de salir de la horma sensacionalista, mezclando datos objetivos con comentarios y con las opiniones. Nos hemos acostumbrado a la tertulia de bajo nivel, muchas veces soez, y cualquiera opina de cualquier cosa. Esto sí que está siendo el espectáculo más grande del mundo. Malo por quien sin criterio difunde presuntos datos, malo por quien otorga valor a los mismos. Y malo por muchos ‘profesionales’ que aprovechan la estampida mental de la sociedad para colocar su comentario, idea o hipótesis: las revistas científicas siguen existiendo, el que tenga algo serio que decir, que lo publique con criterios científicos, rodeado de pares, y no por libre.

Quinto, a la globalización. ¿Se puede depender de países como China –u otros– para que te manden todo lo que necesitas porque allí se produce más barato? ¿Se imaginan esta pandemia si hubiese sido mucho más grave y que China hubiese necesitado todo lo que produce? ¿Hay áreas estratégicas en las que hay que ser autosuficientes sí o sí? Porque ya estamos viendo que en épocas de crisis serias, ni colaboración ni coordinación, ni apoyos ni amistades.

¿Qué más se puede aprender? No sé si sería políticamente correcto decir que faltan profesionales sanitarios de todos los niveles, y que sobran –por ejemplo– miles de parlamentarios y diputados y concejales nacionales, autonómicos, provinciales, locales; y miles de asesores y adláteres de la nada. No hablo (aún) de eliminar los parlamentos y diputaciones y suprimir ayuntamientos, pero sí de reducirlos a lo que muchas veces son, algo meramente simbólico.

Y no sé si, por acabar, alguien estaría de acuerdo en que si queremos mantener al homo sapiens sapiens sobre la tierra, en un planeta sano y limpio, hay que invertir 10 o 20 veces más en investigación y prevención de lo que nos está matando y nos puede matar, como ser humano y como planeta.

Yo, que ya dije que soy optimista, creo que esto es un aviso del destino a nosotros, esos seres humanos tan listos y prepotentes del siglo XXI, a los que nos ha dicho: «Tomad nota, ilusos, aunque sólo sea por egoísmo».

Y, por supuesto y en memoria al humor absurdo –como estos tiempos– de los de la chistera y el bombín, «la semana que viene, hablaremos del gobierno».

 

JOSÉ ANTONIO LORENTE ACOSTA

Médico y Catedrático de la UGR