«UN DIA PERFECTO» por Alberto Granados
NOTA PREVIA: Para no distorsionar mi texto ni alargarlo más de lo aconsejable, he insertado los cuatro discursos en forma de comentario.
Pese a que ya ha transcurrido casi un mes, no he sabido terminar esta modesta crónica hasta ahora: no daba con el tono exacto y necesitaba reflejar un feliz estado colectivo de ánimo, una sinergia raramente posible, que sin embargo se produjo el pasado día 15 de febrero. Hay días en que todo parece salir bien, esos días en que se percibe una sensación paz, de bienestar, de plenitud indestructibles. En ocasiones, esta felicidad parece un don espontáneo de la vida. ¿Cómo transmitiros uno de esos momentos perfectos en que todo un grupo siente lo mismo y el mundo parece estar bien hecho de verdad? Me he sentido inseguro en las tres tentativas previas, de las que he dejado escasamente unas frases. Tenía la sensación de convertir un torrente de afecto en palabrería oficial y lo que se dijo y se vivió en aquella jornada en mera crónica de sociedad. Aquello no fue nada oficial, ni frío, ni distante, por lo que requería un acento especial que, incluso ahora, dudo haber conseguido.
El caso es que hace unos meses, mi querido amigo Francisco Díaz Torrejón, compañero de nuestra tertulia de los jueves, me pidió opinión sobre algo que se le había ocurrido: homenajear a nuestro contertulio Francisco Gil Craviotto en el sitio exacto que lo requería, en Turón, su pequeño pueblo alpujarreño, el pueblo en que nació hace 87 años. Los demás miembros de la tertulia aprobaban la idea.
—Paco, no le veo más que una pega: se te ha ocurrido a ti y se me tenía que haber ocurrido a mí —le respondí—. Contad conmigo.
No hubo más remedio que comentarlo al interesado, que humilde como siempre, intentó rehusar algo que ya no tenía marcha atrás. Se le había hecho un homenaje casi secreto en el Centro Artístico, el Ayuntamiento le había otorgado la Medalla de Oro de la Ciudad el año pasado… y sólo faltaba que sus amigos de tantas horas de charla hiciéramos lo propio entre sus parientes y amigos, con los almendros en flor de fondo, con el aire rural que tantas veces ha aparecido en sus novelas, relatos y estampas literarias con el nombre de Alcor de los Caballeros, con los personajes idénticos a los de su literatura.
Y empezaron los contactos con Juan Vargas, el alcalde del pueblo. De esa parte organizativa se ha encargado, sobre todo, Manolo Arredondo, que con una encomiable energía y eficacia de las que yo voy careciendo ya, ha hecho también de maestro de ceremonias durante el acto. La iniciativa empezó a conocerse en el entorno. El Centro Artístico se sumó, algo lógico para quien conozca la febril actividad de Paco en esa venerable institución. Otros muchos amigos se sumaron y unas semanas antes ya estaba preparada la placa de cerámica, contratado un microbús y reservada una amplia mesa en un restaurante de la carretera, junto a Albondón, en el corazón de la Contraviesa.
Y el pasado día 15, partimos desde la Rotonda del Helicóptero hacia la costa. Un breve descanso junto al embalse de Benínar, en plena naturaleza, esa Naturaleza que tanto defiende Gil Craviotto y que surge en cualquier rincón de sus textos. Una carretera de montaña, serpeando entre almendros en flor, cortijos en ruinas y curvas. Conversaciones, alguna broma y mucho calor humano. Sus dos hijas con los nietos, dos hermanas y primas y sobrinos, varios amigos, vecinos (Benicia y Jesús), conocidos de diferentes ámbitos entre los que hay que mencionar la Asociación de la Alpujarra, Granada Laica, el Centro Artístico…, Ana Jiménez (memoria fotográfica de la cultura granadina de los últimos 35 años), el fotógrafo Enamoneta (que desarrolló un proyecto con el escritor), el también fotógrafo Manuel Alarcón, el redactor de Ideal Rafael Vílchez, el editor Antonio Ubago o Juan Bedmar. Celia Correa con su marido, Juan Chirveches, Juan Antonio Aguilera… Por contra, me dolió la ausencia de los académicos de la de Buenas Letras. Hubo otras personas que fueron en su coche, incluso con la familia al completo. El caso era estar con Francisco Gil Craviotto, con Paco, con “el Maestro”, que había expuesto que tenía que ser por esas fechas para que los visitantes viéramos lo que sus pupilas infantiles tenían grabado en su memoria vital: el pueblecito rodeado de almendros en flor.
El pueblo, como una postal, nos acogió con ese silencio denso de la España vaciada. Nos esperaba el alcalde, con la sencilla placa ya pegada en la pared del Ayuntamiento, aunque tapada aún con la bandera andaluza. Muchos vecinos, seguramente parientes en algún grado más o menos próximo, se acercaron a saludar a la familia. Como no existía la rigidez de los horarios, pues en Turón el tiempo parece tener otros parámetros muy distintos a los de la ciudad moderna y de eso que conocemos como progreso, cuando se habían producido los saludos y habíamos recorrido el local municipal, el mismo en que Paco, hijo del Secretario de aquel Ayuntamiento un siglo largo antes, aprendió a escribir a máquina en una Underwood, sólo entonces, empezó el acto. El Alcalde, un hombre cordial y sencillo, nos dio la bienvenida, se quejó del despoblamiento, nos agradeció la visita y nos invitó a volver. También, tras el acto protocolario, nos presento a su hija, una chica que acaba de empezar Derecho y que fue encantadora con todos.
Paco Díaz Torrejón habló seguidamente en nombre de los contertulios. La patria del hombre es su infancia –citó a Rilke- y allí estábamos para devolverle a nuestro amigo, siquiera por un instante, esa patria. El discurso fue breve, exacto, equilibrado y muy emotivo. Después, Celia Correa, en calidad de Presidenta del Centro Artístico, habló de la frenética dedicación del homenajeado a esa institución. Un texto lleno de cariño y sencillez.
Le siguió Ariadna, la hija menor del homenajeado, residente en Francia y acompañada de su hijo Diego. Nos habló de los aspectos de padre y educador exiliado, de la memoria celosamente guardada de la España franquista, del respeto y libertad con que las crió… Pese a su franca sonrisa, se le quebró la voz y se le empañaron los ojos alguna que otra vez.
Y terminó el homenajeado agradeciendo el acto.
Es muy fácil que en este tipo de discursos se caiga en lo oficial, en el lugar común, en lo manido. No fue el caso. Ni faltó ni sobró una sola palabra, una idea, un concepto. Ni terminamos empalagados de trascendencia ni envarados de oficialidad. Todo estuvo como si el acto fuera el de cualquier tarde en el Centro Artístico, en una cafetería o en el salón de nuestra casa. El personaje es así, sus amigos lo queremos y todo se desenvolvió con la más extraña normalidad, consiguiendo así uno de eso días increíbles en que al alma le sobreviene una sincera sonrisa y el mundo se percibe como un ámbito momentáneamente habitable.
Tras la comida en un restaurante, se brindó con cava por la figura de Paco Gil Craviotto. Unas fotos de grupo y vuelta al autobús para rematar esas horas dedicadas a Paco, o “al Maestro”, o a don Francisco… que el nombre es en este caso mera circunstancia y lo esencial es lo de dentro, su gigantesca talla humana y la empatía que siempre suscita.
Alberto Granados